Banqueras de otro mundo
Con un microcrédito de menos de 600 euros puede cambiar la vida de una familia en un país en desarrollo. Casi 100 millones de personas, la inmensa mayoría mujeres, han accedido ya a esta eficaz fórmula para salir de la extrema pobreza. Contamos el caso de tres mujeres en la India.
Sukabi Lokarne no sabe qué edad tiene. Por su aspecto se diría que hace tiempo que cumplió los 60, pero las cuentas indican que no llega a los 50. La casaron cuando tenía siete años con un hombre de 22, y poco después tuvo a su primera hija. Sukabi pertenece a la casta de los intocables, la más baja en la jerarquía social de la India, lo que teóricamente la limita a hacer trabajos considerados degradantes, le prohíbe comer de los mismos utensilios y viajar en los mismos transportes que el resto de la población. Sin embargo, Sukabi ha conseguido romper algunas de estas barreras. Hoy es banquera y propietaria de dos lotes de tierra, algo impensable, no sólo por su condición de pobre entre los pobres, sino por lo que supone ser mujer en su país. El microcrédito que le concedió el Mann Deshi Mahila Sahakari Bank (MDMSB), un banco fundado por y para mujeres, ha hecho posible este milagro. Los más de 40 años que Sukabi trabajó de jornalera en el campo, con un salario de 2,10 rupias diarias (cuatro céntimos de euro), nunca le hubieran alcanzado para los dos títulos que hoy luce con orgullo.
Según Naciones Unidas, en el mundo hay más de 1.000 millones de personas que, como Sukabi, subsisten con menos de un dólar al día. A ninguno de ellos les sería otorgado un crédito por un banco tradicional; no es negocio, y el riesgo de no devolución es demasiado elevado teniendo en cuenta que los bienes para avalar la operación son, en la mayoría de casos, la palabra. El microcrédito, por el contrario, permite a personas sin recursos acceder a una cantidad de dinero sin necesidad de endeudarse más. Se trata de pequeños préstamos, con intereses muy bajos, que permiten iniciar o ampliar un pequeño negocio, y mejorar así las condiciones de vida de quien lo pide y de quienes le rodean.
Como Sukabi, el 80% de las 30.000 mujeres que hoy participan en el MDMSB son intocables, analfabetas y andan descalzas, pero su gestión no difiere mucho de la de cualquier ejecutiva del mundo desarrollado con carrera, ordenador y zapatos de tacón. El proceso para obtener un microcrédito varía según la cantidad de dinero que se solicite. Si es inferior a 5.000 rupias (95 euros), se agrupan 10 mujeres para avalarse entre ellas y responsabilizarse de la devolución íntegra del crédito. Actúan como un pequeño banco comunal, con una coordinadora, elegida por unanimidad, que responde mensualmente frente al MDMSB. Si la cantidad es mayor, la gestión se realiza directamente con el banco, avalando con algún objeto o propiedad -si la tienen- o con su firma en caso de que no posean nada. Cuando el préstamo ha sido devuelto, ellas mismas u otras mujeres podrán acceder a un nuevo microcrédito.
En los países pobres, los microcréditos suelen ser préstamos entre 50 y 600 euros, con intereses del 1% al 12%, y cuya devolución puede ser semanal, mensual o trimestral. "En el MDMSB", explica Gala Sinha, directora de la entidad, "somos como modistas; confeccionamos un microcrédito distinto para cada mujer, según sus necesidades y posibilidades". El préstamo de Sukabi es de 30.000 rupias (550 euros); lo pidió para comprar la tierra de la que hoy es propietaria. Como cada final de mes, hoy se ha acercado al banco con un fajo de billetes envueltos en un pañuelo: 1.000 rupias que saca de las verduras que recoge de su nueva tierra, y que amortizarán su préstamo en tres años. Tímidamente se sienta en el banco de la entrada del MDMSB a esperar su turno para ver a la directora.
