_
_
_
_

'Sherpas' del desierto

Ésta es una historia en torno a la arqueología que pocas veces se cuenta. A sus protagonistas los hemos llamado 'sherpas'. Sus antepasados fueron ladrones de tumbas. Ahora buscan tesoros legalmente en Luxor

Sus antepasados fueron ladrones de tumbas y ellos siguen buscando en la arena, y desenterrando, los tesoros que acompañaron a los faraones del antiguo Egipto en su paso a la otra vida. Pero legalmente. Sin ellos, el trabajo de los poderosos arqueólogos occidentales sería muy difícil, por no decir imposible. Algunos forman parte de auténticas dinastías familiares, las mismas que acompañaron a los popes de la arqueología mundial a principios del siglo pasado, los Carter y Herbert, cuyos hallazgos han pasado a la historia y a las aventuras cinematográficas.

Son los obreros de las grandes misiones arqueológicas internacionales; egipcios de estampa casi bíblica, con turbante y galabeya, enjutos y surcados de arrugas prematuras, que ayer transportaron los obeliscos que partieron para Europa, excavaron las grandes tumbas y posibilitaron el acceso a momias y tesoros como el de Tutankamon, y hoy, buenos conocedores del terreno, siguen excavando, construyendo muros y trasladando cascotes. Siempre estuvieron allí. No han pasado a la historia y pocas veces han sido citados en los libros, excepto como saqueadores de tumbas. Son los "obreros egipcios", la otra cara de los "doctores occidentales" en cualquier excavación en Egipto.

Más información
Los egiptólogos creen que los sarcófagos encontrados en Luxor corresponden a cortesanos

El fotógrafo Carlos Spottorno les ha dotado ahora de individualidad e identidad en su libro Buscadores de historia -pequeño de formato, pero presente en el Reina Sofía o la Tate Modern-, fruto de sus dos campañas como fotógrafo oficial del Proyecto Djehuty, la expedición arqueológica española que en Dra Abu el Naga, en Luxor (la antigua Tebas), investiga las tumbas de Djehuty y Hery, dos altos dignatarios de la dinastía XVIII (1.500 años antes de Cristo), descubiertas nada menos que por el mismísimo Champollion, que desentrañara la escritura jeroglífica de la piedra Roseta, y que permanecían intocadas desde hace un siglo.

Ahora los egipcios son Alí Farouk, Fadel Sabed Ahmed, Ednaani Mohamed Abit o Kamal Helmi, y aunque sus rostros, de ojos penetrantes y gruesos labios, parecen escapados de cualquier película de Hollywood, son reales.

Sus turbantes de múltiples formas y colores, que sostienen con una elegancia y naturalidad difícil de superar, fueron el primer gancho para el fotógrafo. Pero sólo el primero, porque enseguida quedó atrapado por el factor humano del grupo. "Todos llevan un tocado, distintos tipos de turbantes. A menudo son simples bufandas que se ponen en la cabeza de cualquier manera, pero que nunca se caen. Yo aprendí a hacerme un turbante, pero siempre se me acaba cayendo, por muy fuerte que me lo ate. Ellos simplemente se lo apoyan en la cabeza y, no sé cómo, nunca se cae. Además, cada uno tiene su modo característico de ponerlo, es casi como un código genético. Puedes distinguir a una persona por su turbante. Fue una de las cosas que me llevaron a hacer la serie de retratos".

Spottorno, de 35 años, trotamundos impenitente como buen hijo de diplomático (nació en Budapest; pasó la infancia en Roma, Marruecos, París y Madrid, y estudió bellas artes en Roma y Reino Unido), entre cerámicas y momias se quedó atrapado por la estética del turbante. No en vano, antes que fotógrafo fue pintor y un buen conocedor del mundo de la publicidad internacional.

Pero el ahora fotógrafo freelance (una de sus imágenes del desastre del Prestige ganó el World Press Photo) dice que, desde la primera vez que vio el panorama en Luxor, lo que enseguida le vino a la mente fue el paralelismo de estas personas con los sherpas del Himalaya. "Es gente aclimatada, que conoce el terreno y sin la cual la actividad de los occidentales es imposible. Me gusta conocer a gente que tenga algo que contar, y disfruto haciendo retratos siempre que tengo tiempo de establecer alguna relación".

