Balada de Lucía
Abandonó su banda de rock y las clases de canto para actuar en la primera película de David Trueba. Luego fue la bohemia de la serie 'Al salir de clase' y disparó su popularidad. La cálida voz de Lucía Jiménez, una de las actrices españolas con más personalidad, vuelve a seducirnos en el cine con 'La caja Kovac'
Abandonó su banda de rock y las clases de canto para actuar en la primera película de David Trueba. Luego fue la bohemia de la serie 'Al salir de clase' y disparó su popularidad. La cálida voz de Lucía Jiménez, una de las actrices españolas con más personalidad, vuelve a seducirnos en el cine con 'La caja Kovac'.
BILLIE.
De entre todos los discos que tiene en su casa, por alguna razón, Lucía Jiménez escogió un recopilatorio de Billie Holiday para escuchar durante la primera lectura de aquel guión. Unos días antes había recibido la llamada de Daniel Monzón. El joven director le había hablado con entusiasmo de un proyecto que tenía entre manos. Iba a rodar en Mallorca, en inglés. Una coproducción. Había nombres importantes, como el del actor estadounidense Timothy Hutton, ganador de un Oscar. Y Daniel quería a Lucía en la película. Así que quedó en mandarle el guión para que lo leyera.
Aquella tarde, Lucía puso el disco de Billie Holiday en el reproductor y se sentó en el sofá a leer. "El guión me enganchó desde el principio, me pasaron cosas muy curiosas", recuerda la actriz de 28 años. "De entrada, cuando iba por la página 12, mi personaje se tira por la ventana. Lo cual es brutal. A partir de ahí, ¿qué más puede pasar? Entonces seguí leyendo. Y empieza mi terror cuando leo: 'Suena una música, es la voz de Billie Holiday cantando la canción Gloomy sunday".
"El domingo es lúgubre, / paso mis horas en el insomnio, / las queridas sombras entre las que vivo son infinitas ". Gloomy sunday es una de las canciones más tristes del mundo. Por algo ha pasado a la historia como "la canción del suicidio". La compuso el húngaro Rezsô Seress en 1931, después de que le abandonara su amada, y se tiró por una ventana treinta años más tarde. Billie Holiday la grabó en los años cuarenta, y también acabó quitándose la vida. Se dice que la canción ha inspirado un montón de suicidios. Hasta el punto de que llegó a estar prohibida durante mucho tiempo en las radios estadounidenses.
"Me levanté del sofá corriendo", recuerda Lucía, "y busqué esa canción en mi disco de Billie Holiday. Pero no la tenía, menos mal". Y con una primera toma de contacto así, Lucía Jiménez tuvo claro que tenía que hacer esa película.
El rodaje de La caja Kovac, la tercera película de Daniel Monzón (El corazón del guerrero, El robo más grande jamás contado), duró tres meses y transcurrió en Mallorca. Se rodó en inglés y, aunque Lucía maneja bien el idioma y su personaje es latino, contó con la ayuda de lo que se llama un dialogue coach. Fue un rodaje duro, muy intenso. Y para rematarlo, la actriz puso su voz a la versión de Gloomy sunday que acompaña los títulos de crédito. Daniel Monzón se quedó fascinado con Lucía. "Hay cualidades que comparte como actriz y como persona, que son su generosidad, su entrega y su valentía", cuenta el director mallorquín de 39 años. "Y además, como persona es amable y divertida, bella por fuera y bella por dentro. Profesionalmente, es el tipo de actriz que es más proclive a saludar al chico de los cafés que al productor. No tiene ningún aire de diva. En el rodaje, su caravana estaba siempre o vacía o llena de gente. A mí me había llamado la atención desde su primer trabajo. Siempre me ha parecido un diamante en bruto. Y lo curioso es que un diamante en bruto así nunca ha estado del todo aprovechado".
Lucía Jiménez cumplió el año pasado 10 años desde que estrenó su primera película. Ha hecho teatro, televisión y unos cuantos buenos personajes en cine. Pero lo cierto es que es frecuente la sensación de que sus mejores papeles están aún por llegar. Es lo que pasa si uno empieza tan joven y con tanta fuerza. Para rastrear sus primeros pasos hay que situarse en Madrid y retroceder a 1995.
REBECA.
"La productora de Fernando Trueba busca una chica de 16 años para una película". El anuncio, colgado de la pared de una escuela de teatro madrileña, captó la atención de la alumna de interpretación Rebeca Jiménez, que no tardó en llamar al teléfono de la productora.
-Hola, llamo por el casting.
-¿Cuántos años tienes?
-Yo, 19.
-Lo siento, eres muy mayor.
-No, no, es que llamo por mi hermana.
-¿Y cuántos años tiene tu hermana?
