El objeto no permitido
Todos los años, entre el 23 de abril, Día del Libro, y mediados de junio, cuando concluye la Feria del Retiro madrileño, a todo el mundo se le llena la boca de salvas y loas a la literatura, y los tópicos se suceden (algunos verdaderos): leer nos hace mejores, más imaginativos, más ricos en conocimiento, menos iguales a nosotros mismos, más comprensivos con los demás, nos permite vivir existencias ajenas, desarrolla nuestra tolerancia y hasta evita que cometamos algún que otro crimen. No seré yo quien se haya librado de soltar alguna vez estas alabanzas, aunque procuro dosificarlas, para no contribuir al general empalago. Y este año, con el cuarto centenario del Quijote en agotadora danza, los políticos se han apuntado al elogio del libro con mayor vehemencia que nunca. Y como no hay cita cervantina que hayamos dejado en paz, andamos repitiendo hasta la saciedad una de las más célebres: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los Cielos; por la libertad se puede y se debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres". No está mal que esta cita la suscriban los políticos, aunque en labios de alguno produzca sonrojo oírla.
Hará un par de meses, me escribió un hombre en cautiverio, un preso cuyo remite decía "Establecimiento Penitenciario de Albolote", en Granada. En su amable carta llamaba "singular" al lugar desde el que me escribía. Al escuchar una emisión de Radio Clásica que lleva Luis Gago, y en la que fui invitado a programar algunas piezas de mi predilección y a charlar un poco sobre ellas, el presidiario se animó a ponerme unas letras. La selección le estaba gustando mucho y no había esperado más: "Mientras escribo", decía, "suena lo que habéis puesto de Bernard Herrmann". Añadía que leía mis libros y artículos, por lo que decidí corresponderle con un volumen, dedicado, que seguramente no conocería: Cuentos únicos, una antología de relatos de miedo debidos a muy raros autores británicos, por mí preparada.
Al cabo de unas semanas el paquete me fue devuelto, con un sello que indicaba: "Desconocido". Me pareció extravagante que no conocieran a quien habían tenido allí interno, pero bueno. Me acordé entonces de que en la carta del preso figuraba un post scriptum en el que se me advertía de que "tal vez", cuando yo la leyera, él estaría "de vuelta" en la Prisión de Alhaurín de la Torre, en Málaga. Así que volví a mandar los cuentos a esta otra penitenciaría. Pero al cabo de unas semanas más, el paquete regresó a mis manos. En ambas ocasiones había utilizado el remite de la Editorial Alfaguara. Una de las personas que allí trabajan, Paz Vega, me hizo notar el motivo de esta devolución: "Contiene objetos no permitidos", rezaba la anotación en el sobre. ¿Un libro, "objeto no permitido"? Traté de explicarme el porqué de prohibición semejante, y sólo se me ocurrió uno tan absurdo que me pareció imposible. Al ser el volumen en cuestión de tapa dura, quizá los carceleros lo considerasen una posible y contundente arma. Hablé con Paz Vega, tan sorprendida como yo, y se ofreció gentilmente a hacer una gestión en mi nombre: años atrás, Alfaguara había querido mandar a otra prisión unos libros, para la biblioteca, y había debido avisar con antelación del envío. Le devolví a ella el volumen viajero, por ver si, con un visto bueno previo, se lo podía hacer llegar por fin al encarcelado.
Sin embargo, hoy me lo remite, y es la tercera vez que retorna a mí, como un boomeran empecinado. Paz había hablado con una funcionaria de Alhaurín, "y ha sido toda una experiencia", me decía. Se me ofrecen dos opciones: una es acercarme yo hasta dicha cárcel y entregar el libro en mano el día que el preso tenga las visitas autorizadas; la segunda es que le escriba, le pregunte las señas de algún familiar que vaya a visitarlo, él me las dé, yo mande el libro a ese familiar y éste se lo lleve el día de visitas pertinente. Extraordinarias facilidades, para regalarle unos cuentos a un presidiario al que gustan la lectura y la música clásica. El asunto lo encuentro tan escandaloso que agradecería sobremanera que la Directora General de Prisiones (Gallizo es su nombre, creo), o en su defecto el alcaide de Alhaurín de la Torre, o en su defecto algún funcionario de ese centro penitenciario, me explicasen por qué diablos un libro -eso que hace tanto bien, según todo el mundo- es un "objeto no permitido". Y si ninguno lo hace, habremos de concluir que, del Presidente del Gobierno para abajo, todos los políticos mienten hipócritamente cada vez que lanzan sus encendidos elogios a la lectura, y no digamos al Quijote idolatrado. Menos guasa.
(He escrito al preso. Confío en que tenga parientes, y en que lo visiten de vez en cuando. Ya veo que, si no, se quedará sin su libro.)
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