Controlar Afganistán
Afganistán está sufriendo un acelerado proceso de iraquización que agrava la precaria situación del país centroasiático y hace urgente un aumento de las fuerzas de la OTAN y su despliegue hacia los centros neurálgicos de la violencia, la vasta frontera con Pakistán donde tienen sus bases y refugio los talibanes y sus aliados. Los actuales 9.000 soldados de la Alianza, 500 de ellos españoles, repartidos por el norte, el oeste y Kabul, la capital, controlan relativamente la seguridad básica de estas zonas. Pero la situación se hace casi insostenible hacia el sur y el este, feudos talibanes históricos, virtualmente en guerra, en los que proliferan los atentados suicidas y han muerto centenares de civiles en los últimos meses.
La consolidación de Afganistán se ha convertido en la operación más ambiciosa de la OTAN, como quedó en evidencia en la reunión de Taormina. Pero esta inesquivable expansión se está viendo amenazada por el escaso entusiasmo con que muchos de los Gobiernos de sus países miembros -Holanda es el caso más reciente- contemplan el envío de más tropas para llevar a cabo realmente la estabilización del país. Y es poco probable que culmine antes de un año, pese a las prisas de Washington para que los 6.000 nuevos soldados prometidos por sus aliados -sobre todo el Reino Unido y Canadá, principales contribuyentes, pero también Holanda, Australia o Dinamarca- permitan aliviar la presión sobre los 19.000 estadounidenses que, separadamente, combaten contra los focos talibanes y de Al Qaeda. También debilitan mucho al nuevo régimen los retrasos e incumplimientos en el apoyo económico y material.
En su forma actual, Afganistán es una reinvención occidental. EE UU desalojó del poder a los talibanes después de septiembre de 2001, y con sus aliados ha instalado un Gobierno representativo en Kabul, bajo la presidencia de Hamid Karzai, en el que sin embargo hay mucha corrupción e incompetencia. Pese a la evidente mejora, el experimento democratizador no acaba de cuajar en un país caleidoscópico, devorado por el comercio del opio y donde hay casi tantos poderes como tribus y señores feudales. Pero Afganistán representa una pieza clave en los intereses geoestratégicos occidentales, y afianzar su seguridad exige más y mayor implicación internacional.
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