-Es que es ella.
-¿Cómo?
-Que la chica que estáis buscando es ella.
-Bueno, pues dile a tu hermana que venga.
"Y me presenté allí", recuerda Lucía Jiménez. "Yo vivía en Segovia, estudiaba COU en el instituto y tenía un grupo de rock que se llamaba Domine Cabra, con una maqueta brutal. Todos los jueves iba a Madrid a estudiar canto, y volvía a dormir a Segovia. Mi hermana me dijo que fuera al casting, y que no saliera de allí sin una prueba de texto. Y yo le dije que no sabía lo que era eso, pero que de acuerdo. Entré en una sala donde estaba la directora de casting y me hicieron las típicas pruebas de cámara. Pero antes de irme le dije: 'Mira, yo es que vivo en Segovia. Y yo sé que, si me llamáis, va a ser un lío. Entonces, ¿por qué no me dais el texto y me lo voy estudiando por si acaso?'. Ella se quedó un poco flipada y me dijo: 'Bueno, nunca hacemos esto, pero venga, llévate el texto".
La perseverancia dio sus frutos y, pasados unos días, Lucía recibió la llamada para la prueba de texto. Esta vez, en la sala había una persona más: un chaval de 26 años con gafas. Era David Trueba, que venía a elegir a la actriz de su primera película como director. "Yo había ido allí con todas mis armas", recuerda Lucía. "Me había llevado hasta la guitarra. Esperaba que el director fuera un tío mayor, con barba, pero ahí estaba David, que me dijo: 'Veo que has traído una guitarra cántanos'. Yo canté una de Maria McKee y creo que un blues de 4 Non Blondes. Y ésa fue mi prueba".
La prueba gustó. Pero Lucía volvió a casa y el teléfono no sonaba. Así que se sacó de la manga otra jugada magistral. "Mi hermana Rebeca, que estaba convencida de que yo tenía que ser actriz, me mandó a otro casting", recuerda Lucía. "Era para Familia, de Fernando León, y quedé entre las tres finalistas". Pero daba la casualidad de que se rodaba en las mismas fechas que la otra. "Entonces, haciéndome la inocente, llamé a la productora de Trueba y lo conté. Al día siguiente llamaron a la casa de mi abuelo. Claro, en aquella época no había móviles ni nada. Y tú imagínate a un señor de Segovia recibiendo esa noticia. Volví de clase, y mi abuelo: 'Oye, que te han llamado de Madrid, de lo de la productora o eso. Que te han cogido'. Recuerdo que mi madre y yo volvimos a casa en el coche gritando las dos como locas".
Y así es como Lucía Jiménez consiguió, a los 17 años, su primer papel en el cine. Un papel en La buena vida, ópera prima de David Trueba, que le valió la candidatura al Goya a la mejor actriz revelación. Noticia que, por cierto, recibió por teléfono, de boca de su madre, un 28 de diciembre, día de los inocentes.
Si aquel casting no hubiera salido bien, Lucía no tiene demasiado claro por dónde habría tirado. "Yo llevaba en el taller municipal de teatro desde los 12 años", cuenta. "Pero si no hubiera logrado trabajar como actriz, habría hecho otra cosa, tengo un carácter muy positivo. Sería feliz, seguro. Probablemente habría terminado filología francesa, que es la carrera que empecé. Sería una chica normal y decente. Con futuro. Posiblemente estaría cantando, tenía mi grupo cuando me llamaron y nos iba muy bien. A mí siempre me gusta imaginarme otras vidas que podría haber tenido. A veces pienso que me he perdido cosas como haber hecho una carrera en la universidad, como hicieron mis amigas. Empecé a trabajar a los 17 años, me pagaba mis facturas, estaba independizada totalmente. Así que me he perdido esos años de no tener responsabilidades. Los estudiantes son unos privilegiados. Me he perdido todo eso, pero me gusta que sea así, porque ahora soy de una manera. Me doy cuenta de que no regalan nada, y aprecio un montón que me cuiden".
El caso es que el casting salió, y Lucía entró en el cine por la puerta grande. Su nombre empezó a sonar, y la actriz no tardaría en adquirir, sin apenas tener tiempo a plantearse si la deseaba, una popularidad masiva e inesperada.
SILVIA.
Después del éxito de su primer trabajo, una representante de actores, la misma con la que trabaja en la actualidad, le ofreció a Lucía sus servicios. Y al poco tiempo llegó la siguiente oferta. "Una serie diaria para el mediodía", le contó su representante. "Va a empezar ahora, es para gente joven, no se sabe muy bien qué va a ser". Era una apuesta arriesgada para la cadena, por eso decidieron contratar a una actriz que fuera medianamente conocida. Y así, Lucía se convirtió en Silvia, la hija de un padre con dinero, la hermana de Javi, el primer amor de Íñigo y la novia de Álex y de Quique. "La popularidad que tengo entre la gente, más allá del mundillo de la profesión, viene de la serie", reconoce Lucía. "Todavía hoy, diez años más tarde, sigo siendo la de Al salir de clase".
