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La ofensiva terrorista
Columna
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Que rompan ellos

José María Ridao

El alto el fuego declarado por los terroristas en el mes de marzo no sirvió para unir a los demócratas. La gran pregunta que ninguna fuerza política puede ni debe eludir es si el regreso de la violencia logrará recomponer el consenso. La derrota de los terroristas no será posible, ni por la vía del diálogo ni por ninguna otra, si los partidos democráticos no recuerdan una evidencia irresponsablemente emborronada durante los últimos tiempos: la única línea decisiva, la única frontera que ningún demócrata está autorizado a franquear, es la que separa a quienes recurren al asesinato y a los que no. Incluso, aunque entre estos últimos se disienta, incluso aunque quien tiene las responsabilidades de gobierno llegara a equivocarse. La bomba que estalló ayer en el aeropuerto de Barajas y que, según la información de la que se dispone hasta esta hora, podría haber costado la vida a dos ciudadanos, ha demostrado dos cosas. Que el Gobierno no tenía razón al transmitir un infundado optimismo sobre el final de ETA y que la oposición mentía al decir que el Estado se había rendido ante los terroristas.

"Ningún partido debe eludir la pregunta de si el regreso de ETA logrará recomponer el consenso"
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Si ETA llevaba tres años sin matar no era porque le faltase la voluntad para hacerlo llegado el caso. La suerte en unas ocasiones, y la tarea de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en otras, lo habían impedido hasta ayer mismo. Extraer consecuencias políticas de este hecho, como la de decir que nos encontrábamos ante la mejor oportunidad para acabar con ETA, era olvidar que la banda asesina no porque tenga argumentos para hacerlo, sino porque no conoce escrúpulos ni políticos ni morales para disponer de la vida ajena en función de sus propios fines. Si entendía que la mejor manera de perseguirlos era matar, mataba. Y si entendía lo contrario, declaraba lo que pomposamente llama un alto el fuego, que es la manera en la que los criminales se refieren a no cometer crímenes.

En sus primeras reacciones tras el atentado, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero y el líder de la oposición, Mariano Rajoy, coincidieron en hablar de la supresión o de la suspensión del diálogo, no de la ruptura. Si no es fruto del azar, estamos ante un primer gesto de responsabilidad compartida que debería dar lugar a la reconstitución íntegra del consenso en materia antiterrorista. Con independencia del error o del acierto al iniciar el llamado proceso, lo que es verdad es que el mayor regalo que se le podría hacer a ETA en estos momentos es que sean los demócratas los que declaren la ruptura. Ésa es la relegitimación que desean, ese es el banderazo de salida que esperan para volver a cometer sus crímenes, amparándose en la excusa de que el Estado se niega a reconocer por las buenas lo que ellos llaman las aspiraciones del pueblo vasco, es decir, sus fantasías minoritarias y asesinas. Detener y no romper, ese es el camino. Pero no para continuar con ningún proceso, con ninguna mesa, sino para fortalecernos como demócratas, para estar en condiciones de afrontar unidos cualquier cosa que los terroristas hagan a partir de ahora, matar o declarar un alto el fuego.

A la larga lista de sus atrocidades, hay que sumar hoy la de Barajas. Y aunque materialmente eso ya sea una ruptura, que no sigan hablándonos de ramas de olivo, que no sigan confundiendo: que también formal y explícitamente rompan ellos.

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