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Reportaje:

"¡Queremos ayuda!"

La frustración se apodera de los refugiados en el Superdome y el Centro de Convenciones

Yolanda Monge

"Los niños y los ancianos mueren a medida que pasan las horas, hay casos de violaciones y asesinatos, la gente merodea con armas de fuego", cuenta Alan Gould, un hombre que deambula por Nueva Orleans. La turista Debbie Durso relata que ésta fue la respuesta que recibió de un policía cuando le pidió ayuda: "Váyase al infierno, aquí cada uno se defiende a sí mismo como puede". Durante el día de ayer, los refugiados aseguran que sólo cinco helicópteros tomaron tierra para entregar agua. Luego no hubo más ayuda. Nada. Una mujer mayor abre los brazos y mira al cielo. A su alrededor, la gente le acompaña. Todos comienzan a recitar "el señor es mi pastor".

Terry Ebbert, jefe de las operaciones de emergencia en Nueva Orleans, no se anda por las ramas: "Esto es una vergüenza nacional", dijo. "Podemos enviar enormes cantidades de ayuda a las víctimas del tsunami, pero no podemos sacar de apuros a la ciudad de Nueva Orleans", dijo escandalizado Ebbert.

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La gente está muriendo. Dicen sentirse como animales abandonados a su suerte. Ni una gota de agua potable, ni una migaja de pan. "¡Queremos ayuda, queremos ayuda!", era el grito desesperado que lanzaban algunos refugiados en el Centro de Convenciones en Nueva Orleans. El pánico y la frustración se han apoderado de las miles de personas que esperan ser evacuadas de una ciudad donde hombres armados tratan de imponer la ley.

Pero hay quien ni siquiera puede gritar. Sintieron que sus fuerzas llegaron al final y se dejaron morir esperando una ayuda que nunca llegó. Ése fue el caso de Dorothy Civic. Con 89 años, Civic cerró los ojos poco a poco y ya no los volvió a abrir. Su agonía fue contemplada con impotencia por Terry Jones, la asistente social que cuidó con esmero de Civic durante los últimos cinco años de su pobre vida. "¡Míreme, miss Dottie, míreme!", gritaba con desesperacion Jones, sujetando la cabeza de Civic e intentando traer de nuevo a ésta a la vida con un poco de agua. Miss Dottie no espero más una ayuda que para ella nunca llegó.

Otros muchos temen lo mismo. Torie McDaniel, 28 años, intenta abandonar la ciudad con sus cuatro hijos. Llevan dos días sin llevarse nada que comer a la boca. Tres de los niños están descalzos y se agarran a la falda de la madre para no sentirse aún más perdidos. Miran con extrañeza y miedo. McDaniel carga en los brazos al más pequeño, un bebé de meses. "Hemos perdido todo, pero ahora tenemos que salvar la vida", dice McDaniel. "¿Cómo demonios podemos abandonar este infierno?", jadea desesperada esta mujer. "¿Dónde esta la ayuda?", se escucha.

"Nos sentimos como animales tirados en la calle", exclamaba un hombre. "La gente está muriendo ante nuestros ojos", dice Ally Clark. Aseguran que han visto fallecer a dos bebés, a una mujer, a un hombre... "No tenemos comida, no tenemos agua, no tenemos nada. Nos trajeron aquí y luego nos abandonaron", se queja. Como Clark, los cientos y cientos de personas que intentan salir de la ciudad anegada tienen una misma y repetitiva pregunta: "¿Dónde está la ayuda?". Y reclaman con ira: "¡Queremos ayuda!".

Los más pobres entre los pobres sienten que su Gobierno los abandona. Cada minuto que pasa crece la ira y la angustia. Bajo un calor sofocante, Vicent LaFontaine se lleva la mano a la boca en un gesto que pide agua y comida. Debe de tener más de 70 años y una barba blanca de cinco días, tantos como hace que Katrina le obligó a abandonar su casa y a refugiarse en el Superdome. Hasta allí fueron el domingo pasado los que no tenían medios para dejar una ciudad sobre la que se abalanzaba el huracán Katrina. Y aunque su intensidad fue mucho menor de laesperada, los efectos han sido devastadores. Katrina ha dejado a miles de seres humanos desasistidos y esperando. "¿A qué tenemos que esperar?". Lanza la pregunta Peggy Tanner. "¿A que nos cuenten como muertos?".

Alan Gould se niega a acostumbrarse a vivir entre la basura, el agua y los cadáveres que yacen tirados a las afueras del Centro de Convenciones. Está lleno de rabia y culpa al Gobierno de George W. Bush. "Nos han encerrado, acorralado como animales, en dos lugares: el Superdome y el Centro de Convenciones", relata Gould a la CNN. "No tenemos agua ni comida y el calor nos está matando", repite Gould, como tantos otros, en una interminable letanía. "Temo por la vida de mi mujer y mi hija de cinco años. Temo por mi propia vida", finaliza con la voz quebrada. "No merecemos esto". Gould dice que lleva cuatro días en el Centro de Convenciones. "Siguen diciéndonos que los autobuses van a llegar, que los autobuses van a llegar, pero nunca llegan. Necesitamos ayuda, necesitamos salir de aquí hoy", exclama angustiado.

A Paul Debraux, 56 años, no le quedaban muchas ganas de vivir tras perder el año pasado a su esposa. Le convencieron para que abandonase la casa en la que convivió con ella durante más de 30 años ante la llegada inminente del Katrina. Se refugió en el Superdome. Debraux sabe ahora que ya no tiene casa, no tiene recuerdos. Sólo la fotografia -ahora manchada- de su mujer en una bolsa junto a otros objetos personales que recogió a toda prisa. Debraux se define como un "buen americano. Toda mi vida pagué mis impuestos, toda mi vida respeté la ley", cuenta este hombre abatido por demasiadas desgracias. "No entiendo por qué nos abandonan así", prosigue. "Hubiera preferido morir ahogado en mi casa que tirado en esta calle de Nueva Orleans". Como Debraux, otros muchos buenos americanos reclaman ayuda de su Gobierno. "¡Queremos ayuda!", coreaban. "¿Dónde está la ayuda?", preguntan todavía.

Miles de los refugiados permanecían ayer en el estadio Superdome de Nueva Orleans esperando a unos autobuses que parecían no llegar nunca para ser trasladadas al vecino Estado de Tejas. Pero el lugar preparado en Houston para acogerlos, el Astrodome, ya estaba anoche desbordado y se anunció que "los autobuses que llegaban iban a ser desviados hacia otras ciudades y otros refugios", según dijo a la cadena CNN Nate Mcduell, oficial de policía de Houston.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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