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COLUMNISTAS
Columna
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El mundo de las mujeres

Rosa Montero

Ya sé que las mujeres seguimos cobrando menos que los hombres, que engordamos doblemente las cifras del paro, que abundamos en la parte baja de la pirámide laboral pero apenas si aparecemos en los estratos altos. Por no hablar de la violencia doméstica. Comprendo bien, en fin, la desesperación que algunas sienten ante los niveles de sexismo que todavía padecemos. Pero lo cierto es que las cosas están cambiando de una manera vertiginosa.

Y con esto no me refiero a las últimas medidas legales tomadas en España. De hecho, incluso estoy en contra de la Ley de Violencia de Género que hizo Zapatero, porque creo que la manera en que discrimina a los varones es innecesaria, injusta, probablemente inconstitucional y además nociva, ya que puede empeorar el sentimiento de desconcierto, agresividad e inquina que algunos energúmenos experimentan ante el proceso de equiparación de la mujer. No, no estoy hablando de nuestro país. Hablo del mundo entero, de un corrimiento social tan evidente que empieza a parecer un terremoto.

"Angela Merkel parece incluso capaz de devolverle la salud al proyecto europeo"

Guardo en un cajón un ejemplar de EL PAÍS del domingo 27 de noviembre de 2005. Lo conservo porque me parece de algún modo histórico. La primera página no llama la atención: una instantánea de un temporal de nieve, una noticia sobre una Cumbre en Barcelona… Abres el periódico y las páginas 2 y 3 están íntegramente dedicadas a Michelle Bachelet, por entonces aspirante a la presidencia de Chile y hoy ya en el cargo. Pasamos la hoja: toda la página 4 es una entrevista con Ellen Johnson-Sirleaf, presidenta de Liberia, con un gran retrato de su cara. Enfrente, en la 5, otra gran entrevista con foto de la estupenda Ayaan Iris Ali, la diputada holandesa de origen somalí. Seguimos: página 6, un artículo sobre las elecciones de Chechenia ilustrado casualmente con una instantánea de dos mujeres pasando ante un muro lleno de carteles. Y enfrente, en la 7, una entrevista a página entera, con su correspondiente retrato, de Fayza Aboulnaga, la ministra egipcia de Cooperación Internacional. Verán, no era un efecto buscado, no era una fecha señalada por lo femenino, como el Día Internacional de la Mujer. Era un periódico cualquiera de un día cualquiera, y las siete primeras páginas de la sección internacional estaban ocupadas de manera casi absoluta por estas mujeres nuevas, mujeres responsables de gobiernos, de ministerios, de escaños parlamentarios; mujeres fuertes, activas, eficientes. Todo un lujo. Si el siglo XX fue el siglo de la liberación de la mujer, el siglo XXI será sin duda el de su integración plena. Y tal vez más que eso: porque se diría que la fuerza arrolladora de las mujeres puede cambiar el mundo. Vibran de energía y de actividad las hembras en todos los rincones del planeta, como suele suceder con aquellos grupos sociales que pelean por salir de la exclusión: su lucha y su esperanza cohesiona y da bríos. Y así, la ex comisaria europea Emma Bonino me contó hace ya años que los fondos de ayuda al desarrollo de la UE se reparten mayoritariamente entre mujeres, porque sacan más rendimiento al dinero y reactivan mejor su parcela social. Lo mismo me dijo Muhamed Yunus, el brillante economista bengalí que inventó el sistema de microcréditos: su Banco de los Pobres trabaja al 99% con mujeres, porque son más fiables, desarrollan mejor los proyectos laborales e influyen de una manera más positiva en el entorno. Imaginen a todos esos cientos de miles de mujeres trabajando, sacando adelante a los suyos, cambiando las relaciones de poder dentro de sus familias. Es una revolución callada e imparable.

Junto a estas mujeres silenciosas hay otras muchas que están poniendo palabras bien audibles a los problemas de todos. Poderosas palabras nuevas. Por ejemplo, a la cabeza del Gobierno alemán, la increíble Angela Merkel parece incluso capaz de devolverle la salud al proyecto europeo. En cuanto a la pesadilla del integrismo islamista, las palabras más valientes, más sensatas y rotundas las están diciendo mujeres, como la ya citada Ayaan Iris Ali, que en su imprescindible libro Yo acuso reclama la aparición de un Voltaire en el Islam, o como Wafa Sultán, una psiquiatra de origen libanés pero afincada en Estados Unidos, que, con un coraje escalofriante, ha declarado en el canal árabe Al Jazira que no existe un enfrentamiento entre civilizaciones, sino entre la libertad y la tiranía, entre lo civilizado y lo primitivo (su entrevistador la tachó de "hereje"). ¿Serán las mujeres del mundo árabe quienes consigan hacer evolucionar el Islam? Todo es posible en un mundo tan lleno de mujeres vibrantes y capaces.

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