¿Ha valido la pena?
El presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, dirigiéndose a uno de los ilustres invitados que asistieron a la ópera Fidelio, de Beethoven, en el Palau de les Arts anteayer, dejaba en el aire al final de la representación una pregunta de resonancias psicológicas: "¿Ha valido la pena?", decía, haciendo alusión más que al desplazamiento desde Madrid de su interlocutor, al resultado final de una obra arquitectónica inalcanzable, cuya puesta de largo era una ópera de ideas, a la que el público había respondido con un entusiasmo delirante. Era una frase que manifestaba, por encima de todo, la necesidad del éxito, la justificación de la inversión, la búsqueda de reconocimiento de una manera de hacer ciudad.
Valencia se descolgó para la inauguración lírica del Palau de Calatrava con una ópera alemana, lo que marcaba ya de entrada diferencias respecto a las recientes reaperturas del Real de Madrid, que lo hizo a la española, y del Liceo de Barcelona, que optó por una solución italiana con Puccini de salvamantel. ¿Quién se acuerda ya de aquellos dos fallidos espectáculos, de no ser para denostarlos?
Valencia pensó en un momento abrir con Don Carlo, de Verdi, pero al final optó por Fidelio, una ópera sobre las libertades, más sinfónica que puramente vocal, con una música antológica a sus espaldas. Una obra abierta, como decía Giorgio Strehler, construida "como una especie de desafío al orden clásico, a la lógica, a la gramática de la ópera. Un desafío muy difícil, pues el compositor aceptaba todo el material negativo del melodrama. No lo rechazaba sino que, al contrario, lo asumía gracias a una capacidad de síntesis dramática y musical tan potente como la de Verdi".
El toque diferencial de Valencia ha sido, en cualquier caso, la creación de una orquesta juvenil para su teatro de ópera, una opción que ni Madrid o Barcelona supieron o quisieron plantear. Y aunque la orquesta está todavía verde y el miedo escénico de la première se notó en más de una ocasión, lo cierto es que cuando los músicos se centraron consiguieron una obertura Leonora III de sonido hermosísimo que puso al público en pie. Fíjense, lo más aplaudido de la noche fue un fragmento sinfónico y no un aria vocal.
Claro, tenían al frente a Zubin Mehta, un director comunicativo como pocos, que se volcó en el empeño de una manera entusiasta. Y así el espectador valenciano podía sentirse como si estuviera en Múnich, donde el propio Mehta dirigió a un elenco con los mismos cantantes el pasado julio. El oficio de la Orquesta de Baviera quedaba compensado por la ilusión de los jóvenes de la Orquesta de la Comunidad Valenciana.
Y además, el Coro de la Generalitat Valenciana, el mejor de España desde hace tiempo, que dejó para la historia de la ciudad un par de brillantes intervenciones, especialmente un coro de prisioneros en el primer acto realmente estremecedor. Valencia ha ganado por goleada a Madrid y Barcelona en las ceremonias de inauguración o reapertura de sus teatros de ópera.
¿Ha valido, pues, la pena el esfuerzo? Pienso que sí, siempre y cuando se administren bien los mimbres de salida, si Maazel y Mehta desarrollan al máximo las capacidades de los jóvenes instrumentistas, si logran crear una atmósfera de equipo. Una orquesta es algo más que una suma de individualidades, por muy destacadas que éstas sean. La aventura no ha hecho más que empezar y sería dramático bajar la guardia después del éxito inicial. El primer paso ha sido brillante, pero queda prácticamente todo por hacer.
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