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Reportaje:EL PAÍS | Novela histórica

León el Africano, hombre de frontera

Mañana, EL PAÍS ofrece a sus lectores, por 2,5 euros, la novela de Amin Maalouf sobre el viajero musulmán

José María Ridao

La obra de Amin Maalouf se ha desarrollado ajustándose a una subterránea coherencia, como si el novelista que adquiere un amplio reconocimiento internacional con León el Africano anticipara ya al ensayista de Identidades asesinas, la reflexión sobre uno de los principales conflictos ideológicos de nuestro tiempo, que asentó definitivamente su prestigio de escritor. La elección de un personaje como Hasan Ben Muhammad Al-Wazzan Al Fasi, el viajero musulmán apresado por corsarios sicilianos y ofrecido como obsequio al papa León X, cuyo nombre adoptaría, evidencia el propósito de situar la narración en una de las numerosas páginas en blanco, de los múltiples recovecos y oquedades, que ofrece la historia del Mediterráneo durante el periodo más dramático del enfrentamiento entre el Imperio Otomano y la cristiandad. Pero evidencia además, y así se pondría de manifiesto en Identidades asesinas, el interés por un presente conflictivo, en el que imágenes y estereotipos fraguados hace siglos pugnan todavía por suplantar a las más modestas pero incontestables evidencias.

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Maalouf adopta la voz de un personaje histórico, que es sin embargo su personaje, para recordar que las fronteras son contingentes, tanto entre los individuos como entre los territorios. La autobiografía imaginaria que es León el Africano reproduce así el itinerario vital y geográfico de un fugitivo de la toma de Granada, puesto en cautiverio por corsarios cristianos, renegado del islam mientras permanece junto a un Papa que lo protege, y vuelto al antiguo credo en el momento en que sus huellas se pierden en Berbería, tras su definitivo regreso. Hasan Ben Muhammad al Wazzan salta de una fe a otra, de una lengua a otra, de uno a otro territorio, mostrando que la creencia en el Dios de los cristianos o en el de los musulmanes nada tiene que ver con la sangre o con la estirpe, sino con la simple opción de cada cual o, a lo sumo, con las particulares circunstancias a las que se enfrenta. Como señaló el propio Maalouf en el prólogo a la edición en castellano de Descripción de África, publicada por León el Africano en 1555, esta porosidad entre los credos, entre las identidades, contrasta con su propia experiencia de los conflictos que desgarraron Oriente Próximo y que, en mayor o menor medida, siguen desgarrando el Mediterráneo y la sociedad internacional en su conjunto.

La Descripción de África, uno de los textos en los que se apoya Maalouf, representa un certero contrapunto al relato habitual sobre el periodo del Renacimiento, del que León el Africano, la novela, se vale soterradamente para construir la trama. Tanto en la Descripción de Hasan al-Wazzan como en el relato de Maalouf queda desmentida la idea de que la cultura clásica fuese privativa de una orilla del Mediterráneo. Los límites geográficos de Grecia y Roma no coinciden, en absoluto, con los de la cristiandad ni con los de los diversos reinos que reconocen la autoridad del Papa. Grecia se extendía por territorios de Asia que después quedarían bajo poder otomano; Roma y sus instituciones, por su parte, envolvían la totalidad del Mediterráneo, más tarde dividido entre el poder cristiano y el musulmán. Fue a partir del Renacimiento y, en particular, de las luchas políticas que provocó, cuando se emprendió una corrección de las fronteras que ha seguido en gran medida vigente hasta nuestros días. Con el propósito de reivindicar a Europa y al cristianismo como herederos exclusivos del pasado clásico, se expulsó de él a una parte sustancial de los territorios sobre los que ese pasado se desarrolló, como los de Oriente Próximo y el norte de África, más tarde gobernados por el islam. De igual manera, se incluyó entre los herederos a vastas zonas del norte de Europa que no tuvieron vínculo particular alguno con Grecia o Roma.

Hasan Ben Muhammad Al-Wazzan Al Fasi, el personaje real sobre el que Maalouf construye su novela, es, así, un hombre instruido en los saberes clásicos, deseoso de compartirlos y contrastarlos con los interlocutores que aprecia, sean cristianos, judíos o de cualquier otra confesión. Además de la Descripción de África, redacta biografías de árabes que fueron ilustres bajo el poder de Roma, compone gramáticas de su lengua materna y léxicos que permitan pasar del latín al árabe y al hebreo. El propósito de León el Africano en todos y cada uno de estos trabajos es recuperar la unidad que está quebrando en su época. No la unidad que se fundamenta en el pasado ni que imagina reponer en el presente algo que supuestamente ya existió, sino la unidad que surge al considerar que credo, lengua, raza, origen familiar, son adjetivos del ser humano que no determinan su comportamiento, que no limitan su capacidad de decidir y que, por tanto, no modifican la responsabilidad individual que contrae por sus actos.

Es en la afirmación contraria, en la conversión de lo adjetivo en sustantivo, donde acabaron proliferando en el siglo XVI, lo mismo que están proliferando ahora, esas Identidades asesinas que la soterrada coherencia de un escritor como Maalouf advierte al fabular sobre la vida y la obra de un hombre de frontera.

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