Cuando el fin radica en una cascarilla de más
La escaña, una especie de trigo cultivada durante siglos, está al límite por la introducción de variedades más rentables
En una economía de mercado, tener una cascarilla de más puede suponer el fin, el final de una planta utilizada por el hombre durante milenios. A la Triticum monococcum, una especie de trigo conocida como escaña cultivada, le ocurre eso: cuando se realiza la trilla, no pierde la última cáscara que envuelve al grano. Además, con un poco de viento, la planta se tumba y no se puede recoger con la maquinaria de siega actual que se utiliza para el trigo harinero o desnudo, con el que se produce la mayoría del pan que se consume.
Durante milenios, la escaña, una especie resistente, pobló los campos de la Península hasta hace pocas décadas. Pero ahora "la escaña está al límite", afirma María del Mar Gutiérrez, conservadora del Museo Etnobotánico del Jardín Botánico de Córdoba.
En él se custodian y cultivan semillas de escaña y otras especies de trigo vestido (las que conservan esa cascarilla final y fatal). "El problema también reside en que se utilizaba para la artesanía y el alimento de los animales del campo... Como ya no hay animales, ya no hay escaña", sostiene Carmen Jiménez, técnica conservadora de la Escuela Agrícola del botánico de Córdoba. En su huerto, Jiménez también planta especies y variedades de tomates, leguminosas, frutales... Muchas, en peligro de extinción porque ya no se utilizan en los campos. Las semillas las conservan en su banco de germoplasma.
La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) sostiene que hoy sólo se cultivan en el mundo unas 150 especies. Históricamente, existían entre 7.000 y 10.000. "El problema es que en el campo ya no hay agricultores, son industriales que llevan sus cultivos desde una mesa". Gutiérrez pronuncia estas palabras mientras conduce su coche hacia la comarca de las Sierras Subbéticas de Córdoba. A ambos lados de la carretera sólo se ven campos de girasol y trigo harinero. Se encamina hacia Priego de Córdoba. Allí viven José Aguilera (Priego de Córdoba, 1957) y Natividad García (Almedinilla, 1959). Son dos agricultores irreductibles. Tienen una huerta que parece la aldea gala del cómic de Asterix. Allí se han atrincherado y luchan contra la dominación.
Aguilera conserva -en su propio y casero banco de germoplasma- unas 1.200 semillas de plantas de cultivo. La gran mayoría ya no se utilizan en la zona. Además, cultiva esas variedades y especies que sólo recuerdan los vecinos más viejos. "Cuando me dicen que mi forma de pensar es muy romántica, les respondo que, por lo menos, sé lo que me como", afirma.
En su huerto tiene manzanas de cristal ("casi desaparecidas", indica Aguilera), tabaco, hierbabuena, zumaque, habas de sierra, rosas malditas, mandrágora... El agricultor abre la puerta del almacén que tiene en su pequeña parcela y a Gutiérrez se le ilumina la cara. Sale con un buen manojo de espigas de escaña. "Debe de ser el único agricultor de la comarca que aún la cultiva", afirma. "Esto es una reserva genética".
Aguilera planta esta especie desde hace años, cuando un hortelano de la serranía le dio las semillas. Su compañera hace cestería con los tallos de la escaña. Aprendió de una de las ancianas del pueblo. "El papel de la mujer en el campo antes era fundamental", afirma Aguilera. "Ellas se encargaban de guardar las semillas, hacer conservas y mermeladas... Eso se está perdiendo". Aguilera cierra la verja de su huerto. "Cuando me levanto cada mañana, me pregunto qué especie habremos perdido hoy".
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