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LA EUROPA SOCIAL / 2
Columna
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La Bolsa o lo social

Es difícil compartir la creencia de la Vulgata liberal conservadora de que el mejor medio de contribuir al crecimiento económico y a la creación de empleo, es promover el beneficio de las empresas y reducir el nivel de sus impuestos. Creencia contraria a la práctica hoy dominante de las empresas que anuncian grandes beneficios financieros a la par que su intención de reducir el numero de sus empleados. A mediados del pasado mes de septiembre, la sociedad Hewlett Packard publicó los datos económicos del año 2004 que arrojan un volumen mundial de negocios de 80 millardos de dólares y un beneficio neto de 3,5 millardos con una progresión del 38,5%. Al mismo tiempo que la supresión de 14.500 empleos -el 10% de sus efectivos mundiales- y el 26% de la plantilla francesa. Chirac y su polémica con el presidente Barroso nada han cambiado. No se trata de un caso único sino general y la sociedad Mercedes-Benz con la supresión de 8.500 empleos y el anuncio de notables beneficios o de la Deutsche Bank en idéntico sentido, son más de lo mismo. Esta absoluta incongruencia con las pautas del capitalismo clásico, al querer disminuir la capacidad laboral cuando aumentan las ganancias no es consecuencia de una especial perversión de los directivos de las empresas, sino de su impotencia, consecuencia de la lógica de la economía financiera que hoy prevalece en la vida económica. El modelo tradicional de la empresa comportaba tres actores principales: los accionistas, los directivos y los asalariados, de los cuales los directivos y los cuadros superiores formaban la tecnoestructura de Galbraith detentora del poder empresarial real frente a los accionistas y a los empleados de base. El régimen fordista representante de este tipo de poder que funcionó hasta los años 70 hizo posible que los mandos empresariales y los asalariados llegasen a acuerdos para organizar el reparto tanto de la productividad como del valor añadido. Dicho modelo calificado de stakeholder ha sido sustituido por el régimen de shareholder, que privilegia los intereses accionariales mediante la rentabilización de los fondos propios de la empresa acreciendo considerablemente el poder de los accionistas.

Pero lo que podía haber dado lugar a una verdadera democracia económica, con el poder repartido en múltiples manos, ha resultado imposible por la gestión colectiva del ahorro empresarial, que hace que los activos financieros de los particulares sean hoy administrados por empresas especializadas: los fondos de inversión o inversores institucionales, representados por los fondos de pensiones, los fondos mutuos y las compañías de seguros. De tal manera, que un número muy reducido de ellos controla un porcentaje cada vez mayor del capital de las empresas en detrimento del anterior accionista popular basado en el pequeño ahorro individual, lo que se ha traducido en que el porcentaje de acciones en EE UU poseído por los inversores institucionales haya pasado del 5% en 1946 a más del 50% en 1996. Esta financiación de la gestión empresarial ha constituido al valor accionarial, shareholder value, en el primer parámetro para medir el éxito de una empesa y ha llevado a la elaboración de nuevos sistemas de evaluación entre los cuales el más prestigioso y fiable es el EVA (Economic Value Added). De hecho la revista francesa Expansion publica anualmente una lista jerarquizada de las empresas de su país de acuerdo con su valor accionarial, determinado por el indicador EVA. Las principales prácticas empresariales actuales están dictadas por la voluntad de aumentar el valor accionarial: la compra y fusiones de empresas con el consiguiente aumento de la cotización en Bolsa; la concentración de la actividad de las empresas en sus sectores más rentables (re-engineering) con la externalización de la producción de los servicios y productos menos rentables; reducción del volumen de capital de la empresa con el fin de aumentar su rentabilidad (downsizing) por acción, aunque las ganancias permanezcan constantes. Este primado de lo financiero anticipado por Marx fue descrito por Keynes en 1930 en su Tratado sobre el dinero, que explica que el desajuste entre actividad económica y operaciones bolsísticas, se manifiesta sobre todo en que el aumento de los activos financieros es superior al aumento de precios de los bienes de consumo y en los salarios, lo que equivale a la transferencia implícita pero imperativa de la riqueza de la esfera productiva a la financiera. Es evidente que en este viaje no caben las alforjas de lo social. Y hay que olvidarse del crecimiento y del empleo.

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