De Rushdie a Ratzinger
Existe la idea de que, cuando un infiel critica al islam, está cometiendo una agresión, pero cuando un musulmán critica otros credos, sólo ejerce la legítima defensa
Ha vuelto a suceder. Igual que hace unos años con la novela de Salman Rushdie, igual que hace unos meses con las caricaturas de Mahoma, un ejercicio de creación literaria, o de crítica periodística, o de reflexión intelectual -es el caso de la conferencia de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona- realizado en uso de la libertad de espíritu que es propia del pensamiento moderno, ha desencadenado la furia del mundo islámico, con su corolario de manifestaciones violentas, amenazas de muerte y exigencias de retractación.
No obstante, hay entre los tres episodios citados -o así me lo parece- una diferencia inquietante: cuando, en 1989, Rushdie publicó sus Versículos satánicos y ello le valió la condena capital dictada por el ayatolá Jomeini, se produjo una reacción casi unánime por parte de políticos, escritores y medios de comunicación occidentales, que se solidarizaron con el autor anglo-indio y rechazaron sin matices la fatwa del guía supremo iraní. Diecisiete años después, en cambio, la ira musulmana frente a las viñetas en el diario danés y, ahora, frente a las disquisiciones teológicas del Papa ha encontrado en Occidente una respuesta muchísimo más blanda, acomplejada y timorata: se ha hablado, en ambos casos, de imprudencia, de provocación, de ofensa gratuita a 1.300 millones de fieles, de -¡horror!- eurocentrismo. ¿Es eurocéntrico tener la libertad de pensamiento y de expresión como valores supremos e innegociables?
Muchos invocan el agravio colonial como justificación del victimismo y la agresividad islámicos, y que debemos encajar sus reproches, incluso si llevan el sello de Bin Laden
No me considero sospechoso de ninguna clase de papismo y he glosado muchas veces las enormes deudas que la Iglesia católica tiene contraídas con la tolerancia y el respeto a las ideas de los demás, desde el proceso contra Galileo a los delirios de la COPE. Sin embargo, tampoco sería justo ver la paja en el ojo propio y no ver la viga en el ajeno: hoy, el islam globalizado (sus páginas web, sus televisiones por satélite, sus portavoces más audibles...) tiene ante Occidente una actitud rencorosa y agresiva, y exige con amenazas un trato abiertamente asimétrico. Asimetría es que, mientras en Europa se multiplican las mezquitas, y los imanes, y las conversiones, y la presencia pública del culto musulmán, en cambio desde Marruecos a Indonesia cualquier forma de proselitismo cristiano esté prohibida, y el abandono del islam se castigue con la muerte, y las iglesias se caigan en pedazos o sean pasto de las llamas. Asimetría es que, mientras aquí analizamos con inquietud -y hacemos bien- una pintada hostil en la puerta de una carnicería halal, en Turquía ya sean tres los sacerdotes asesinados desde la crisis de las caricaturas, y en Somalia fuese abatida el otro día una monja, y en Egipto los coptos vivan bajo acoso permanente, y en el norte de Nigeria las matanzas de cristianos sean rutinarias, sin que las jerarquías islámicas hagan gran cosa por atajar esas agresiones.
La asimetría a la que me refiero, la idea de que, cuando un infiel critica al islam, está cometiendo una agresión, pero cuando un musulmán critica otros credos, sólo ejerce la legítima defensa, se ha hecho aún más visible a raíz del discurso papal en Ratisbona. Los eruditos podrán discutir acerca de la cita de Manuel II Paleólogo, y si el concepto coránico de yihad significa 'esfuerzo interior' o 'guerra santa', aunque los historiadores sabemos que la fulgurante expansión del islam entre los siglos VII y IX se hizo fundamentalmente con el filo de la espada. Pero, incluso admitiendo en las palabras de Benedicto XVI ribetes de censura contra la religión de Mahoma, ¿acaso desde las filas de ésta no se lanzan a menudo ataques mucho menos sutiles contra la fe cristiana o la judía? El islam, en especial el suní, no tiene ni Papa ni Vaticano, pero no por ello carece de intérpretes y portavoces especialmente autorizados. Uno de éstos es el muftí egipcio jeque Alí Guma, que el pasado 7 de agosto aprovechaba la guerra del Líbano para reiterar, desde las páginas del prestigioso diario cairota Al Ahram, la descripción medieval de los judíos como "sanguijuelas que preparan el pan ázimo con sangre humana". En febrero, la justicia británica condenó al predicador anglo-egipcio Abu Hamza al Masri por defender, entre otras lindezas, el derecho de cualquier musulmán a matar a un infiel, aunque sea inocente. En fin, la calificación de los occidentales como "cruzados" se ha convertido ya en un lugar común del lenguaje islamista radical, y hace unos días el número dos de Al Qaeda, Ayman Al-Zawahiri, instó de nuevo a los cristianos a convertirse si quieren salvar el pescuezo. No, ninguno de los personajes citados equivale al Papa de Roma; pero ¿dónde están la Universidad coránica, el consejo de ulemas o de ayatolás, los gobiernos o parlamentos musulmanes, la Organización de la Conferencia Islámica que condenen y se enfrenten de modo rotundo a tales barbaridades?
Ante este panorama, muchos occidentales bienpensantes o acobardados invocan, como justificación del victimismo y la agresividad islámicos, el agravio colonial: el atraso, la falta de libertad y la pobreza que asolan a buena parte del mundo árabe musulmán son culpa nuestra y, por tanto, debemos encajar contritos sus reproches, incluso si llevan el sangriento sello de Bin Laden. Pero es una teoría falsa: ¿acaso la India -por ejemplo- no sufrió la depredación colonialista, y sin embargo es hoy una democracia estable y cada vez más próspera?
Algunos portavoces del islam europeo más comedido han deplorado estos días el discurso del papa Ratzinger porque -dicen- "contribuye a afirmar el prejuicio occidental que rodea al islam como religión violenta". Sí, puede que contribuya. Pero ¿no contribuyen infinitamente más a ese prejuicio antiislámico, a ese descrédito de lo musulmán, los atentados y los complots yihadistas, las arengas que con tanto celo emite Al Yazira o las noticias de que Al Qaeda recluta terroristas suicidas incluso aquí, en Cataluña? A quienes sostienen que el islam es un credo de paz y amor, ¿no debería preocuparles menos el eventual desliz de Benedicto XVI y mucho más la violencia física y verbal que desmiente cada día en los hechos sus arcádicas tesis?
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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