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Marginalidad áurea

Cineasta singular y atípico, Joaquín Jordá realizó una carrera en los márgenes de la industria que le han nimbado con el prestigio de una áurea marginalidad. Y fue precisamente cuando algunas de sus facultades psíquicas resultaron más mermadas y su salud física fue más precaria, cuando más alta se cotizó su gloria, que alcanzó su cénit en vísperas de su muerte. Formó parte de la efímera escuela documental de la productora Uninci, barricada comunista que triunfó y feneció a la vez con Viridiana, de Luis Buñuel. Allí codirigió con Julián Marcos Día de los muertos (1960), cuyas imágenes del cementerio laico de Madrid irritaron a los censores. En 1961 se enroló con Miguel Picazo para replicar al suntuoso El Cid, de Anthony Mann, con su guión de Jimena, que comenzaba con la primera menstruación de la protagonista, y que fue vetado tras viajar de la Junta de Censura a la Academia de la Historia. Fue luego -además de traductor asiduo para Anagrama- el ideólogo de la Escuela de Barcelona, que le debe el feliz aforismo "como no podemos hacer Victor Hugo, hacemos Mallarmé". Para su tribu realizó Jordá con Jacinto Esteva Dante no es únicamente severo, un fresco neodadaísta considerado como el manifiesto de este movimiento. Jacinto y Joaquín cultivaron dos formas de autodestrucción diferentes y Jordá, que le sobrevivió veinte años, repasó la vida de su amigo en el excelente documental televisivo El encargo del cazador (1990).

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Cuando la Escuela de Barcelona declinó, Jordá vagabundeó por Italia y Portugal, instalado en el cine militante proletario, y hasta tuvo la suerte de que Mayo de 1968 le pillara en las barricadas de París. Tras la muerte de Franco, volvió a España y colaboró con Vicente Aranda en varios guiones: Cambio de sexo (1976), El Lute (1986-88), Los jinetes del alba (1989), etcétera. Su actividad profesional se diversificó, como guionista, ayudante de dirección, docente... y combinó tareas mercenarias con su intransigencia autoral: el productor Eduardo Ducay -responsable de Tristana, de Buñuel- me contó que en una ocasión le encargó un guión y le propuso que cuando tuviera una sinopsis se la mostrara, para cambiar impresiones, pero Jordá se negó en redondo a ello: sus proyectos personales eran innegociables.

Durante la transición rodó Jordá un documental emblemático del cine militante, la ocupación de una fábrica por sus obreros en Númax presenta... (1979-80). Estos personajes reaparecerían, mordidos por la usura del tiempo, en su penúltima película, Veinte años no es nada (2004). En medio había surgido su proyecto sobre el neurólogo portugués Egas Moniz, inventor de la lobotomía y premio Nobel de Medicina. Jordá llevó su proyecto hasta el Ministerio de Cultura de Portugal, en busca de subvenciones, pero en cuanto sus funcionarios leyeron su guión se negaron a recibirle. Entonces le sobrevino la hemorragia cerebral que le afectó el área del pensamiento simbólico, inhabilitándolo para la interpretación de signos. Pero Jordá hizo de esta deficiencia intelectual una virtud creativa con su ensayo audiovisual Monos como Becky (1999), de la que fue director y uno de sus actores, mezclado con los internos de un establecimiento psiquiátrico para reflexionar acerca de la fina frontera que separa la normalidad de la anormalidad psíquica. Luego Jordá se basó en una indagación del periodista Arcadi Espada sobre un presunto escándalo de pederastia para realizar su testimonio acusatorio De niños (2003). Algo después le sorprendió la noticia de su cáncer, pero se negó a seguir el tratamiento de quimioterapia prescrito. Completó Del otro lado del espejo (2006), una cita del libro de Lewis Carroll que abordaba la problemática de la agnosia que él mismo había experimentado, y había calculado que podría vivir todavía a lo largo de 2007, para completar un par de proyectos, uno de ellos con el cantante Pau Riba. Pero esta vez sus cálculos fallaron y su intransigencia radical no pudo con la tozudez del destino.

Román Gubern es catedrático de Comunicación Audiovisual de la UAB.

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