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El Festival de Málaga premia la poética en el cine de Rafael Azcona

El guionista recibe el galardón Ricardo Franco arropado por cineastas y actores

Amelia Castilla

Rafael Azcona (Logroño, 1926) recibió ayer por la noche el Premio Ricardo Franco, que concede el festival de cine español de Málaga, arropado por buena parte de la profesión. Maribel Verdú, Díaz Yanes, Álex de la Iglesia, David y Fernando Trueba y José Luis García Sánchez, entre otros representantes confesos del movimiento azconiano, asistieron al acto en el teatro Cervantes. "A mí el cine no me gustaba; empecé a escribir porque no tenía habilidades físicas. En mi pueblo, los jóvenes cruzaban el Ebro a nado, pero yo, como no sabía nadar, me refugié en la lectura hasta que una chica se cruzó en mi camino e intenté que me pasara a mí lo que le pasa a la gente en las novelas", dijo Azcona.

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Su llegada al teatro Cervantes poco antes de la entrega del premio para reunirse con la prensa estuvo rodeada de toda la parafernalia que acompaña a las estrellas. Le abrieron la puerta del coche, firmó autógrafos y le pidieron fotos, pero Azcona soportó el acoso con toda la amabilidad que pudo. No le gusta aparecer en público ni recoger premios, pero últimamente ha dejado de ser el hombre invisible. "Para un guionista es fundamental pasar inadvertido; además, el director de la película siempre está rodeado de gente y es muy difícil acercarse a él. Para mí era fácil mantener el anonimato hasta que hace unos años tuve la debilidad de volver a editar algunos libros y las editoriales tienen una cláusula que obliga al autor a hablar del libro. Así que ahora no le podía negar al cine lo que ya le había dado a los libros".

Como muchos de los invitados al festival, el escritor y guionista llegó a la capital andaluza con mentalidad de sol. Muy pocos han tenido la previsión de incluir en su maleta unas botas de agua o un impermeable para resguardarse de la lluvia. Se quejaba de un fuerte catarro que le había tenido toda la noche tosiendo, pero muy temprano por la mañana se acercó hasta el Museo Picasso aprovechando un momentáneo rayo de sol y regresó empapado al hotel. Pese al resfriado, el guionista de El verdugo y El pisito dio una lección de simpatía y saber estar. Se arrancó con que sigue escribiendo porque no tiene jubilación y que en caso contrario no redactaría ni telegramas. "Hablar es una cosa maravillosa, especialmente si no tienes amor propio y eres un fanático con unas ideas que defender". Acuciado por la necesidad de ganarse la vida, Azcona empezó a escribir a mano, luego alquiló una máquina de escribir de la Alemania soviética que era durísima, después pudo comprarse una máquina eléctrica que "daba unos calambres tremendos en cuanto te descuidabas" y ahora trabaja con el ordenador. "Muchas veces he intentado pensar por mi cuenta y me entran unos mareos tremendos. Otras he intentado darle vueltas en la cabeza al trabajo que tenía entre manos y me quedaba dormido, pero afortunadamente en la pantalla del ordenador encuentro todo lo que necesito". Más de 40 años de oficio, ha escrito los guiones de más de 80 películas, fue premio nacional de cine en 1982, se le concedió el Goya honorífico por su trayectoria en 1997, pero Azcona recordaba que llegó a Madrid con la ilusión de ganarse la vida escribiendo. "Era contable y los números me daban dolor de cabeza". Redactó novelas rosas y escribió en La Codorniz hasta que un director italiano que quería hacer una película se interesó por él: "Marco Ferreri me enseñó los rudimentos del oficio. He tenido la suerte de trabajar con directores estupendos, y eso ha facilitado mucho las cosas. He trabajado en España, Francia o Estados Unidos, pero siempre con productores europeos. Ahora sólo puede decir que el cine forma parte de mi vida. Cuando empecé lo ocultaba hasta el punto de que un día mi hijo, que iba al colegio de Josefina Aldecoa, volvió muy preocupado a casa porque algún niño en el patio le había contado que yo me dedicaba al cine. La verdad es que siempre lo he tenido como lo que es, un trabajo", contó. Fue seguramente en los años que pasó en La Codorniz donde aprendió a escribir páginas divertidas sobre asuntos tristes, una de las claves del cine que ha hecho este creador. "En las historias de sentimientos no tengo nada que decir. La especie humana tiene una capacidad para superar el sufrimiento y seguir adelante que me admira, y ahí es donde mejor me muevo". Empeñado en desmitificar el oficio, seguramente en un intento por ocultar su timidez, Azcona aseguró que lo más cercano a su profesión es el trabajo de una asistenta. "Voy a los directores y ellos me dicen lo que hay que hacer, y en la medida de mis posibilidades colaboro en sus fantasías. He cambiado de director a medida que cambiaba el cine, pero es la sociedad la que modifica los medios de expresión y no al revés".

Rafael Azcona, ayer en el Festival de Málaga.
Rafael Azcona, ayer en el Festival de Málaga.JULIÁN ROJAS

Pasodoble y poema

Además del homenaje ayer se presentó el libro Rafael Azcona: hablar el guión, de Bernardo Sánchez. Editado por Cátedra con ayuda del festival malagueño. El libro analiza el trabajo del guionista a lo largo de casi 500 páginas, incluidas fotografías en blanco y negro, de la publicación de sus guiones, o las portadas originales de algunas de sus novelas más antiguas.

José Luis García Sánchez, su discípulo más tenaz, según definición propia, explica en el prólogo del volumen que no sabe "si asistimos a una epifanía de Azcona o a su salida del armario". Para el autor de este estudio en toda la obra no existe una pieza irrelevante. Todo remite a todo, todo repercute. No aspiro a explicar cómo es Rafael Azcona sino más modestamente a contar cómo lo veo y lo leo. El fenómeno Azcona no es nuevo. En su ciudad natal tiene una calle, el arte y la técnica de sus guiones se estudian en cursos universitarios, sus novelas no paran de reeditarse. Joaquín Sabina le ha dedicado un soneto e incluso tiene un pasodoble propio.

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