La reina Valentina
Los mayores no dijeron nada, y su marido tampoco, aunque a él le cayó una tarjeta regalo, sin más. El pequeño, sin embargo, se fue viniendo abajo mientras abría paquetes.
-Pero ésta es la clásica, y yo había pedido la plus, ¿no? ¿A que pedí la plus, mamá?
-Pues ya no me acuerdo, hijo, pero como hay tantísimos niños, y los Reyes tienen tantísimo trabajo, a lo mejor se han hecho un lío. De todas formas, una consola es una consola, ¿o no?
-Sí, claro, lo que pasa Bueno, que yo quería la plus.
Valentina sabe que ha sido culpa suya, pero no cómo podría haberlo evitado. La vida gasta esta clase de bromas. Ya ni se acuerda de cuántos años se ha tirado montando bronca en el claustro, proponiendo mejoras e innovaciones que nadie ha tenido el valor de acometer, protestando contra esto y lo otro y el sistema educativo en general. Nunca se lo dijo a nadie, porque es demasiado inteligente como para decirlo en voz alta, pero ella quería el cargo. No para figurar, sino para hacer cosas. Estaba convencida de que jamás lo lograría, de que no conseguiría colarse en la lista de nombres masculinos a los que ahora se ha sumado el suyo, a mitad de curso y por sorpresa. Ella quería el cargo y lo ha conseguido. La nombraron directora el 11 de diciembre. Y la Navidad se fue a hacer gárgaras.
-Y este juego tampoco es Yo no pedí Harry Potter 3, no sé Los Reyes han estado tontos este año, desde luego.
-No es eso, enano -por una vez, su hermano mayor decidió comportarse como tal-. Seguro que éste es mejor. He leído una crítica buenísima en Internet
La habían nombrado directora, a ella, la abanderada del movimiento perpetuo, en el único momento del año en el que necesitaba todo su tiempo para hacer lo que en su casa no sabe hacer nadie más. Montar el árbol de Navidad, por ejemplo. Comprar lotería, decidir el menú de Nochebuena, el de Nochevieja; hacer la compra, encargar el marisco, asegurarse de que hay bastantes manteles, bastantes cubiertos, bastantes platos, y vasos, y copas, y botellas de vino, y champán en la nevera. No parece muy difícil. No es muy difícil. Ella lo sabe y se lo dijo: "Vais a tener que ayudarme". "Claro", dijeron todos a la vez. Y siguieron sentados, cada uno en su sitio.
-¿Unos patines en línea? ¡Yo no quería unos patines en línea! Eso lo taché, mamá, ¿no te acuerdas? Lo taché, y pedí un balón de reglamento.
-A lo mejor los balones se habían acabado, y como no tachaste bien lo de los patines, ellos lo habrán leído y habrán pensado pues unos patines.
Pero ella no podía parar, de ninguna manera, no podía. "Vamos a ver ", le dijo el conserje cuando se la encontró en lo que él sigue llamando "la mesa de don Faustino", "porque aquí nunca ha habido ninguna directora ". "Ya lo sé", contestó ella, "pero ahora hay una, ya lo ve". "Por eso digo que vamos a ver ". En ese momento, Valentina se olvidó del pavo, de las nécoras, del turrón. "Os vais a enterar de lo que es trabajar", y lo dijo sin despegar los labios, "os vais a enterar ". Desde luego, se estaban enterando, bastante más de lo que les habría gustado. Pero dedicó la mayor parte de su primera semana de vacaciones a presidir reuniones, y cuando fue a comprar el pavo, ya no había, las nécoras habían volado, los pralinés también, y menos mal que compró un jamón, y mucho huevo hilado, que queda navideño.
-¿Y esto qué es?
-No sé Será una sorpresa, ¿no?
El 24 estuvo de mal humor todo el día. Su marido y sus hijos mayores se hicieron invisibles, porque sabían que tenía razón, pero no fueron capaces de pedirle perdón por haber seguido sentados una semana más. La cena quedó bien, y en Nochevieja logró estar ya a la altura de sí misma. Pero con lo de los Reyes no pudo porque no dependía de ella, eso no podía arreglarse estando en tres sitios a la vez, haciendo la compra a la hora de comer y durmiendo seis horas. Las madres ociosas se le habían adelantado y habían arrasado con todo, las consolas plus, los supermarios, vete a saber, y los balones oficiales de la Champions. Así que sólo pudo escoger sucedáneos. Eso, y un estuche de pinturas de madera, como los de los pintores de verdad, que encontró por casualidad y compró por un impulso incomprensible hasta para sí misma.
-¡Hala, venid todos, mirad, ven, mamá, mira! ¡Los Reyes me han traído un estuche chulísimo, con lápices, y acuarelas, y pinceles, mirad, mirad!
Y en ese momento ya no echaba nada de menos, ningún modelo, ninguna marca, ningún capricho. Valentina respiró hondo, sonrió, y en su intransigencia republicana volvió a pensar que los únicos reyes a los que merece la pena apoyar son los tres Magos de Oriente.
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