Y en Egipto lo tuvo. Conoció a los trabajadores y a algunas de sus familias. Entró en sus casas y le invitaron a comer y beber. Porque el "doctor Foto" es para ellos un personaje importante de la expedición, quizá sólo por debajo del mudir, el jefe, José Manuel Galán. "Les parece increíble que esté en todas partes, que sea al segundo que llaman cuando hay grandes descubrimientos, y que a Galán, que nadie le dice lo que tiene que hacer, yo le diga dónde se tiene que poner para la foto… Es una cuestión de jerarquía".

La jerarquía es para ellos muy importante. En realidad, ser rais (capataz) en Egipto es un privilegio dinástico. Para ser rais se tiene que pertenecer a una familia con grandes capataces. Hay varias familias con solera. Una es la Ab Del Rasul, que desciende del guía que llevó a Carter hasta la tumba de Tutankamon (bien conocida como ladrones de tumbas, se enfrentaron con Gaston Maspero, que acabó haciendo rais a uno de ellos). De hecho, un descendiente directo es hoy propietario del hotel Marsam, emplazado en lo que fue primera casa de la misión epigráfica de la Universidad de Chicago en 1924. Otra dinastía es la de los Farouk, a la que pertenece el rais Alí Farouk al Quiftaoui, que trabaja con los españoles.

En las necrópolis tebanas, hoy día, los Farouk, originarios de Quift (la antigua Coptos, cuna de los mejores capataces), son la familia predominante, y el rais Alí, que comenzó llevando espuertas de escombros y picando con su padre, ha trabajado en todo Egipto. "Es una especie de freelance de lujo, que va de proyecto en proyecto y al que hasta le tientan los headhunters locales", asegura Spottorno.

Alí Farouk es una figura muy peculiar en las excavaciones: es quien dirige a los trabajadores -unos 80 en la española-, hace de intérprete, se ocupa de los trabajos más delicados y, sobre todo, es el consejero o asesor de los arqueólogos. "Los conocimientos del capataz, su experiencia, son importantísimos", asegura el egiptólogo José Manuel Galán, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y director del Proyecto Djehuty. "Alí es una pieza fundamental del equipo. Se muestra muy autoritario con los obreros, pero les cuida, es muy paternal, como el jefe de una tribu. En realidad es un poco como en el antiguo Egipto: él se considera el mejor capataz, y te cuenta su árbol genealógico y las excavaciones en las que ha trabajado su familia…", dice Galán, quien no escatima elogios hacia su capataz. "No imagino la excavación sin él. Lo que hace el resto de los trabajadores en España lo harían estudiantes, pero no puedes llevarte 80 estudiantes a Egipto… Pero el rais nos dio unos consejos fundamentales desde la primera campaña. Por ejemplo, nuestro yacimiento está al pie de una colina en la que suele haber desprendimientos, y él tuvo la idea de construir un muro de piedra que lo protegiera. Y hay problemas de escombros dentro de las tumbas que ha solucionado de una forma muy práctica".

Alí Farouk tiene una personalidad muy marcada. Es un hombre muy fuerte, pero capaz de una gran sensibilidad. Habla un mal inglés, tan malo que casi la única preposición que usa es for, y se pasea por el yacimiento sin soltar el teléfono móvil y un bastón, signo de autoridad y mando, heredado de su padre, que participó en el descubrimiento de las estatuas de Sekhmet, en el templo de Luxor. "Nadie que no sea rais puede llevar bastón de mando. Le sirve para apoyarse con elegancia, para señalar objetos o personas, para mover piedras y sobre todo para amenazar con él a las cuadrillas y azuzarlas a trabajar más rápido. En realidad es una farsa, un juego sobreentendido entre él y los trabajadores. Él hace como si estuviera enfadado y ellos súbitamente aprietan el paso o dejan de hablar entre ellos. Y suele lanzar unos gruñidos muy fuertes con los que acompaña sus gestos amenazantes", dice Carlos Spottorno.

Un mundo jerarquizado, pero que tiene sus claves a la hora de medrar en la arqueología. Por supuesto, siendo serio y trabajador, pero también con suerte, porque el nivel de cada trabajador está ligado a la cantidad y calidad de hallazgos que hace. "No sé si será coincidencia, pero la verdad es que los mejores siempre encuentran más cosas", dice Spottorno, para quien la liturgia del hallazgo es muy interesante. "Empieza siendo un pequeño rumor. Después viene la interpretación. Si va el jefe, José Manuel Galán, la cosa es importante. Si va 'doctor Foto', es que es buena, buena. Y si ya se acercan los demás doctores, dejando de lado durante un momento lo que estén haciendo, es que hay algo de verdad muy bueno". En el fondo, todos esperan un hallazgo histórico que reparta dinero y un poco de gloria. Llevan años sin encontrar algo lejanamente parecido al tesoro de Tutankamon, que se ha convertido en una especie de El Dorado para los egipcios. "Por supuesto, nadie admite este hecho, pero yo he visto el brillo emocionado en la mirada de los trabajadores cuando durante un momento todo es posible", señala el fotógrafo.

