Relato de una muerte
Mi padre acaba de fallecer por cáncer. Hace cuatro meses que entró por primera vez en las urgencias de la clínica Puerta de Hierro de Madrid.
Sólo pido a Dios, si existe, que no me haga pasar por el mismo trance que a mi padre, me ahorre el sufrimiento y me quite la vida de un plumazo.
Durante este tiempo, he visto un médico insensible (en neurocirugía), administrativos avinagrados, enfermeras/os desmotivados, descontrol total entre los turnos, ausencia de personal en puentes y Navidades (como si las enfermedades se tomaran vacaciones), falta absoluta de procedimientos, y así podría enumerar una larga lista de deficiencias, negligencias y despropósitos (prefiero no hablar del inmoral negocio de las televisiones en las habitaciones). Podría escribir un libro al respecto pero, para muestra, las siguientes situaciones:
1. Por causa de los medicamentos, mi padre se convirtió en diabético; pues bien, en el menú se incluían productos con azúcar, cuando las órdenes médicas eran de suprimirlo.
2. He pedido vasos de agua para mi padre en urgencias (porque de iniciativa propia no lo podía esperar, o sea, cuando estaba solo, el pobre estaba desesperado por una gota de agua) y he visto cómo las auxiliares lo traían con los dedazos metidos dentro (cualquiera se lo pide a un médico o enfermera, ellos no están para esas cosas).
3. Si no es por mi madre, mi padre hubiera fallecido en Navidad: dos enfermeras para toda la planta de neurocirugía; mi padre con 23 de azúcar.
4. Hasta cuatro horas ha estado mi padre esperando una ambulancia. El 50% de las veces tuve que desplazarme yo a por él porque nadie lo recogía.
5. En boxes de urgencias estuvimos seis horas esperando afuera. Ante la falta de información, a las cuatro de la mañana fuimos a preguntar. Todo estaba apagado y el personal reunido en una mesita. Allí nos dijeron que a las doce de la mañana lo trasladarían al hospital de la Fuenfría. ¿Estaban esperando a las doce de la mañana para decírnoslo? ¿O es que les importa un bledo el estado de los familiares en la sala de espera?
6. Tres días antes de ingresar por última vez en urgencias, habíamos iniciado los trámites para ser atendido por la unidad de cuidados paliativos. Nos llamaron 12 días después de su muerte para empezar con el tratamiento. Sin comentarios.
7. Sobre el negocio de la funeraria, prefiero no hacer comentarios. A los 15 minutos del fallecimiento ya tenía una empresa allí, avisada por personal interno del hospital. Era patético ver cómo dos funerarias discutían sobre quién tenía que llevarse el cuerpo de mi padre.
Pero como en todas las organizaciones, siempre hay personas que con su humanidad y profesionalidad hacen que estos trances sean más llevaderos. Quiero mostrar mi agradecimiento al doctor Miguel Yebra y a algunos de sus colaboradores y enfermeras cuyos nombres en la totalidad ignoro. Ellos fueron los únicos que nos trataron como personas y comprendieron nuestro dolor en todo momento.
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