El Príncipe defiende con firmeza la Constitución
Don Felipe fue interrumpido con aplausos durante su discurso en la entrega de los galardones
Las miradas al pasado protagonizaron la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, que se celebró ayer en el teatro Campoamor de Oviedo. En el 25º aniversario de los galardones, que comenzaron en 1981, don Felipe presidió un acto con emoción vibrante, rendida ante el talento de las personalidades e instituciones premiadas, y en el que recordó el comienzo ilusionado de unos galardones que ya tienen fama y fuerte consolidación en todo el mundo.
Pero también hubo afirmaciones contundentes y defensas cerradas de la Constitución -"nos ofrece el marco más sólido, así como los principios y los valores para poder acometer con éxito el futuro de España de forma unida, solidaria y respetuosa con la riqueza de nuestra pluralidad y diversidad territorial", afirmó el Príncipe- por las que fue interrumpido con aplausos que podían contener un mensaje claro y que, seguramente, provocarán polémica, ante las palabras pronuncidas en presencia de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega y el ministro Miguel Ángel Moratinos.
El emocionante acto fue el reconocimiento del talento y la labor de todos los premiados
También hubo aplausos para las alusiones a la princesa Letizia; a su madre, la reina Sofía, que siguió la entrega desde un palco, y a su padre, el Rey, "cuando se cumple el trigésimo aniversario de su proclamación", afirmó.
Pero sobre todo hubo ovaciones para los premiados, que entraron en el teatro tras un paseo triunfal por la calle de Uría, de Oviedo, atestada de gente con ganas de fiesta y dispuesta a ovacionar con mucho entusiasmo a quien se paseara por delante. Los miles de ciudadanos que se echaron a las aceras siguieron en parte la ceremonia a través de pantallas gigantes y desde los balcones. Las farolas estaban decoradas con globos blancos y azules en el día en que Fernando Alonso, asturiano y el campeón mundial más joven de fórmula 1, centró la mayoría de las miradas de los paisanos, que le recibieron con pancartas con su nombre y vestidos con camisetas de su equipo.
Alonso fue estrella ayer, pero también levantaron pasiones sus compañeros de asiento, sobre todo las bailarinas Maya Plisétskaya y Tamara Rojo, elegantísimas de negro y gris perla, y que saludaron como dos grandes artistas, con genuflexiones y brazos al aire, como en sus grandes noches de leyenda en el Bolshói, la primera -que luce 80 años esplendorosos-, y como en los triunfos actuales en el Royal Ballet la española. Si Maya y Tamara dieron el aire teatral a la ceremonia, Alonso quiso poner espectáculo haciendo mimo de carrera metiendo marchas para salir del teatro, un gesto que fue muy aplaudido.
El peso intelectual llegó de manos de la escritora brasileña Nélida Piñon y del politólogo italiano Giovanni Sartori, premios de las Letras y de Comunicación y Ciencias Sociales, que pronunciaron dos brillantes discursos. El mestizaje, las ilimitadas creencias que se mueven en los tersos paraísos de la imaginación y de los sueños fueron los credos de la maravillosa y alegre Nélida Piñon, que pronunció su discurso en portugués, y denunció "un orden que, bajo el pretexto de defender falsas premisas, inmola inocentes, bendice la abundancia para algunos a cambio del sacrificio de la mayoría".
Sartori, certero, clarividente, brillante, realizó en dos folios toda una teoría de la democracia, ese valor, ese sistema de vida y entendimiento, que pidió para todos los países, sean pobres o ricos. Sartori colocó a los presentes ante los retos de hoy: "¿Cuál es el elemento, el factor que hace rígida, casi impermeable, una identidad cultural?", se preguntó. "El religioso y, más concretamente, el monoteísmo", respondió para continuar con lo que eso conlleva: "Mientras prevalece la voluntad de Dios, la democracia no penetra", aseguró.
Pero como hubo para todos los gustos, a las reservas y los frenos de las sociedades libres que supone la excesiva confianza en la religión de muchos, expuestas por la lucidez de Sartori, le acompañaron los salmos de parte de sor Evelyne Franc, superiora general de las hijas de la caridad de San Vicente Paúl, que recibió, junto a siete compañeras suyas de la orden que vinieron de Nigeria, Japón, India, Haití y España, el Príncipe de Asturias de la Concordia. "El amor y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan (salmo 84)". Así encabezó sor Evelyne su discurso, que puso el acento en la defensa de los pobres, la solidaridad y "la globalización del amor".
Todos brillaron ayer en un gran día para ellos con tres discursos concisos, variados y ajustados. Pero también fue la noche de la francesa Simone Veil, jurista de referencia, figura fundamental para la defensa y la presencia de la memoria, primera mujer presidenta del Parlamento Europeo y superviviente del horror de Auschwitz, que recogió el de Cooperación Internacional; la de Antonio Damasio, brillante científico portugués centrado en el ámbito de la neurociencia, con investigaciones fundamentales en temas como la depresión o el Alzheimer, que recibió el de Investigación Científica y Técnica y, por supuesto, la de los seis representantes de los institutos culturales europeos, el British Council, el Goethe Institut, el Instituto Camões, la Societá Dante Alighieri, la Alianza Francesa y el Instituto Cervantes.
A todos les reconoció los méritos el Príncipe en una ceremonia llena de simbolismo y emoción, ante constantes referencias a su próxima paternidad, para otorgar unos premios que han decidido 183 personalidades que debieron elegir entre 284 candidatos de 52 países y que habían recibido apoyos de 187.000 firmas de todo el mundo.
Babelia
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