Bush y la vida de los otros
La Administración norteamericana está haciendo ahora mismo tres cosas, dos de ellas contradictorias. De una parte, no consigue abandonar los instintos belicistas y unilaterales de los neocons; pero de la otra se está acomodando a la rectificación elaborada por James Baker y Lee Hamilton, que significa regresar al realismo y a la diplomacia de Bush padre. La tercera, consiste en cubrirse las espaldas y preparar la defensa para el diluvio de facturas políticas e incluso judiciales que se avecina, como resultado de los abusos de poder y de los recortes de derechos y libertades efectuados con la excusa de la Guerra Global contra el Terror.
La contradicción entre las dos líneas de acción ha estallado a propósito de Irán. Se han conocido unos planes para atacar instalaciones militares en territorio iraní, ya no para frenar su carrera nuclear, sino en represalia por el apoyo real o ficticio del país de los ayatolás a la guerrilla chií de Irak. Pero a la vez el Gobierno de Bagdad ha convocado una conferencia regional sobre Irak con participación de los cinco miembros del Consejo de Seguridad y todos los países vecinos, incluyendo Irán y Siria, siguiendo así literalmente una de las recomendaciones del informe Baker-Hamilton. Washington busca el apoyo y la complicidad de las autocracias suníes -propio de la etapa realista de Bush padre- para contener el ascenso imparable del Irán chií de los ayatolás. El periodista Seymour Hersh ha llamado La redirección (en el New Yorker) al último quiebro de la Administración de Bush que la ha situado con aires belicistas frente a Teherán, pero a la vez otros analistas, como Ahmed Rashid (La resurrección de Al Qaeda, en EL PAÍS del pasado domingo) o Barnett Rubin (Salvar Afganistán en Foreign Affairs, de enero / febrero de 2007) han señalado que el verdadero peligro es de nuevo la organización de Bin Laden, con el epicentro de su acción en el Pakistán de Musharraf, con el que Estados Unidos ha practicado una política de apaciguamiento bien poco neocon.
Sería bueno que viera la película de Henckel sobre la actuación ilegal del Estado
Dudando entre Al Qaeda y los ayatolás a la hora de escoger al enemigo más dañino, Washington hace gala de una falta de estrategia que sólo puede crear inquietud entre sus aliados, principalmente los que comparten cargas militares, como es el caso de España con su presencia en Líbano y en Afganistán. Si se aceptara la idea de Bush de que existe esta GGT (Guerra Global contra el Terror), en la que Al Qaeda es uno de los contendientes, habría que decir que Bin Laden va ganando la partida. Ha extendido su implantación, tiene más bases de reclutamiento, ha conseguido adquirir una temible imagen internacional, mientras que Estados Unidos está perdiendo las batallas de la imagen y de la propaganda, se ha empantanado en Irak y pierde incluso el rumbo en su política internacional. Pero donde la victoria de Al Qaeda es más indiscutible es en la erosión de los derechos humanos y del Estado de derecho que ha generado la política antiterrorista promovida desde la Casa Blanca.
Siempre habrá rábulas dispuestos a demostrarnos contra toda evidencia que Estados Unidos nada tiene que ver con el secuestro ilegal de detenidos, las torturas, o las restricciones a derechos y libertades, o quien declarará, para que conste, que lo que se diga en contra son especulaciones y retórica irresponsable. Pero la comunidad de valores democráticos, en los que se fundamenta la relación transatlántica, ha quedado muy tocada por esas victorias, esperemos que coyunturales, de Al Qaeda, como revelan los desvíos de lenguaje sobre los derechos humanos que recogemos a diario en la comunicación entre responsables políticos de ambos continentes.
Bush quiso ver la Batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, para aprender sobre la guerra contra el terrorismo. Ahora sería bueno que viera La vida de los otros, de Florian Henckel, donde algo podría aprender sobre la actuación ilegal del Estado, cualquier Estado, y a la vez comprender que el bien y el mal no marcan sus fronteras ni en cielos ni en infiernos sino en los comportamientos concretos de la gente.
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