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Reportaje:

Muchas estrellas, poco cine

La Fiesta de Roma cierra su edición con garantías de continuidad

Enric González

"La Fiesta del Cine de Roma ha tenido más éxito como fiesta que como cine, se han alcanzado los objetivos y el resto no importa". El juicio procede de Ettore Scola, presidente del jurado popular y parte interesada, pero se ajusta a la realidad. Las salas del Auditorium se han llenado cada día, la gente se lo ha pasado bien y el accidente de metro ocurrido el martes no ha quebrado los ánimos. Como se preveía, el concurso cinematográfico ha quedado muy en segundo plano. La satisfacción popular, sin embargo, parece garantizar la continuidad de la Fiesta del Cine.

Incluso uno de los más feroces críticos de la Fiesta, Nanni Moretti, acabó cediendo y se acercó al Auditorium para ver Torpedo rojo, el documental sobre el escritor paralítico Rubén Gallego. Día a día, las reservas iniciales fueron disipándose. Walter Veltroni, alcalde cinéfilo e inventor de la Fiesta, podrá cantar hoy victoria en el acto de clausura. La presencia de grandes cineastas y de estrellas fue una apuesta personal del propio Veltroni: quería glamour a cualquier precio. Y alentó los encuentros con el público, que salieron más o menos divertidos.

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Scorsese marcó la Fiesta. Su última película, Infiltrados, fue introducida con calzador en el programa, dada la inminencia del estreno en Europa, pero valió la pena porque se trata de un filme formidable. Con una contraindicación: proyectarla al inicio de la Fiesta condenó al enanismo todo lo que vino luego.

El cine italiano mostró las flaquezas que lo afligen en los últimos años. Obras como A casa nostra, de Francesca Comencini, presentada ayer, no dan la talla ni en Roma ni en ninguna otra parte. Una curiosidad interesante, de méritos no estrictamente cinematográficos, fue Fascistas en Marte, obra de Corrado Guzzanti, hermano de la autora de Viva Zapatero y conocido humorista satírico. Fascistas en Marte, subtitulada O Marte o muerte, traslada al planeta rojo a un grupo de zumbados mussolinianos y no tiene otro objetivo que reírse de ellos.

Los premios del concurso serán conocidos hoy. La decisión corresponde a un jurado popular, lo que agrega incertidumbre al asunto. El nivel de las películas seleccionadas no ha deslumbrado a nadie, aunque algunas piezas no habrían desmerecido en festivales de mayor tradición y renombre. Como This is England, de Shane Meadows, un retrato de la Inglaterra thatcheriana de los años ochenta, vista a través de los ojos de un joven skinhead melancólico. O Mon colonel, de Laurent Herbiet, con guión firmado por Costa-Gavras, una mirada seca sobre la guerra de Argelia y sobre las torturas infligidas por los militares franceses a los independentistas argelinos. O Fu Zi, una elegante reflexión sobre las decepciones familiares de un niño, que marca el retorno del cineasta de Hong Kong Patrick Tam tras 17 años sin firmar una película.

En el aspecto organizativo abundaron los fallos. El principal, la sobredosis de proyecciones y la coincidencia en los horarios. También resultaron habituales incidentes como la rotura de bobinas, la falta de subtítulos o la insuficiencia de plazas en los cines. Pero, en general, tanto los organizadores como el público lo sobrellevaron todo con notable buen humor.

La continuidad de la Fiesta del Cine romana parece asegurada. Las dudas girarán en torno a las fechas y el formato. Celebrar la Fiesta en octubre, casi inmediatamente después de la Mostra de Venecia y del Festival de San Sebastián, no convence a nadie. Mario Monicelli, el único gigante del cine italiano que todavía respira, habla y camina, propone que la próxima edición se celebre a finales de invierno o principios de primavera. Su idea suscita un cierto consenso.

Más complicada se presenta la cuestión del formato. Entre las fórmulas que se estudian figura la de combinar un concurso modesto con retrospectivas bien preparadas y un par de estrenos de alto nivel. La presencia de estrellas, en cualquier caso, no se discute.

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