Un brillo que quienes pican y limpian con palaustrin y pincel -la más alta categoría después del rais-, dotados de buen ojo para ver piezas antes de que salgan, discretos y de confianza, todavía reservan para las tumbas de Djehuty y Hery que no se han atacado. Brillo que no faltó cuando descubrieron la Tablilla del Aprendiz, una pieza de madera estucada con varios jeroglíficos y el único retrato frontal de un faraón que existe en el mundo (posiblemente la reina Hatshepsut, la única mujer faraón que reinó 22 años y a cuya corte perteneció Djehuty); las momias de la Dama Blanca y la Niña Nubia, o el fantástico juego de Senet encontrado este año, una mezcla de juego de la oca y backgammon típico del antiguo Egipto.

Porque las cosas funcionan así: si el hallazgo ha sido bueno, hay mejor paga los jueves. Y entonces, el baile y el canto, que inicia siempre el pícaro y entrañable Mahmud Rostov, es por todo lo alto.

Marga Conde es quien mejor puede hablar de estos hombres -que han llegado a ser 100- porque los conoce uno a uno con nombres y apellidos, familias, problemas y alegrías. Conde es la administradora de la misión y a quien ellos llaman simplemente Bank, porque es quien controla, maneja el dinero y paga. Un trabajo no exento de dificultades en Egipto. "Fue un poco complicado el primer año porque era una mujer haciendo el trabajo de un hombre, es decir, contratar y despedir, pagar los sueldos y reñirles si era necesario… ¡No sólo tenían que sufrir el control del rais, sino el mío también! Pero pronto me gané el respeto de todos, supongo que porque vieron que trabajaba tanto como el que más, y si había que cargar una espuerta, la cargaba [para ellos es humillante que una mujer haga lo mismo]; porque conozco sus preocupaciones, y, aunque parezca terrible, porque impongo mi autoridad sin remilgos y esto es apreciado: si te impones, te respetan".

Conde, que ha entrado en sus casas y conocido de cerca sus penurias, se siente una privilegiada al poder disfrutar de sus risas y compañía. "Me encanta trabajar con ellos, puedo poner la mano en el fuego por todos y cada uno de mis hombres. El año pasado fueron muy felices cuando supieron que, ¡por fin!, me había casado. Todos me felicitaban e insistían en que ahora tenía que tener hijos… Dejé de fumar como una carretera con ellos, y, de alguna forma, el no fumar y ser una mujer casada hizo que me trataran de otra manera, más como mujer que como jefa. Así que volví a fumar, e incluso casi llegué a las manos con un chulito, y todo volvió a la normalidad. ¡Y ellos me felicitaron por volver a ser la de siempre!".

No se puede obviar que todo Luxor vive, de un modo u otro, de la arqueología: de la pasada -en los museos-; de la presente, con las excavaciones, o del turismo. Los arqueólogos actuales, muchos y de todas las partes del mundo, dan trabajo a miles de personas, de modo directo (en los yacimientos) e indirecto (carpinteros, albañiles, conductores, traductores, lavanderos…). Sin hablar de la hostelería. Lo que significa que los egipcios suelen ser agradecidos con sus fuentes económicas. Pero, en su división del mundo en categorías -egipcios, turistas y doctores (los arqueólogos)-, parece que los españoles salen bastante bien parados. "Ellos dicen que prefieren a los españoles, pese a no ser los mejor dotados económicamente, caso de los americanos, japoneses o alemanes, porque aseguran que nos comportamos mejor. El que todo el equipo, con el director al frente, llame a cada trabajador por su nombre es algo inaudito para ellos, porque nadie les llama nunca por su nombre. Lo normal es: ¡eh, tú!", dice Spottorno.

