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COLUMNISTAS
Columna
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Entérenlos

Javier Marías

Más o menos por las mismas fechas en que, como dije hace una semana, Chirac hablaba de lanzar ataques nucleares con alegría y Berlusconi facultaba a los italianos para pegar tiros a mansalva, la Ministra de Inmigración de Holanda, Rita Verdonk, proponía que todos los ciudadanos hablen sólo holandés en la calle, en busca -eso se atrevió a añadir- de una mayor "armonía social", como si las imposiciones y las prohibiciones hubieran obrado a favor de eso alguna vez en el mundo. Soy de los que creen que a los inmigrantes les conviene enormemente manejarse en el idioma del lugar en el que han decidido vivir, de la misma manera que les trae gran cuenta estar al tanto de sus costumbres y leyes y respetarlas. Y nada me parece tan pánfilo como esas voces que claman por el "multiculturalismo" (horrenda palabra) a toda costa, y por la consiguiente proliferación de ghettos y de burbujas étnicas, raciales o religiosas en nuestras ciudades, que ya se producen de forma bastante natural, y seguramente inevitable, como para además propiciarlas. Ahora bien, si hay algo libre, y que lo debe ser a todo trance, es el pensamiento, seguido de su inseparable compañera la lengua. Y esa señora Verdonk ni siquiera se da cuenta de que con su ridícula propuesta está pidiendo limitar o abolir la mayor libertad de todas, que es la del habla. Ya vivimos eso en España durante el franquismo, cuando muchos catalanes eran llamados al orden, si no represaliados, por emplear en la vía pública una de sus dos lenguas, la catalana. Por tratarse de una represión menor en comparación con tantas otras, a este atropello no se le ha dado la debida importancia, siendo como fue, desde un punto de vista cualitativo, uno de los más graves a la libertad durante aquel periodo funesto, como lo son ahora, cuando se dan, los contrarios, es decir, las ocasionales cortapisas que se ponen en Cataluña a la expresión en castellano. Así que esa señora Verdonk resulta ser una mezcla de Franco y de Carod-Rovira, pero ni siquiera lo sabe.

En cuanto a Gran Bretaña, la lista de disparates y de atentados contra las libertades del Gobierno de Blair no tiene fin, así que fijémonos sólo en uno reciente y "leve": bajo el lema name and shame (nombre y vergüenza), se pretende que la policía publique las identidades de quienes contratan los servicios de las putas callejeras, cuando la prostitución no es ilegal en el país. Tras semejante iniciativa hay una mentalidad que aspira a controlar, restringir y hacer públicas las actividades privadas de los ciudadanos, esto es, a privarlos de privacidad. Bajo el mismo lema, por qué no, las autoridades podrían decidir cualquier día que se conozcan los nombres de quienes se masturban, fuman, felacionan o se hurgan la nariz al volante de sus coches, por poner ejemplos variados e inocuos.

Nuestro país, por supuesto, no se libra de esta ola de inconsciencias. Por lo menos desde el 2000, cuando Aznar consiguió la mayoría absoluta, sabemos que el Partido Popular, al igual que Berlusconi, no tiene ni idea de en qué consiste gobernar democráticamente (una cosa es llegar al poder por la vía democrática y otra seguir siendo esto último una vez alcanzado aquél), y ahora lleva dos años demostrando que tampoco sabe ejercer así la oposición. Su penúltimo invento es tratar de convocar un referéndum contra el nuevo Estatuto catalán … en cuya pregunta eso ni se menciona. Rajoy ni siquiera se da cuenta de que con esto incurre en una falacia y en un engaño equiparables a los de Batasuna cada vez que intenta convertir en votos a su favor los votos en blanco y las abstenciones de las elecciones vascas.

Pero resulta que el Gobierno socialista tampoco repara en cómo se salta a la torera las libertades, y hasta sus propias leyes si éstas no salen como él desea. La fanática Ministra de Sanidad, Salgado, jugó a dejar libertad, en su ley antitabaco, a los dueños de bares y restaurantes de cien metros o menos para que decidieran si en ellos se permitía fumar o no. Pero al mes de entrar en vigor dicha ley, y al comprobar con disgusto que esos dueños no hacían con su libertad lo que ella -y Zapatero- querían que hicieran, decide que su ley ya no es tan buena, y anuncia que dentro de un año irá "un paso más allá" si esos insubordinados ingratos no se pliegan. Ni ella ni Zapatero parecen caer en la cuenta de lo que están diciendo y haciendo: otorgar una libertad de boquilla, sujeta a que sus usuarios la ejerzan al gusto de Salgado y Zapatero. Más o menos lo mismo que algunos dictadores han hecho cuando han necesitado aparentar una legitimidad que no tenían, y a sus sojuzgados les han dado a entender lo siguiente: "Pueden ustedes votar libremente, pero las elecciones sólo serán válidas si me votan a mí. Si no, quedarán anuladas, por desagradecidas e irregulares".

Cuando los políticos -y ya ven que es una plaga- ni siquiera se dan cuenta de lo que hacen y dicen, es hora de expulsarlos, cambiarlos o reeducarlos, y en todo caso de enterarlos. Como creo que son necesarios, yo prefiero las dos últimas cosas. Pero, sea como sea, las cuatro están sólo en manos de la ciudadanía. No se crucen de brazos, por favor: entérenlos.

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