La serie, que duró cinco años y 1.200 capítulos, se convirtió en un hito en la televisión. Era una especie de adaptación de la estadounidense Sensación de vivir, pero trasladando la acción de California a la periferia madrileña. Y funcionó. El éxito de la fórmula superó todas las expectativas. Y unos cuantos adolescentes pasaron, de la noche a la mañana, a adornar las carpetas, las habitaciones y las fantasías de decenas de miles de semejantes.
"Aquella popularidad era una locura", recuerda Lucía. "Aunque era peor para los chicos, yo al menos podía salir a la calle. El problema era que te reconociera un grupo de tías, porque se volvían locas. Y si tú eras una chica, pues les daba más igual. La verdad es que yo siempre he tenido suerte con eso, me las he arreglado para ir bastante de incógnito. No llamo mucho la atención".
Rodar un capítulo diario también supuso jornadas maratonianas de trabajo y una valiosa escuela para una actriz adolescente. "Te da mucha soltura, mucha técnica", explica Lucía. "Y te pone muy en tu sitio. También la profesión es esto: venir, hacer un capítulo diario, rodar escenas de cinco capítulos distintos el mismo día, con cuatro cámaras Era tremendo de duro. Pero, claro, tienes 18 años y aguantas lo que te echen. Yo estaba con muchísima energía y feliz".
Lucía Jiménez duró seis meses en la serie. A partir del capítulo 170, los guionistas mandaron a Silvia y a su familia nada menos que a Australia. "Estuve el tiempo que me parecía que tenía que estar", cuenta Lucía. "Mi personaje había dado mil vueltas, se había enrollado ya con todos". La actriz asegura que no tendría inconveniente en volver a hacer televisión. "¿Sabes qué pasa? Que no he vuelto a hacer tele, y entonces parece que no quiero", explica. "Pero, aunque en principio prefiera hacer cine o teatro, no tengo nada en contra de la televisión. Tengo muchos amigos que trabajan en series y, aparte de que viven fenomenal, hacen cosas que tienen mucha calidad".
Lo cierto es que casi dos millones y medio de telespectadores veían cada día Al salir de clase. Y aquello se convirtió en una cantera de actores de la que salieron muchos de los que hoy se disputan los papeles jóvenes del cine español. Pilar López de Ayala, Elsa Pataky, Javier Pereira, Rubén Ochandiano, Leticia Dolera, Fran Perea, Alejo Sauras o Lucía Jiménez.
LUCÍA.
La tele estuvo bien, pero la mirada de Lucía seguía puesta en el cine. Y en estos diez años ha habido de todo. Viajó sola a Perú con 18 años para trabajar en No se lo digas a nadie, la adaptación de Francisco J. Lombarda de la novela de Jaime Bayly. En 2001 llegó Silencio roto, de Montxo Armendáriz, la primera película en la que Lucía era la protagonista total. Y en 2005, Los dos lados de la cama, la segunda parte de El otro lado de la cama, la exitosa comedia musical dirigida por Emilio Martínez Lázaro. Lucía se encontraba de gira por España con la versión teatral que habían creado tras el éxito de la primera entrega del musical. Emilio Martínez Lázaro la vio y decidió contar con ella en la segunda parte de la película. "Fue uno de esos momentos en que te das cuenta de que a veces los deseos se cumplen", cuenta Lucía. "Cuando vi El otro lado de la cama deseé tanto haberla hecho 'Qué mala suerte', pensé. Y cuál fue mi sorpresa cuando se hace una segunda parte de la película y me llaman".
Aquella segunda entrega supuso para Lucía la oportunidad de mostrar en pantalla sus dotes musicales. Una preciosa voz que tarde o temprano, dice, quedará grabada en un disco con sus canciones. "Es mi eterna incógnita", reconoce. "He estado a punto de grabar varias veces. Una vez estuve realmente a punto, ya estaba preparando las maquetas, pero por cosas de la vida se paró. Yo pienso que cuando algo no sale es porque no es el momento. Pero siento que algún día ese momento llegará". Por ahora sigue escribiendo canciones. Las compone con su guitarra y escribe letras que todavía prefiere no compartir. "Son letras muy cercanas", dice. "Antes, la música que me salía era más rockera, ahora ya no sé si lo es tanto. Ya no sé muy bien dónde estoy". Sus esfuerzos musicales ahora están concentrados en apoyar a su hermana Rebeca, que se encuentra grabando un disco, y en cuyos directos Lucía suele cantar como invitada.
