Un espectáculo global
La Scala ha pasado página. Después de 19 años con Riccardo Muti de sumo sacerdote, la ceremonia de inauguración de la temporada ha sido oficiada este año por un pipiolo inglés de 30 años, Daniel Harding, el nuevo superintendente y director artístico del coliseo milanés, en su festival de Aix-en-Provence. Harding, recibido en la Scala con respeto, ha pasado la prueba con una dirección en las antípodas de la que habría hecho Muti en esta ópera. Más ligera, de corte filológico al estilo de las interpretaciones con instrumentos originales, viva de contrastes y con poco vibrato, flexible en los tiempos, emotiva en los acompañamientos de grupo, musicalísima.
La orquesta ha respondido maravillosamente y al final ha ovacionado al joven maestro. El público, también. Ello no anula la lógica añoranza de Muti por amplios sectores, pero indica la elegancia de los asistentes, y en particular de los exigentes loggionisti de los pisos más altos, los que más sostuvieron el aplauso. Se la ha jugado y le ha salido bien, haciendo de la necesidad virtud. La inauguración de la temporada ha cerrado heridas. Ha sido una noche, por muchas razones, histórica. Y no solamente para Milán, sino para la ópera europea.
Idomeneo
De Mozart. Con Steve Davislim, Monica Bacelli, Camilla Tilling, Emma Bell, Francesco Meli y Robin Leggate. Coro y Orquesta de la Scala de Milán. Director musical: Daniel Harding. Director de escena: Luc Bondy. Escenografía: Erich Wonder. Vestuario: Rudy Sabounghi. Iluminación: Dominique Bruguière. Coproducción con Ópera de París y Real de Madrid. Inauguración temporada. Teatro alla Scala. Milán, 7 de diciembre.
Los pocos abucheos, en un clima de división de opiniones, se centraron en Luc Bondy, debutante también en la Scala. El director artístico suizo y el escenógrafo alemán Erich Wonder se vuelcan en una estética de despojamiento, prácticamente sin elementos corpóreos, mirando la ópera fundamentalmente desde los personajes, individualmente o en grupo, es decir, eligen el teatro frente a la decoración. La fusión entre tragedia griega, música de Mozart y perdurabilidad hoy de los sentimientos de siempre, está resuelta a través de imágenes evocadoras casi pictóricas, una prodigiosa utilización de la luz y el humo como elementos expresivos, y un no menos admirable movimiento del coro. Los colores son oscuros, en general, idóneos para centrarse en el dolor.
Una escena como Placido è il mar, por ejemplo, es de las que producen escalofrío en su conjunción de factores musicales y escénicos. Las evocaciones al mito de los Atridas recuerdan, en cierta manera, al tratamiento que dio el cineasta Theo Angelopoulos a El viaje de los comediantes. La idea de los flujos migratorios, del éxodo, siempre está presente como fondo. No desprende, en cualquier caso, este Idomeneo una estética llamativa sino poética, sencilla en el sentido más profundo, yo diría que hasta necesaria en estos tiempos que corren de confusión escénica.
El reparto vocal fue voluntarioso, aunque no brillante. Destacó Emma Bell como Electra, convirtiéndose en una de las triunfadoras de la noche. Tiene temperamento dramático y resolvió el siempre esperado aria D'Oreste, d'Aiace, con dignidad y carácter. Camilla Tilling fue quizás la más discutida, bastante por debajo de su estupenda Susanna, de Las bodas de Fígaro, en Aix. El resto, con sus problemillas, se mantuvo en un nivel más que correcto. Pero lo que prevaleció fue la sensación de complementariedad orquesta-coro-cantantes-escena, es decir, la visión de la ópera como espectáculo global. La Scala empieza una etapa decantándose por un modelo "teatral", con el director artístico como máximo responsable, siguiendo en cierto modo el modelo organizativo de la Ópera de París.
Babelia
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