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Reportaje:

El invierno del comandante

Fidel Castro cumple hoy 80 años enfrentado a un enemigo más temible que Estados Unidos: su quebrantada salud

Fidel Castro cumple hoy 80 años con su nombre más unido que nunca al destino de Cuba y de la revolución. Como cabía esperar, un aniversario tan redondo sólo podía llegar a su biografía en medio de una de sus batallas desmesuradas, aunque esta vez el imperialismo no es el adversario a vencer sino otro más temible, su propia salud, quebrantada de improviso a los 47 años y siete meses justos de bajar de la Sierra Maestra como un héroe guerrillero.

Desde aquella madrugada del 1 de enero de 1959, cuando el dictador Fulgencio Batista se dio a la fuga, Fidel Castro ha contado con tres grandes activos para gobernar: su salud de hierro, su carisma aplastante y, sobre todo, el poder, que ha ejercido con astucia y frialdad para mantener bien amarradas las riendas del Estado.

Todas y cada una de las nuevas instituciones fueron creadas a su medida
Ha contado con tres activos para gobernar: salud de hierro, carisma y, sobre todo, poder
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Durante años su salud le ha permitido llevar una vida errante y desordenada, durmiendo tres o cuatro horas al día, cuando más, y casi nunca de noche. A los 65 dejó de fumar, pero ni con la edad cedió su ritmo de desenfreno. Los discursos de tres y hasta seis horas, a veces durante días consecutivos, han continuado hasta hoy, al igual que las interminables reuniones nocturnas con sus colaboradores, pues cíclicamente Cuba se ha visto sometida a tensiones internas y externas agudísimas, muchas veces provocadas por sus propios proyectos descomunales, como si no existiera otro modo de avanzar en política que a trompicones.

Aunque su salud ha sido siempre secreto y asunto de Estado, en los últimos años llegaron los primeros accidentes públicos: un desmayo, en 2001, mientras pronunciaba un discurso en La Habana; una grave caída, en 2004, que le provocó la rotura de la rodilla izquierda, motivo por el que hubo de ser operado. Unido a ello, con el tiempo su proverbial elocuencia y magnetismo al hacer uso de la palabra menguaron, y esto lo admiten hoy hasta sus más incondicionales.

Que la personalidad de Castro es arrolladora, se sabe. Su capacidad de seducción, la persuasión que ejerce en círculos íntimos o ante las masas en una plaza pública fue hasta hace poco una de sus armas principales y la explotó sin piedad. "A Fidel no se le puede dejar hablar", dijo en una ocasión un legislador norteamericano que llegó crítico a una cena en La Habana con Castro y desde entonces milita en Estados Unidos en la causa del fin del embargo.

Sus amigos aseguran que detrás de todo este despliegue verbal y personal se esconde un hombre retraído e inseguro, y más todavía, un hombre solo.

El Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, su confidente y probable biógrafo, se ha preguntado alguna vez si su afán de conversación "no obedece a la necesidad orgánica de mantener a toda costa el hilo conductor de la verdad en medio de los espejismos alucinantes del poder". Otro escritor, el peruano Alfredo Bryce Echenique, quien en los años ochenta compartió no pocas veladas y charlas con Castro, asegura en el primer tomo de sus antimemorias que, a pesar de sus discursos interminables, "era un hombre tan tímido e inseguro como autoritario y solitario. Y siempre necesitaba a un Gabo o un poeta peruano para que le dijeran si un discurso había estado bien o mal".

Estas claves de su personalidad pueden ser importantes para el catre de los psicólogos, pero jamás han sido un obstáculo político para él. En estos 47 años y siete meses, Castro ha demostrado un increíble talento y habilidad para salir airoso de las situaciones más difíciles, incluida la debacle del campo socialista, mortal de necesidad, de la que se libró contra todo pronóstico.

En 1968, tras la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas, la mayoría de su país pensó que condenaría el atropello del gigante. Pero Fidel salió en televisión y luego de conquistar a la gente con su lógica, explicó que "dolorosamente" la antigua URSS no tuvo más remedio que intervenir porque el socialismo corría peligro. De modo increíble, su prestigio y liderazgo permanecieron intactos, e igual sucedió cuando el fracaso de la zafra de los 10 millones, otro de sus planes desproporcionados, que dejó la economía cubana al borde del colapso. Corría el año de 1970 y, al pedir perdón, Castro puso sus cargos a disposición de los ciudadanos; de inmediato le fue renovada la confianza y las insignias de líder máximo.

Esta complicidad, sin perderse del todo, ha temblado. Al comienzo de la revolución, cuando Fidel Castro estaba pronunciando un discurso, cualquiera podía cruzar la ciudad sin perder una idea, pues su voz se escuchaba en las gua-guas, en los centros de trabajo, en los taxis, en todas las radios y televisiones de todas las casas. Esos tiempos ya no volverán.