Chetna Gala Sinha no es una banquera convencional. Le gusta hablar con las clientas para saber cuáles son sus necesidades reales, y las hace partícipes de la gestión del MDMSB. Nacida en Bombay hace 45 años, esta economista de respuesta rápida y talante pausado llegó a este remoto paraje en los años ochenta, cuando, militando en el movimiento creado por Gandhi, se enamoró de un granjero de la zona. Al poco tiempo agrupó a las mujeres de Mann Desh, la zona más pobre de la región india del Maharastra por las continuas sequías que sufre, y las ayudó a organizarse. Las animó a crear una cooperativa de crédito con el depósito de sus salarios para mejorar su situación económica. Compraron cabras para vender leche en el mercado, invirtieron en tela para confeccionar saris, y así, con distintas iniciativas, de las cinco rupias iniciales (10 céntimos de euro) que cada una de ellas había aportado, lograron crear un fondo sustancial que rápidamente les dio beneficios. "Las mujeres asumieron el papel de jefas de la economía doméstica", explica Gala Sinha, "algo que siempre había pertenecido al mundo masculino, y se dieron cuenta de su propio potencial".
Para Gala Sinha, además de ser una herramienta fundamental para salir de la pobreza, el microcrédito es la mejor terapia para lograr que las mujeres refuercen la confianza en ellas mismas y mejoren su calidad de vida, así como la de sus familias. "Poco a poco se animan a tomar las riendas de su vida, lo que significa que ya no están supeditadas a sus maridos, que son independientes, y que van a hacer posible que sus hijos tengan una educación".
La cooperativa de crédito se extendió rápidamente a los pueblos cercanos y, viendo la demanda y el buen funcionamiento, las mujeres decidieron pedir la licencia oficial para crear un banco real que les permitiera disponer de más dinero. "Cuando llegamos al Banco de Reserva de la India, en Bombay, para tramitar la licencia", recuerda Gala Sinha, "se rieron de nosotras. ¿Cómo mujeres analfabetas iban a ser capaces de llevar un banco?". Los funcionarios, atónitos, revisaban los formularios; en vez de firmas encontraban huellas dactilares, y, en lugar de títulos universitarios, encontraban vacías todas las casillas referentes a "educación". Pero ni tan siquiera estas situaciones intimidaron a las 500 accionistas que, con un capital inicial de 600.000 rupias (cerca de 12.000 euros), habían apostado por el proyecto. "Organizar un banco no es tan difícil", simplifica la directora del MDMSB. "Sólo se necesita a un grupo de accionistas con capital; hasta los pobres pueden hacer esto sin necesidad de que alguien tenga que hacerlo por ellos".
A pesar de las continuas negativas de la Administración estatal, las mujeres no se dieron por vencidas. Durante dos años viajaron a Bombay todas las veces que hizo falta. Finalmente, un día de julio de 1997, retaron al funcionario encargado del caso a que, si eran capaces de calcular la tasa de interés que imponer en el banco en el mismo tiempo que él, pero sin ordenador, les sería otorgada la licencia. Al mes nacía el primer banco rural de la India para mujeres, el Mann Deshi Mahila Sahakari Bank (Banco de Mujeres de la Tierra de Mann Deshi). Nueve años después, la entidad cuenta con más de 30.000 banqueras, título accesible a toda mujer de la zona que deposite 1.100 rupias (21 euros).
El marido de Sukabi nunca ha trabajado. "No me ha ayudado en nada", confiesa entre irónica, apenada y orgullosa de haber conseguido todo lo que tiene con su esfuerzo. Un esfuerzo que empezó el día después de su boda, en el campo, recogiendo verduras. A veces se pasaba días enteros trabajando sin comer; otras, caminaba más de cuatro horas para ganarse el salario. En la India es habitual que el hombre no trabaje; suele pasarse el día fuera de casa, en la mayoría de los casos bebiendo licor, algo que ni las mujeres ni las instituciones pueden controlar. "Nunca me ha comprado ni un sari", continúa. "He sido yo la que a veces le he dado dinero porque me daba pena. Ya no lo veo ni como un marido". A pesar de las duras afirmaciones, Sukabi sigue luciendo en su frente el tilak -un punto rojo que en esta zona del país significa que la mujer está casada-. "En la India las mujeres no se separan", aclara Gala Sinha. "Está muy mal visto".
