_
_
_
_
LAS BURBUJAS DEL GLOBO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Misioneros de élites

Gracias al doctor Google acabo de enterarme de que una de las pocas cosas que hemos colocado en el hit parade de la globalización, junto a las tiendas Zara, son dos marcas españolas y las dos tratan del mismo asunto fundamental, tan de moda, sobre la actual formación de las élites planetarias. El IESE de la Universidad Opus de Navarra ocupa el primer puesto en la clasificación global de las schools business según The Economist, y nuestra ESADE de los jesuitas, a decir de Wall Street Journal, es número dos en el mundo mundial de las escuelas de negocios. Ahí, formando y exportando élites, somos campeones mundiales, como en los tiempos del Imperio, pero esta vez los jesuitas no están sólo en la evangelización de las Indias.

Porque si luego le seguimos la pista por toda América Latina a las dos grandes marcas españolas, la del Opus y la de la Compañía de Jesús, entonces comprobaremos que nuestros actuales misioneros se reparten fifty-fifty, en perfecta simetría bilateral, la tutela espiritual de las más afamadas escuelas de negocios en donde se producen y reproducen las nuevas élites iberoamericanas, empezando por el IPADE de México y acabando por el INCAE de Puerto Rico, luego de recorrer una mareante jungla de siglas locales.

O sea, que por fin somos los indiscutibles números uno en algo, y en algo tan esencial para la propaganda y consolidación de la globalización según el evangelio de san Milton Friedman, y por aquí dentro no decimos ni pío de tal hazaña misionera, sólo comparable, ya digo, a la de aquella primera globalización de 1942. Es más, ni siquiera esas mismas élites nacionales masterizadas hasta la médula y que han sido santificadas por The Economist y The Wall Street Journal, los nuevos testamentos semanales de la única ideología realmente existente, han mostrado en público su alborozo. Muy al contrario. Estas mismas semanas de octubre, los misioneros del IESE, la ESADE y compañía, azuzados por el Gran Cizañador del Reino, han utilizado sus numerosos púlpitos locales y globales para acojonarnos con una nueva versión aún más tremebunda del Apocalipsis aunque de exclusivo uso casero. España se acaba, estamos al borde del abismo, arrepentíos de la intención de voto y aquí, a este mundo (a esta península Ibérica) no hemos venido a sonreír beatíficamente a lo ZP.

El problema es que yo me tomé con orgullo español la noticia de que somos los primeros en la producción, reproducción y exportación de élites y, acaso porque escribo esto el 12 de octubre, desplegué inmediatamente un mapamundi y empecé a clavar banderitas patrióticas en aquellos lugares del planeta en los que habíamos creado una colonia, un virreinato, una simple diócesis financiera o un MAB por el nuevo método conquistador de nuestros misioneros de las escuelas de negocios de San Ignacio y San Josemaría. Pero muy pronto se me acabaron las alfileres con banderita porque entre escuelas de negocios, fundaciones, bancos, universidades privadas, institutos de la empresa, academias de contables, lobbies, seminarios propiamente dichos, MBA, centros de posgrado, colegios de doctores y demás establecimientos materiales de raza espiritual, el mapamundi de la producción y reproducción de las élites empezaba a imitar peligrosamente la mancha de aceite del imperio de los Austrias.

Supongo que alguien, en el IESE, en la ESADE o en el Vaticano, habrá hecho la misma operación que yo estoy haciendo ahora con el motor Geoogle echando humo (me habrían ahorrado tiempo y un montón de errores), porque el paisaje del mapamundi claveteado con las banderitas de nuestras business schools, las nueva picas de Flandes, no sólo me llena de orgullo, sino que por fin entendí eso de la globalización.

Si tienes multinacionales, no hay problema: las dejas hacer su trabajo sin barreras fronterizas y con acuerdos comerciales a la medida, tipo GATT, subes el sueldo a los spin doctors y punto. Pero si, como es nuestro caso, sólo tienes una multinacional y media, las tiendas Zara y Telefónica, entonces la nueva religión del globo necesita propagar la fe y formar élites, y ahí, miren ustedes, nuestra experiencia empresarial en el negocio de misionar Indias es indiscutible. Por tanto, así queda la nueva división del trabajo de globalizar. Los norteamericanos ponen lo material, los soldados, el materialismo, las multinacionales y los acuerdos asimétricos, y nosotros nos encargamos de lo espiritual e intangible. Nosotros ponemos el Opus y la Compañía de Jesús para la formación de las élites, aunque de paso coloquemos en el mapamundi nuestros bancos y a nuestros insaciables inmobiliaristas.

La prueba está en el cambio de método operado en esas dos escuelas de negocios que funcionan bajo la tutela de nuestros dos grandes santos globales, el de Loyola y el de Barbastro. Los misioneros de la primera época, la del pensamiento único, eran formados para ser contables; los famosos contables del reino que nos amargaron y condicionaron la Transición. Pero las élites de ahora mismo, sin descuidar su dogmática monetarista, están formadas en nuestras triunfantes business schools para ser conquistadores, como en los viejos tiempos de los Austrias.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_