El poder y su liturgia le llegaron a Fidel Castro en 1959 junto a un cheque en blanco. Se lo firmaron seis millones de cubanos, los que entonces habitaban la isla, y esa cuenta abierta tan tempranamente ha sido vital para llegar a hoy. El Comandante supo administrar este tesoro político con pesa de joyero, compensando el desgaste natural con el oficio florentino de gobernar, innato en él, pero perfeccionado a lo largo de años de conspiraciones y fintas en la boca del lobo, y no sólo el de Washington.

Su intuición fue siempre el fiel de esa balanza, aunque como establecen los manuales guerrilleros nunca planificó nada sin dejar asegurada una reserva a su favor.

Desde el primer instante sabía adónde iba y utilizó el poder para lograr sus objetivos, eso le dio ventaja. Uno de sus más leales compañeros de universidad y conspiraciones, el cineasta Alfredo Guevara, recuerda que muy al comienzo, cuando Castro aún gobernaba en la sombra con un pequeño grupo de colaboradores, entre los que estaba el Che y su hermano Raúl, hoy presidente en funciones, un día Fidel les reveló con una imagen lo que pretendía hacer con el sistema heredado: "Hay que virarlo al revés como un cake y construir desde cero un nuevo Estado".

Así fue. Todas y cada una de las nuevas instituciones, desde los Comités de la Defensa de la Revolución a la Asamblea del Poder Popular, fueran creadas a su medida y a la de la revolución cuando lo consideró conveniente, aunque el núcleo duro del fidelismo descansó siempre en dos pilares: las Fuerzas Armadas Revolucionarias, herederas del ejército rebelde, y el Partido, piezas claves en cualquier escenario futuro.

Antiguos compañeros de lucha, hoy enemigos acérrimos, como Carlos Franqui y Huber Matos, señalan desde el exilio que Castro sólo se mueve por ansia de poder y que, para consolidarlo, no ha dudado en eliminar a sus adversarios y sacrificar a todo aquel que podía hacerle sombra dentro, creando un sistema de miedo y represión que ha funcionado a la perfección. Otros, como el ex comandante de la revolución Eloy Gutiérrez Menoyo, dicen que el mejor aliado de Castro para mantener y alimentar el poder todos estos años ha sido Estados Unidos y su torpe política hacia Cuba.

El 31 de julio Fidel cedió por primera vez -"provisionalmente", según el parte oficial- el poder a un equipo de siete personas encabezado por Raúl Castro. La causa, una grave operación provocada por una hemorragia intestinal, le sorprendió en el otoño de su vida, cuando ponía todas las energías en su viejo sueño de encender en el continente la llama de la revolución bolivariana, esta vez no con armas sino con ayuda del presidente de Venezuela, su amigo Hugo Chávez. Sin esta vocación latinoamericanista y antiyanqui, es imposible comprender su vida en los últimos años.

Como la invasión de Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles, el éxodo del Mariel, el juicio de Arnaldo Ochoa o la desaparición de la URSS, la cirugía mayor de la que Castro trata de recuperarse en un hospital desconocido de La Habana es ya un hito crucial de la revolución, que de nuevo está conectada por un cordón umbilical a la suerte del Comandante.

En dos ocasiones al menos Castro ha tenido que tragar con situaciones y modelos que iban contra sí mismo y su concepción de la vida, más influida por su formación en escuelas de jesuitas que por los manuales de marxismo: cuando a comienzos de los setenta, tras el fracaso de sus planes más idealistas, no le quedó más remedio que introducir en pleno Caribe el ajeno y burocrático sistema soviético o de lo contrario perecer; y 20 años después, ante la misma tesitura, permitir una apertura económica basada en el dinero y contraria a su arraigada "convicción de que -lo retrata García Márquez- son los estímulos morales, más que los materiales, los que pueden cambiar el mundo y empujar la historia".

Según Gabo, Fidel "es uno de los grandes idealistas de nuestro tiempo". Y quizás, dice, "sea ésta su virtud mayor, aunque también ha sido su mayor peligro". Conociendo sus ideas y carácter, la soledad que sintió Castro en aquellos momentos, cuando hubo de transigir con sus principios para que su obra pudiera salvarse, no es nada con lo que puede estar experimentando hoy. Lo que se juega ésta vez es mucho más que su salud. Si algo sale mal, él no estará allí para enderezar el rumbo de la revolución.

Castro, en el Palacio Real de Madrid, durante la Cumbre Iberoamericana de 1992.
Castro, en el Palacio Real de Madrid, durante la Cumbre Iberoamericana de 1992.MARISA FLÓREZ

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