De la literatura al cine
El doctor Henry Perowne duerme siempre desnudo. Tiene 47 años y es un prestigioso neurocirujano. Un día descubre que a las 3.40 ya está en danza. No sabe qué lo ha despertado, pero se levanta, se acerca a la ventana de su dormitorio, la abre, se deja golpear por el frío de la madrugada. Se interroga sobre esa "euforia sostenida y deformante" que lo ha invadido. Observa la ciudad, los escuálidos árboles, "las verjas con sus puntas de flecha negra". Piensa que vive días de desconcierto y de miedo. Reside en Londres, es sábado 15 de febrero de 2003 y están previstas grandes manifestaciones contra la guerra de Irak.
Cortar el aneurisma arterial en el cerebro medio de un joven tenista o hacerle una craneotomía para un meningioma a una mujer de 53 años son algunas de las tareas que hizo Perowne el día anterior, pero lo que le ocurre de madrugada en la ventana de su habitación es que observa en la distancia un fogonazo que recorre el cielo y que va a precipitarse.
Así empieza Sábado, la novela que Ian McEwan publicó en 2005. La prosa se demora deteniéndose con minuciosidad en múltiples detalles, hay un prodigioso trabajo de documentación para contar con tanta familiaridad las complicadas intervenciones de un neurocirujano y no tardará en revelar sus conocimientos sobre el blues, cuando trate de la ocupación del hijo del protagonista. "En el corazón del blues no hay melancolía, sino un extraño jubilo terrenal", escribe. Y, sin embargo, el lector ya empieza a percibir una extraña incomodidad en las entrañas. Algo va a ocurrir. Algo va a desgarrar nuestras cómodas convicciones morales: McEwan ha enfilado ya hacia el lado inquietante de las criaturas humanas.
Todo, además, resulta en su escritura extremadamente visual. Por eso ayer Juan Villoro le preguntó también por su relación con el cine. Habló entonces de Joseph Conrad: "Decía que una de sus preocupaciones esenciales era la de conseguir que el lector llegara a ver lo que él le estaba contando. Es importante conseguir ver lo que ocurre entre las personas y, sin embargo, aunque me gusta ver películas, creo que la literatura ha producido obras casi perfectas que el cine no ha conseguido aún. Le falta sentido de interiorización, aunque a la hora de rodar cuanto ocurre sea electrizante: los platós, los helicópteros, la tensión por movilizar un inmenso engranaje de múltiples voluntades".
Babelia
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