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La UE se reúne con Rusia para asegurar el suministro energético

La cumbre que comienza hoy en el mar Negro también abordará el tema de la inmigración

Pilar Bonet

El Gobierno de Rusia y representantes de la Unión Europea abordarán a partir de hoy sus discrepancias sobre política energética y seguridad y tratarán de superar su crisis de confianza en la localidad costera de Sochi, a orillas del mar Negro. En su cita semestral al más alto nivel, ambas partes quieren adoptar un tono más conciliador ante la próxima cumbre del G-8, el grupo de los países más industrializados, que se celebrará en julio en San Petersburgo.

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El resultado tangible de la reunión de Sochi no está relacionado con la energía, sino con el tránsito de viajeros y con la firma de dos acuerdos, uno para facilitar los visados a ciertas categorías de ciudadanos rusos (estudiantes, académicos, funcionarios) y otro, denominado de readmisión, para que Rusia se haga cargo de los extranjeros que utilizan su territorio para emigrar ilegalmente a la UE.

En una carta al comisario Andris Pibalgs, responsable de la energía, Víctor Jristenko, el ministro ruso responsable del sector, afirma que la discusión sobre los suministros energéticos está "demasiado politizada" y "confunde a la opinión pública de los países europeos", y ha pedido esforzarse para que el debate sea más objetivo. Sin embargo, en un solo día es difícil restablecer el clima que comenzó a deteriorarse en enero, cuando el consorcio bajo control estatal Gazprom, monopolista de la exportación del gas ruso, cortó el suministro a Ucrania para presionar en una negociación de precios.

Tras el incidente, donde la energía se utilizó como arma política, Bruselas ha puesto el énfasis en la "diversificación" de las fuentes de suministro y Moscú ha respondido con la misma moneda y ha amenazado con buscar clientes en otras latitudes, como China y el Lejano Oriente. Rusia, como proveedor, y la UE, como consumidor, tienen pocas opciones inmediatas, pero han comenzado a replantearse, por lo menos retóricamente, el modelo de relación interdependiente y estable que era la pauta hasta ahora, sobre todo en el mercado del gas, que exige contratos a largo plazo.

A la crisis ha contribuido la torpeza verbal de los directivos de Gazprom, que se niegan a entender las normas para asegurar la competencia en el mercado europeo. Para Moscú, al deterioro de la relación con Bruselas han contribuido los nuevos miembros de la UE, que tienen una memoria histórica negativa sobre Rusia por haber sido satélites o parte de la Unión Soviética (URSS).

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La Comisión Europea quiere que Rusia garantice el acceso de otros productores a las redes de transporte de energía que hoy controla de forma monopolista. A ese efecto, le ha pedido que ratifique la Carta Energética, que suscribió en los noventa, y firme el protocolo de Tránsito, adjunto a ella. Refiriéndose al mercado interior ruso, Igor Shuválov, el asesor económico de Vladímir Putin, ha admitido que "con el tiempo será necesario garantizar el acceso de productores independientes al gasoducto", pero ha afirmado que el monopolio exportador continuará.

Estrategia a largo plazo

Shuválov, que es el encargado de preparar la cumbre del G-8, ha dicho al diario Nezavísimaya Gazeta que Rusia está dispuesta a suministrar petróleo y gas a Europa a largo plazo "asumiendo el papel de líder". "Vamos a continuar nuestra expansión, tanto si a nuestros socios europeos les gusta como si no. Si quieren, conjuntamente con las empresas energéticas europeas, pero vamos a liderar, esto ya está claro", señaló.

A la hora de negociar, Rusia quiere que sus exportaciones de combustible nuclear se acojan también al Protocolo de Tránsito y pretende también asegurarse el acceso a participaciones industriales en Europa. El Kremlin quiere utilizar la tecnología y experiencia occidentales para transformar la economía rusa, basada en materias primas, en una sustentada en el saber, y tal transformación, según calcula Shuválov, es factible en 20 años.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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