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Reportaje:54º Festival de San Sebastián

Del Dogma a la comedia de enredo

Lars von Trier sorprende con una inteligente sátira donde no deja títere con cabeza

Ángel S. Harguindey

Con Karaula, del croata Rajko Grlic, concluyeron las proyecciones de las películas de la sección oficial que aspiran a alguno de los premios del certamen. Previamente, se presentó -fuera de concurso- El jefe de todo esto, la nueva película de Lars von Trier. Hoy sábado se proyectará, también sin aspirar a premio, el filme Lonely hearts, del estadounidense Todd Robinson, y se dará a conocer el fallo del jurado internacional que, presidido por Jeanne Moreau, y como suele ser habitual, tratará de sorprender a la prensa y al público, probablemente más con la originalidad de sus decisiones que con el aprecio de los sorprendidos.

El jefe de todo esto es la nueva demostración del gran talento de Von Trier. Quien años atrás conmocionó el establecimiento cinematográfico con una hábil jugada de marketing que llamó Dogma, quien después deslumbró con películas realizadas desde el corazón del imperio como Dogville o Manderlay, presenta ahora una comedia espléndida, rodada en Dinamarca en cinco semanas, con actores daneses, con un nuevo sistema de cámara y sonido, Automavisión, y al margen de las grandes alharacas publicitarias, o casi.

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El propietario de una empresa informática danesa está a punto de venderla a un magnate islandés, proceso absolutamente verosímil desde hace tiempo. El problema es que el fundador y dueño de la empresa de alta tecnología se inventó un presidente (el jefe de todo eso) a quien atribuía todas las decisiones desagradables de la sociedad. El gritón y desdeñoso islandés, amante, cómo no, de las sagas, exige que sea el inexistente presidente el que firme los documentos de la compraventa, para lo que se tendrá que contratar a un actor en paro que cumpla dicho papel. Y ahí comienza el enredo, los malentendidos, las crisis de conciencia, los celos y vanidades, toda una galería de sentimientos y situaciones en las que la palabra es la reina de la casa. Unos diálogos espléndidos en los que la ironía no deja títere con cabeza, incluido el cine Dogma, el espíritu nacional ("es típico de los daneses morirse de risa cuando les tratan de estúpidos", escribe el realizador en el press-book), las relaciones laborales, el egocentrismo del actor, el revanchista desprecio del islandés; en fin, lo dicho: un alarde de inteligencia que estimula las risas de los espectadores desde el principio al fin.

Karaula (Puesto de frontera), de Rajko Grlic, es una película correcta que comienza como una comedia costumbrista y termina dramáticamente. La acción transcurre en 1987 en un pequeño puesto de la frontera entre la todavía Yugoslavia y Albania. El teniente al mando de la pequeña guarnición coge una sífilis que, naturalmente, deberá ocultar a su mujer. No encuentra otra solución que bloquear el alejado puesto fronterizo ante la amenaza de una presunta invasión albanesa. Nadie puede bajar al pueblo hasta que pase el peligro, que coincidirá con el fin del tratamiento con antibióticos que recibe clandestinamente. Un arranque divertido que se podría integrar en ese casi subgénero cinematográfico del antibelicismo entendido como fuente de regocijo (MASH, de Robert Altman; Cómo gané la guerra, de Richard Lester; La vaquilla, de Berlanga, o Mediterráneo, de Gabriele Salvatore, entre otras muchas) y que evoluciona lentamente hacia un final dramático. Como se apunta en la última escena, cuatro años después de los hechos narrados, Yugoslavia dejó de existir inmersa en una terrible guerra civil.

Ya sólo queda cumplimentar una vez más el rito de la quiniela de los premios, ritual que no tiene otra finalidad en este caso que el comprobar las diferencias que existen entre el jurado internacional y el cronista, y en las que, por supuesto, el jurado siempre tiene la razón de seguir aceptando como válida aquella frase tan querida por los ya casi extintos marxistas-leninistas que sentenciaba: "Docenas o cientos, incluso miles de ojos, ven más que dos", un cuantitativo ataque al individualismo.

Mejor película: Delirious (Tom DiCillo), Vete de mí (García León) o Niwemang (Bahman Ghobadi). Mejor director: Agnieszka Holland (Copying Beethoven). Mejor actriz: Nathalie Baye (Mon fils á moi) o Lola Dueñas (Lo que sé de Lola). Mejor actor: Juan Diego (Vete de mí) o Steve Bucemi (Delirious). Mejor fotografía: Ashley Rowe (Copying Beethoven). Mejor guión: Bobcat Goldthwait (Sleeping dogs lie). Hoy se sabrá en qué administración de lotería ha tocado el Gordo.

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