Uno de los mayores riesgos a los que están expuestas las mujeres cuando se convierten en titulares de un microcrédito es que el dinero del préstamo caiga en manos de sus maridos. Por eso la mayoría no explica a sus cónyuges que lo han solicitado, ni que han abierto una cuenta en el banco. "Actuamos con total discreción", aclara la directora. "Somos como un pequeño banco suizo", bromea. Cuando buscaban local para el MDMSB, hicieron partícipes a las mujeres para decidir la ubicación de la entidad, y acordaron por unanimidad que, si iba a estar céntrico, debería tener dos puertas para que sus maridos no las vieran entrar y salir.
Tampoco el marido ni los dos hijos treintañeros de Reten Kumak trabajan. Mientras duermen, Reten se despierta a las cinco todas las mañanas, para arreglar la casa y ordeñar las cabras que dan de comer a toda la familia. Después camina los tres kilómetros que separan su casa del mercado del poblado de Mashwad para vender leche y, si lo tiene, algún cabrito. El banco le sirve como garantía de credibilidad y le permite tener su propio puesto, ya que el carné que proporciona a sus clientas el MDMSB les ayuda a que la policía no les ponga pegas, aunque no les exime de pagar la licencia para vender.
Reten está solicitando otro microcrédito. El año pasado obtuvo uno de 5.000 rupias a través de un grupo del MDMSB. Fue nombrada coordinadora, lo que le obligaba mensualmente a recaudar el dinero de cada miembro para saldar la deuda. Si algún mes alguien no lo podía poner, ella lo adelantaba; su popularidad fue tal que llegó a ser líder local. Gala Sinha recuerda la primera vez que vio a Reten: "Era tímida y hablaba poco, pero se la veía decidida y por eso la nombraron responsable del grupo". Un día, tras la devolución del préstamo que Reten invirtió en comprar cabras, a Gala Sinha le pareció verla más alta. "Me comentó que lo que pasaba es que era representante del banco y tenía que andar más segura y más erguida". Al incrementar la venta de leche, Reten logró, tras devolver la cuota del préstamo, ahorrar 300 rupias al mes (seis euros), algo insólito para ella. "Esta vez pediré el doble", dice mientras se toca el mangal sutra, el collar de bolas negras y doradas que reciben las mujeres de la región al casarse, y que le volverá a servir como aval para el microcrédito.
El proceso para acceder al dinero es rápido y sencillo. A Reten ya no le intimida, aunque reconoce que la primera vez sí que le impuso. "No sabía qué era un banco ni qué tenía que hacer, y me daba miedo". Para evitar este sentimiento de temor frente a un mínimo pero obligado papeleo, al cálculo de intereses y a todo lo que implica tratar con una entidad estatal, Gala Sinha ha establecido un protocolo muy simple. Una persona se encarga de explicar y rellenar el corto formulario de las clientas; si no saben escribir, vale como firma la huella dactilar, y todos los cálculos están redondeados (10, 15, 20). "También hemos conservado la manera local de contar", explica la directora del MDMSB. "En vez de decir 58, por ejemplo, decimos dos menos que 60".
