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Nada iberoamericano nos es ajeno

Vivimos tiempos de cambio en Iberoamérica. A pesar de las dificultades, que son muchas y la crisis de Ecuador así lo demuestra, por primera vez en la historia podemos aspirar a consolidar un espacio común de democracia y progreso, y a aumentar el peso y la influencia de la región en la sociedad internacional. En este proceso, España puede y debe desempeñar un papel muy relevante.

Se ha dicho muchas veces que España no se puede entender sin Iberoamérica y que Iberoamérica no se puede entender sin España. Esta afirmación es hoy más cierta que nunca. A los vínculos tradicionales de lengua, cultura e historia se suman ahora factores nuevos de gran trascendencia, como los cientos de miles de emigrantes americanos que viven y trabajan en nuestro país, contribuyendo así a nuestro desarrollo. Además, están los crecientes lazos económicos y financieros, desde remesas de los emigrantes hasta las inversiones en América Latina, que alcanzan ya el seis por ciento de nuestro PIB. Somos todos cada vez más americanos y por ello nada iberoamericano nos puede ser ajeno.

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Pocas ciudades españolas lo comprenden como Sevilla. En esta ciudad andaluza, española y americana, se celebra en estos días un encuentro de un centenar de personalidades de todos los países iberoamericanos. Bajo el lema "Iberoamérica: hacia un nuevo horizonte", están hablando, con fraternal franqueza y en un ambiente abierto y propicio al diálogo, de todos los problemas de nuestra comunidad y de cuáles han de ser los caminos que nos pueden conducir a ese horizonte mejor. Esperamos con gran interés sus conclusiones.

En este último cuarto de siglo ha habido grandes transformaciones políticas y económicas en nuestros países. Casi todos los iberoamericanos viven en democracia. Se ha avanzado mucho en los distintos procesos de integración. Nuestras economías han crecido, nuestros pueblos han trabajado mucho y han iniciado prometedoras reformas, pero las insuficiencias son todavía notables. En amplias zonas de América Latina todavía hay hambre y desigualdad. En algunos países más de un cuarto de la población vive bajo el umbral de la pobreza y en muchas sociedades latinoamericanas se puede observar una desvertebración preocupante. Queda mucho por hacer, y si pensamos que nada iberoamericano nos es ajeno -y lo creo firmemente-, España tiene que hacer un gran esfuerzo para cooperar con todos los países iberoamericanos, enfrentarse a los problemas y lograr que las oportunidades se conviertan en realidades.

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Podemos apoyar el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Podemos, siempre de acuerdo con los respectivos gobiernos, ayudar a reducir tensiones y fomentar el diálogo. Podemos contribuir a reducir la pobreza y la desigualdad. América Latina recibe la mitad de nuestra Ayuda Oficial al Desarrollo, que el Gobierno se ha comprometido a incrementar. Podemos y debemos fomentar un marco de relaciones cordial y estable, que favorezca la participación de nuestras empresas en las sociedades iberoamericanas. Nuestra presencia en la economía del continente no es pasajera sino estructural. Los empresarios españoles han invertido en América con ánimo de permanencia y la buena marca de sus operaciones sólo puede redundar en la prosperidad de los países que los han acogido. Podemos, en fin, consolidar la Comunidad Iberoamericana de Naciones como gran espacio común de cooperación, progreso y democracia.

Nuestro reto ha de ser convertir esa comunidad de naciones en una comunidad de ciudadanos. Debemos acercar a nuestros pueblos las propuestas y los resultados de nuestra concertación en proyectos y programas que beneficien directamente al ciudadano iberoamericano.

La crisis ecuatoriana, que a todos preocupa en estos momentos, nos demuestra que existen problemas que afectan a la estabilidad de la región y que ponen de manifiesto la necesidad de desarrollar, en el seno de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, mecanismos que permitan formular iniciativas políticas que contribuyan a resolver situaciones como la presente. Hemos de superar lo previsto en el Documento de Conclusiones de la Cumbre Iberoamericana de Madrid de 1992, no quedándonos en el marco de las consultas, sino que debemos acordar instrumentos que permitan plantear soluciones que redunden en el fortalecimiento institucional y en la solidez democrática de los países iberoamericanos.

Por otra parte, en este comienzo del siglo XXI en el que se empieza a dibujar un nuevo equilibrio internacional, los países latinoamericanos deben encontrar un espacio propio y coherente para hacer sentir su peso y su influencia. Estamos convencidos que esto sólo podrá lograrse si se alcanza una relación estratégica con la Unión Europea. Acelerar los acuerdos de la Unión Europea con Mercosur, la Comunicad Andina y Centroamérica debe ser una prioridad esencial de la comunidad iberoamericana. En este sentido, España junto a Portugal tiene la responsabilidad de liderar este proceso.

Disponemos de un instrumento privilegiado, las Cumbres Iberoamericanas, para que nuestra comunidad llegue a tener voz propia en la escena internacional. El sistema de las cumbres ha creado una valiosa red de relaciones personales, culturales, académicas, institucionales y de cooperación. La próxima Cumbre, que se celebrará este otoño en Salamanca, supondrá un gran avance en este camino. Será en esta cita cuando logremos la verdadera institucionalización de las cumbres con la puesta en marcha de la Secretaría General Iberoamericana. La SEGIB tiene como objetivos principales fortalecer la cohesión interna de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, impulsar su presencia internacional, racionalizar sus esquemas de cooperación y servir de órgano de apoyo y dinamización del sistema durante los períodos entre las cumbres. Esperamos contar al frente de esta nueva institución con una personalidad iberoamericana de gran capacidad y prestigio.

En Salamanca queremos adoptar una agenda ambiciosa que incluirá el canje de deuda por inversión en educación, una estrategia iberoamericana de cooperación para el desarrollo, un fondo humanitario, la creación de un espacio judicial, una carta cultural iberoamericana, y toda una serie de medidas políticas para la prevención, gestión y solución de crisis, así como la participación en operaciones de mantenimiento de la paz, como es el caso de Haití. Para involucrar a la sociedad civil deseamos incorporar a parlamentarios, empresarios y representantes de ONGs a este gran proyecto común. Queremos, en suma, que Salamanca marque el comienzo de una nueva etapa en la concertación política y en la cooperación económica, social y cultural entre nuestros pueblos, de forma que todos los iberoamericanos perciban de forma directa los beneficios de nuestra colaboración. En definitiva, en Salamanca debe ver la luz un verdadero espacio iberoamericano.

Compartimos una historia común, dos lenguas universales, una rica diversidad de culturas y hoy -la gran mayoría- ese incomparable bien que es la democracia. Nos une también un gran anhelo: que "lo iberoamericano" sea un referente de paz, progreso y libertad en el mundo del siglo XXI. Juntos podemos conseguirlo.

Miguel Ángel Moratinos es ministro de Asuntos Exteriores.

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