El desdén de los alumnos
La cuestión no es, ni mucho menos, el rancio desacuerdo entre el PSOE y PP. El problema importante radica en el desentendimiento entre los políticos y la generación de nuevos escolares, aquí y en todo el mundo occidental. En 2001 George Bush describió a Eminem como "la mayor amenaza para Estados Unidos desde la polio"; dos años después el fervor de la juventud le llevó a ganar un óscar. ¿Puede esperarse que los políticos y los adultos planetarios que consideran basura el hip-hop, los videojuegos, el porro, el punk, la escritura de los blogs y los SMS, signifiquen algo para la nueva generación?
La clave de la educación no depende del acuerdo entre partidos ni del superpoder de un partido. Los partidos son cada vez más excéntricos respecto a la sociedad juvenil y a la transformación que representa su clase de cultura, a la que consideran, como consecuencia, excéntrica, necesitada de una fuerte corrección. Diagnostican el fracaso de los muchachos como efecto de la falta de autoridad, la pérdida de la virtud del esfuerzo, la inasistencia a las aulas y los frecuentes cambios en la ley. No se preguntan, en cambio, por qué los alumnos se esfuerzan tan poco, por qué no respetan a los profesores o por qué no atienden, en general, durante las clases. ¿No será que los contenidos y las formas de la enseñanza se encuentra en una crisis sustantiva y extensiva, tan radical como universal?
Ni en Francia, ni en Italia o Gran Bretaña, Alemania o Estados Unidos se sienten a salvo de esta pandemia educacional. En Francia se multiplican las comisiones parlamentarias destinadas a revisar el sistema y, en Estados Unidos, se acaban de introducir videojuegos como instrumentos para la enseñanza, ya que prácticamente la totalidad de los alumnos aprende casi todo lo que sabe fuera de las clases y, preferentemente, de este modo. No se instruyen siquiera, mayoritariamente, como ocurría hasta hace poco, a través de la televisión sino de las nuevas pantallas interactivas.
La televisión fue central en la blanda y pasiva Generación X pero el videojuego o Internet pertenecen a la actual Generación Y, entre los 12 y los 18 años. Los de la Generación X pudieron ser estudiantes abúlicos y desganados, desesperanzados respecto al porvenir, pero los de la generación Y son hiperactivos, insurgentes e incendiarios, según se presentan las cosas. ¿Ingobernables? No desde luego gobernables por estos señoras y señores ministros o ex ministros incapaces de entenderlos y de despertar su admiración.
Toda ley que el Parlamento apruebe en sus salones, ajena a la revolución cultural, será reprobada enseguida en las clases. Porque ¿si el productor de la ley ignora la condición de este nuevo sujeto, cómo puede esperar que el discente se convierta en un satisfecho consumidor? Si los políticos y los claustros desdeñan la clase de cultura que respetan los jóvenes ¿cómo no pronosticar que serán correspondidos con igual desdén?
La falta de autoridad del profesor no será nunca remediada por una acción del PSOE o del PP: cuanto más partido político se ponga a la vista más empeora el paisaje. Los partidos políticos ocupan los lugares más bajos en la estimación de la juventud, incluso por debajo de la familia o de la policía. Una buena educación nunca saldrá de sus facciones. Y menos todavía, Dios no lo quiera, si se llegara al pacto "para una generación". Las generaciones en las que consecuentemente piensa Rajoy han desaparecido de la historia, del mismo modo que las temporadas/temporadas hace tiempo que no existen, gracias a Zara o H&M. Una generación orteguiana es hoy un tramo mastodóntico. Media docena de leyes en nuestra reciente democracia pueden parecer muchas pero, en el siglo XXI, la educación deberá variar continuadamente y no a golpes de ruidosas leyes. Mucho menos, desde luego, a través de ejercicios de mezquina estrategia política, tan relativamente atentos a la calidad objetiva del servicio como obscenamente enfrascados en el autoservicio.
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