Agasajo al hombre que hubiera querido ser pianista
Su hermano Eligio contó que una vez respondió así Gabriel García Márquez a alguien que le preguntó qué habría querido ser si no hubiera sido escritor:-El otro día, entre dos trenes, me refugié de una tormenta de nieve en un bar de Zúrich. Todo estaba en penumbra, un hombre tocaba piano en la sombra, y los pocos clientes que había eran parejas de enamorados. Esa tarde supe que si no fuera escritor, hubiera querido ser el hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara, sólo para que los enamorados se quisieran más.
Lo dijo hace más de treinta años, y ni entonces ni después ha podido cumplir ese sueño de pasar inadvertido. Dos veces al menos ha roto los moldes de los agasajos con concentraciones multitudinarias y ruidosas. Una fue en Estocolmo, donde un avión entero de músicos y de amigos hizo todo el ruido del mundo para celebrarle el Nobel, en diciembre de 1982. Y la otra es hoy, en Cartagena de Indias, donde tiene su casa colombiana, a un tiro de piedra de Aracataca, donde nació hace ochenta años.
Una edición especial
Aparte de los fastos específicamente académicos -una conferencia del ex presidente colombiano, Belisario Betancur, después de los parlamentos inaugurales del Rey de España y del presidente colombiano Álvaro Uribe inaugurarán el IV Congreso de la Lengua Española-, Gabo será quien marque, probablemente en silencio, el diapasón de la semana. Su amigo Carlos Fuentes, que ha cenado y ha almorzado con él estos días previos en Cartagena, se afanaba aún ayer preparando el ofrecimiento -así se dice en el programa- central del homenaje, en el que se producirá la entrega, por parte del director de la Española y presidente de las Academias, Víctor García de la Concha, de la edición conmemorativa de Cien años de soledad, que han preparado esas instituciones académicas y que publica Alfaguara en todo el mundo.
Adornada con el laurel de los éxitos, la edición conmemora no sólo el cumpleaños de Gabo, sino los 40 años de la salida a la calle de esta novela que acaba con una de las frases más citadas -también estos días- de Gabriel García Márquez: "... porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra", aunque él secretamente prefiera ese final seco y casi telúrico que se produce en El coronel no tiene quien le escriba: "-Dime, qué comemos. El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: -Mierda".
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