El chico de los ojos oscuros
Santiago Roncagliolo se inscribe en una tradición que va de César Vallejo, José María Arguedas, Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique hasta jóvenes autores
Santiago Roncagliolo cumplió 31 años el 29 de marzo, un día después que su paisano y maestro Mario Vargas Llosa. Es aries. Para él, los aries son "creativos, arriesgados y terriblemente tercos". Además, ayer confesó que nunca ha dejado de ser un inconsciente; lo será toda la vida, ya tiene esa experiencia. Y ayer lo repitió delante de su padres, a los que llevó consigo a recibir el Premio Alfaguara. Cuando lo ganó, hace poco más de un mes, su nombre se convirtió en una referencia constante de la prensa de su país, y él se sintió "aterrorizado y orgulloso", porque dejaba de ser un chico de 15 años que soñó con ser un literato, y se encontró en medio de las vaharadas de la fama. En su país lo saludaron como una especie de nuevo Vargas Llosa que ya había empezado por triunfar fuera de Lima y, además, con una novela que, como La ciudad y los perros, ponía en la picota a los militares. Ayer tuvo delante, en la entrega del premio, a aquél a quien ahora siempre quieren compararle. Y se sintió igualmente "aterrorizado y orgulloso", porque siempre tuvo esa imagen, "la cara de Mario Vargas Llosa mirándome", entre las imágenes de sus sueños.
Las cicatrices de Chacaltana le hicieron evocar las cicatrices de Perú y de tantos países
"Llevo más tiempo de fracaso que de éxito, y aún no he llegado al empate"
No se puede tener todo. A Roncagliolo le hubiera gustado tener los ojos verdes de su madre, "y sin embargo tengo estos ojos oscuros y los tendré siempre"; pero de ella, Catalina Lohmann, profesora de Lingüística, escritora, "tengo la vocación literaria, y la pasión por llevarla adelante". De su padre, Rafael Roncagliolo (dijo bromeando), "heredé una gigantesca necedad y una gran terquedad. Y espero que también haya heredado su gran honestidad".
Hace algún tiempo un amigo suyo le previno contra el veneno de la fama; y ayer Santiago Roncagliolo recordaba que no le ha sido difícil echarla a un lado, pero no le importaría convivir con ella. "Es que llevo más tiempo de fracaso que de éxito, y aún no he llegado al empate". Y añadió riendo: "Pero si esto sigue así un día seré un señor insoportable". Ahora asegura que tiene los mismos amigos de siempre, "con ellos no me ha ido nada mal, sigo queriéndoles mucho, y ése también es un alimento de la escritura".
De su anterior novela, Pudor, que se está haciendo cine, Roncagliolo ha pasado a una novela en la que concentra el drama de Perú. ¿Se ha despertado civil? "Cada novela", comentaba ayer, "tiene su afán; quise escribir Pudor, cuando la acabé quise seguirla y me di cuenta de que hay otros temas que me involucran, y siempre responderé cada vez que éstos me convoquen. No hay un escritor civil y un escritor imaginativo: soy yo mismo. Lo que ocurre es que ahora despierto a Perú y me doy cuenta de que si yo asocio mi escritura a lo que ocurre, la gente pensará que escribe el imaginativo; tan fabulosa y dramática es la realidad que vivimos".
Hace 15 años, cuenta Roncagliolo, "la política parecía difuminarse para nuestra generación. ¿Cómo no ser sensible ahora ante los mismos desastres y ante los mismos problemas que a lo largo de las décadas han estado en el centro de la escritura de mi país?". A poco que lo cuentes, dice el autor de Abril rojo, "Perú se convierte en una novela; ahora estamos asistiendo a una en la que Alan García y Ollanta Humala [candidatos a la presidencia de Perú] están esperando qué sucede con los odios que suscitan, a quiénes irán los votos".
A Roncagliolo le sorprende que los principales problemas de España parezcan semánticos, esas discusiones sobre naciones y nacionalidades, mientras que en su país los ramalazos de la realidad parecen requerir partes de guerra. En una conversación cualquiera, el Roncagliolo que hace un año aún hablaba de las caras y de los alrededores de la fama, introduce ahora la urgencia política. Al tiempo que su novela llega a las librerías, otros escritores de su territorio se hacen preguntas similares sobre los elementos violentos de su historia; como si la realidad política peruana se asentara sobre su escritura, Roncagliolo se inscribe así en una tradición que tiene sus ancestros en César Vallejo o en José María Arguedas, y pasa por Alfredo Bryce Echenique o Vargas Llosa hasta emparentarse con algunos de sus más cercanos contemporáneos, a los que aludió ayer: Jorge Eduardo Benavides, Alonso Cueto...
Decía ayer Roncagliolo que hace dos años no hubiera imaginado nunca que delante de un lugar en el que él hablara iba a ver algunos de esos escritores a los que se quiso comparar alguna vez. Para explicar su sentimiento usó más de una vez la expresión "aterrorizado"; sin embargo, habló desenvuelto como si llevara 25 años sometiéndose al mismo ceremonial. La vida, dijo, le ha llevado a entender que la historia está hecha de buenos y malos, de asesinos y de héroes, y acaso para convocarla hizo uso de un personaje débil e ingenuo como el fiscal Chacaltana, capaz de ser él solo el rostro de un Perú hecho pedazos... Las cicatrices de Chacaltana le hicieron evocar las cicatrices de este país y de tantos países en los que hay personas que deciden la muerte de los otros.
Roncagliolo estaba ayer feliz y contenido. Delante de su agenda tiene un mapa. En él ha silueteado los países de América Latina adonde tiene que dirigirse ahora para contar Abril rojo. El primero de ellos es Colombia. Tanto preguntó ayer por el país de Gabriel García Márquez y de Fernando Vallejo que terminó pareciendo que tiene ya allí material de su novela próxima. Vive como si enseguida le fuera a suceder una novela.
Babelia
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