Desde que el economista indio Muhamad Yunus inventara el sistema de microcréditos en 1976, se calcula que han accedido a este tipo de préstamos más de 93 millones de personas; de ellas, 67 millones se encontraban entre los más pobres de los pobres. Yunnus era profesor de Economía en la Universidad de Bangladesh cuando un día vio cómo una mujer, que trataba de ganarse la vida construyendo banquetas de bambú, no tenía dinero para comprar la caña. Se dio cuenta de que no existía ninguna institución financiera en el mundo que cubriera a las personas pobres en materia de créditos y de que, limitándose a la teoría, nunca lograría cambiar la situación de personas como aquélla. Incitó a un grupo de estudiantes a que le ayudaran a diseñar un programa de crédito para personas sin recursos, y él mismo hizo el primer préstamo de su bolsillo: 27 dólares (22 euros) a un grupo de 45 personas. Cuando comprobó cómo esta pequeña cantidad cambiaba el día a día de varias familias y permitía su devolución, extendió el experimento a centenares de personas. Poco después pidió licencia para crear el Grameen Bank (Banco del Pueblo) con el objetivo de que los microcréditos llegaran al máximo de personas posibles. Hoy son más de 3.000 los bancos, fundaciones y ONG de todo el mundo que trabajan con este sistema.
Según las cifras publicadas por la organización del Global Microcredit Summit, el encuentro mundial sobre microcréditos que se llevará a cabo el próximo noviembre en Canadá, de todos los beneficiados por este sistema, el 70% se encuentra en una situación de pobreza cuando acceden al primer préstamo, y, de ellos, un 94% son mujeres, algo impensable antes de su invención, cuando únicamente eran titulares del 1% de los créditos otorgados por los bancos. "A pesar de no estar acostumbradas a llevar la economía doméstica", explica la directora del MDMSB, "está comprobado que las mujeres son capaces de asumirla, mejorarla y devolver el dinero en el tiempo previsto. Nuestra tasa de devolución es del 97%".
Uno de los casos más exitosos es el del imperio de juguetes que Hirabi Abghbe ha conseguido crear gracias al microcrédito. Con 40 años, y sin haber logrado hasta entonces juntar más de 100 rupias (dos euros) para ir al mercado, esta intocable decidió empezar un negocio propio. Su marido acababa de jubilarse como policía, y, con dos hijos todavía que alimentar, se vio obligada a incrementar los ingresos de la familia. Invirtió una pequeña cantidad de dinero en la compra de juguetes de plástico hinchable, que en la India son muy populares a la salida de los templos. Los vendió en un puesto callejero y, a pesar de que el beneficio de esta primera operación no fue muy elevado, le sirvió para comprobar que había un mercado potencial. Hirabi se lanzó a fabricarlos; pidió un crédito de 30.000 rupias (550 euros) para comprar maquinaria y materia prima. "Nadie me quiso enseñar cómo hacerlos", explica. "Así que yo sola me lo tuve que imaginar".
En tres años, los beneficios de Hirabi han pasado de 10 a 300 rupias diarias, lo que a final de mes le reporta 5.000 rupias (95 euros). Estas ganancias le han permitido devolver el crédito en el tiempo establecido, mejorar su calidad de vida y ampliar el negocio, donde hoy trabaja toda la familia. Hirabi ha podido casar a sus dos hijos, que ahora se encargan del marketing; sus nueras fabrican los juguetes. Reciben pedidos de todos los templos de la zona y han abierto una tienda en la calle principal de Gondwaly, el pueblo donde viven.
La historia de cómo Haribi ha salido de la pobreza se ha repetido miles de veces en esta zona del Maharastra. "Mujeres como ella no van a subir de clase", explica Gala Sinha, "seguirán siendo intocables, pero lograrán que las miren con otros ojos, que las respeten, y que personas de otras castas entren en sus casas, algo que nunca antes hubieran hecho". Gracias al microcrédito, jornaleras, vendedoras ambulantes, ganaderas, artesanas y amas de casa sin recursos son protagonistas de su propia revolución y crecimiento. Ya no dependen de nadie para comer; pueden ganarse la vida con empleos que ellas mismas eligen. Sukabi ya ha abierto una cuenta para sus nueve nietas: "Quiero que estudien, que tengan una carrera y un futuro".
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