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Análisis:ANÁLISIS | La campaña electoral en Cataluña
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La llave cambia de mano

Josep Ramoneda

Todo induce a pensar que, a diferencia de lo que ocurrió en 2003, el día siguiente de las elecciones de Todos los Santos, nadie se irá de vacaciones. Una vez se conozcan las cotizaciones definitivas en el mercado de los votos, empezará el mercadeo de las alianzas. Y utilizo estos términos porque la política aparece más alejada que nunca de los proyectos y de las ideas y más vinculada al regateo de bazar. Sin ir más lejos, lo hemos visto en la negociación de los Presupuestos Generales del Estado, en los que un proyecto que CiU había condenado con una enmienda a la totalidad, por arte de un par de concesiones que el ministro Pedro Solbes hizo a Duran Lleida se convirtió en un proyecto digno de ser tomado en consideración. Una de dos: o los presupuestos no eran tan malos y CiU pretendía votar en contra por puro oportunismo; o los presupuestos merecían un suspenso pero se decidió dejarlos pasar por puro oportunismo.

Naturalmente, esta nueva escena de sofá entre el PSOE y CiU ha reabierto el debate de las alianzas poselectorales. Cualquiera que haga el ejercicio de colocarse en el papel del presidente José Luis Rodríguez Zapatero entiende perfectamente su posición. ¿Qué le interesa al Gobierno de España? Una alianza en Cataluña que le garantice plenamente la mayoría parlamentaria hasta final de la legislatura y que refuerce el aislamiento del PP, que le asegure que el drenaje de votos hacia el PSOE en las generales continuará y que aleje de la vista del presidente el cáliz de Esquerra Republicana y del tripartito, gasolina de primera calidad para que el PP siga incendiando España. Con lo cual, la opción de Zapatero es de sentido común: un Gobierno CiU-PSC.

¿Basta que lo quiera Zapatero para que, si los resultados lo permiten, sea realidad? El presidente está en aquella fase, por la que todos los ocupantes de La Moncloa han pasado en algún momento, en que se cree que no hay ningún obstáculo que pueda impedir que sus deseos se conviertan en hechos. Y no parece que la magistral venganza de José Bono le haya servido de lección, que es para lo único que podía ser útil. Todo el discurso de la alianza sociovergente parte del insistente rumor de que Zapatero prometió a Mas que la próxima vez en Cataluña gobernaría la lista que obtuviera más escaños. Artur Mas, Atila de sucursalistas, no tiene ningún inconveniente en jugar al sucursalismo de la promesa cuando le conviene, y pacta con Zapatero una cosa que tendría que haber pactado con José Montilla o el PSC.

Si Mas no llega primero, no será presidente, porque así se ha comprometido ante notario. ¿Pero aceptará que su partido entre en una coalición presidida por Montilla? Es dudoso. O sea, que la voluntad de Zapatero puede romperse por el lado del que pacto con él. Pero si Mas llega por delante, Montilla en ningún momento ha prometido renunciar a ser presidente. Con lo cual entramos en una cuestión de aritmética política. ¿Cuál es el diferencial de escaños entre CiU y el PSC que haría inviable el tripartito? Legal lo será siempre que sume la mayoría. Pero el umbral de lo razonable, ¿dónde se sitúa? Si la diferencia fuera igual o menor que la actual no hay ningún impedimento para el tripartito, y tampoco la habría incluso si la distancia aumentara en dos o tres escaños. A partir de aquí cada vez sería más difícil de explicar. Pero Montilla, ¿con un resultado aceptable, se sacrificaría y renunciaría a ser presidente -el cargo que más ilusión le hace, según la retórica de campaña- a gloria y honor del PSOE? Zapatero piensa que sí, pero la última palabra la tiene Montilla. Su sacrificio sería un acto de fundamentalismo sucursalista.

Tengo la impresión de que la principal diferencia entre estas elecciones y las anteriores es que sí en 2003 Esquerra tenía la llave, ahora la tendrá el PSC, en la medida en que esta vez es la primera opción de CiU a la hora de las alianzas.

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