Lucía es optimista con el momento que vive el cine español. "Se hacen cosas muy interesantes", opina. "Yo no sé dónde está la crisis. Veo muchas películas que están muy bien, y cada vez somos más trabajando en esto". En este momento no le falta trabajo, pero su mesa, dice, tampoco está llena de guiones. "Ojalá pudieran llegarme todo el rato proyectos interesantes, me encantaría. Pero a veces no es así. No llego a ese nivel de poder rechazar muchos guiones". Puestos a elegir, no le importaría nada que le llegara uno de Fernando León, de Daniel Sánchez Arévalo o de Antonio Banderas, cuya última película como director la ha encantado. "También tengo ganas de trabajar con José Luis Garci", asegura. "He estado dos veces a punto de trabajar con él, y las dos veces no he podido. Eso me ha quedado pendiente. Me parece que el hecho de que un director te llame para trabajar con él es un lujo. No pasa todos los días".
En sus diez años de trabajo, Lucía ha aprendido que "esto es una carrera de fondo". "Es durísima esta profesión", asegura. "Realmente, debes tener una pasión absoluta por lo que haces, porque hay momentos en que te dan ganas de decir: 'Mira, ahí os quedáis todos, que yo ya no puedo más'. Lo más duro es el ritmo, la inestabilidad. Pero supongo que no podría tener una vida estable del todo, porque ya me encargaría yo de complicarla. Como soy muy luchadora, necesito un poco de inestabilidad en mi vida para pelear por hacerla estable. De cara a los demás, parece que estás todo el día con un chófer que te viene a buscar, o yendo a estrenos vestida de Versace. Y eso es mentira, claro. La verdad es que sigues pendiente del teléfono, pensando si valdrás o no para ese papel. Hay un factor muy importante en esta profesión, que es la suerte. Y hay veces que no trabajas y, como somos por naturaleza inseguros y vulnerables, pues lo puedes pasar mal. En esos momentos en los que estás parada, ¿qué haces? ¿Vas a visitar a un director con una pistola y le obligas a contratarte? Es difícil ser actor porque siempre estás pendiente de una llamada. Por eso intento estar todo el tiempo muy activa. Hay que ponerse las pilas, no quedarse en casa".
Lucía sabe llenar esos temidos momentos de baja actividad profesional. Se ha matriculado en historia en la universidad a distancia. En invierno practica snowboard, y está aprendiendo a jugar al golf. "Pareceré muy pija, pero me da igual", dice. "Es divertidísimo y muy difícil". También se ha apuntado a un curso de cocina, otra de sus pasiones. "El otro día me reía con mi padre", cuenta, "porque nos preguntábamos qué nos llevaríamos a una isla desierta, y los dos dijimos que nos llevaríamos un cocinero". Le gusta salir por la noche con sus amigos, ir a conciertos, a bares aunque también disfruta de las mañanas y de quedarse en casa a leer o a ver películas. Hace collares, pendientes y otros complementos de bisutería. Y también "cosas surrealistas" como sacarse el PER, el título de patrona de embarcaciones de recreo.
A todas esas actividades parece que no les dedicará mucho tiempo por lo menos hasta que pase el mes de enero. Casi al mismo tiempo del estreno de La caja Kovac, la actriz se subirá a las tablas en Madrid en un montaje de Cuento de invierno, de Shakespeare, donde Lucía interpreta a la reina Hermione bajo la dirección de Magüi Mira. Eso la tendrá ocupada más de un mes. Y hay otras dos películas en las que Lucía ha trabajado que llegarán a las salas este año: Dos, de Guillermo Groizard, y El club de los suicidas, de Roberto Santiago.
Lucía asegura no ser hoy muy distinta a la adolescente segoviana que se metió en aquel lejano casting en Madrid hace ya diez años. "Yo siento que soy la misma", dice. "Pero de repente me doy cuenta de que acabo de hacer una película en la que soy una madre". Algo que forma parte de sus planes también en la vida real. "Me gustaría verme casada con mi novio y con cuatro hijos", responde cuando se le pide que mire a un futuro lejano. "Quiero ser madre ya. Si no, qué pena de vida. Me veo con una familia, viviendo en Madrid o en el campo, que yo soy muy de pueblo. Y siendo actriz. Haciendo papelones y trabajando lo justo para poder vivir bien y poder alimentar a mis hijos. Yo no volvería a tener 18 años. Me gusta cumplir. Una mujer a los 50 o 60 es maravillosa. Ya tienes los problemas resueltos. Ah, y me imagino con el pelo largo", remata, en un arranque de coquetería.
'La caja Kovac' se proyecta en cines de toda España. www.lacajakovac.com.
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