Con poca energía
En el balance final del consejo de Ministros de Energía de la Unión Europea (UE) pesa más la chirriante ausencia de debate sobre la energía nuclear que los magros acuerdos obtenidos con una lentitud que se antoja exasperante. Consiguieron los ministros fijar un mínimo obligatorio del 10% en el uso de biocarburantes para el año 2020 y, para la misma fecha, impulsar que las interconexiones de gas y electricidad impliquen al menos al 10% de la capacidad instalada. No es demasiado; casi todo -como las decisiones sobre energías renovables- se dejan para la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de primeros de marzo. Ni siquiera con la presión externa del monopolio gasístico de la Rusia de Putin, ni con las tensiones políticas internas desatadas por el grupo eléctrico alemán E.ON con su OPA sobre Endesa, ni con el ejemplo, pequeño pero significativo, de Francia, Holanda y Bélgica, que han conectado sus mercados eléctricos para gestionar las compras de energía de forma conjunta, se acelera la herrumbrosa maquinaria europea.
Resulta evidente la urgencia de reforzar políticamente el mercado energético europeo para hacer frente a la probable capacidad de chantaje que proporciona el gas ruso; tan evidente como las ventajas económicas, financieras y estratégicas que se desprenden de la integración de los mercados energéticos nacionales. Cuando el ministro de Energía alemán, Michael Glos, afirma que "no se puede discriminar en el acceso a los mercados" debería explicar a continuación que el libre acceso financiero a los mercados nacionales -vale decir, a las empresas- choca con la existencia de redes de distribución de gas y electricidad que acaban en cada una de las fronteras y con la responsabilidad de los gobiernos de cada país de garantizar el suministro energético.
Si se quiere que los mercados energéticos sean tan libres como el financiero, conéctense las redes, unifíquense las políticas energéticas y dótese la UE de un regulador común. Los responsables políticos de la UE se orientan poco en esa dirección -quizá porque los obstáculos políticos son hoy demasiado pesados-, en beneficio de la política de cuotas de buena voluntad, como la que se pretende aplicar en materia de energías renovables. Son decisiones que animan mucho, calientan poco y no resuelven ni el problema de la posición avasalladora de Putin ni el heteróclito mosaico de mercados y legislaciones energéticas dentro de la Unión.
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