Las relaciones que establecen con los trabajadores es, según Galán, lo que les distingue quizá de otras misiones que tienen una relación más distante. "Intentamos ser generosos y ayudarles en lo que podamos, aunque, por muy generosos que seamos, ellos son siempre más. Con lo poco que ganan, siempre están dispuestos a hacer una colecta para un compañero necesitado. Te dejan boquiabierto".

Y a los egipcios les deja boquiabiertos que cuando llegan los españoles, empezando por el jefe, les saluden con dos besos, algo habitual entre hombres en su cultura. "Es cuando realmente te convierten en su hermano, que es como se llaman entre ellos". Otra cosa que agradecen vivamente es que los arqueólogos se mezclen con ellos entre el polvo y las piedras, cosa que pocas veces hacen los egiptólogos occidentales. "En muchos casos trabajamos codo a codo con ellos. Este año en la excavación de los pozos, que eran muy incómodos, nichos de un metro de altura llenos de tierra, con mucho polvo y poca luz, hemos estado juntos. Y ellos valoran que te ensucies, porque hay muchos egiptólogos que no se manchan… Para mí es algo obvio, porque si voy a excavar a Egipto es para mancharme", dice Galán.

Lo cierto es que, cada año, el 'rais' Farouk invita a los miembros del equipo del Proyecto Djehuty a cenar en su casa con su extensa familia. "Cuando estás con ellos y ves como viven te das cuenta de lo estúpidos que somos por ahogarnos en un vaso de agua, por habernos olvidado de sonreír. El sentido de comunidad de los egipcios contrasta con nuestro individualismo y despreocupación por los demás. El primer año me sentí una estúpida total por haber perdido la alegría de vivir, y desde entonces procuro vivir todo intensamente", dice Marga Conde, Bank.

Otra de las mujeres del equipo, la arqueóloga María José López Grande, especialista en cerámica, señala lo peculiar del trato cuando la que dirige es mujer en una sociedad donde mandan los hombres. "En ese sentido, soy la 'dutura María', porque la jerarquía es muy importante… Y les debo de parecer bastante extraña porque llego una semana después que los demás y me voy directamente a trabajar con la cerámica en una jaima, y de vez en cuando salgo para ver cómo están de rotas las piezas… Uno de los hermanos del rais, Mohamed, trabaja conmigo, y es un hombre estupendo. Le encanta la cerámica, y desde el primer momento aprendió cómo tenía que restaurar las de este periodo. Él trabaja por la mañana con el equipo de excavación, y cuando los demás se van, a la una de la tarde, se viene conmigo simplemente porque le gusta la cerámica. Es divertido que a veces, cuando está excavando y encuentra un trozo, abandone el trabajo para venir todo contento a enseñármelo. Nos entendemos fenomenal con su poco de inglés y mi poco de árabe".

Spottorno, que prepara un gran libro con todo este material, arqueológico y humano, del que los sugerentes retratos de Buscadores de historia son sólo un aperitivo, recuerda divertido el proceso fotográfico. "Les gustan mucho las fotos y son muy conscientes de su cara e indumentaria -algunos, los más jóvenes, llevan vaqueros debajo de las galabeyas- y de la imagen que tienen. Y el que encuentra algo, rápidamente se fotografía con la pieza… Con los retratos fue muy curioso: todos quisieron pasar por el improvisado plató. Hubo que regular el paso por la cámara para que no se produjeran conflictos. Todos querían estar allí. Y todos me pidieron luego los retratos, ¡incluso a los que no había fotografiado!".

Buscadores de historia, dice Spottorno, quiere ser una reflexión acerca de la individualidad del ser humano. "Una experiencia que me llevó, de ser un espectador imparcial de unos acontecimientos, a tomar una actitud empática respecto a los que me rodeaban".

A lo mejor por eso, y aunque China está en su futuro inmediato, en la próxima campaña egipcia, en 2007, Carlos Spottorno estará nuevamente en Luxor. Las tumbas, y quizá las momias, de Djehuty y Hery aguardan. Y ya falta poco.

Saab Abulofa, casado y con tres hijos, compite cdon su primo, Mohamed, para ver quién encuentra el objeto más bonito de la excavación. Cuando es bueno como el fragmento de jeroglífico que sostiene en la imagen, cuenta para la promoción.
Saab Abulofa, casado y con tres hijos, compite cdon su primo, Mohamed, para ver quién encuentra el objeto más bonito de la excavación. Cuando es bueno como el fragmento de jeroglífico que sostiene en la imagen, cuenta para la promoción.CARLOS SPORTTORNO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_