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Columna
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La pregunta de la señora Hoy

Javier Cercas

La señora Nim Hoy, casada con un diplomático londinense y madre de tres hijos de 2, 3 y 12 años, se hallaba de vacaciones en la playa tailandesa de Khao Lak cuando llegó el tsunami: milagrosamente, la señora Hoy sobrevivió, pero a su marido y a sus tres hijos los mató la ola. "No entiendo por qué sobreviví", es todo lo que la señora Hoy ha dicho desde aquel día. "Debería haberme ido con ellos". El caso de la señora Hoy, aunque más sangrante que muchos, no es en el fondo insólito, porque desde el día del tsunami miles, decenas de miles de personas en todo el mundo se hacen preguntas semejantes: aún se habla de 160.000 personas fallecidas, pero, dada la densidad de población de la zona, no parece verosímil que el número definitivo de víctimas vaya a ser inferior a 250.000. Empiecen a contar: sólo llevan dos muertos, ahora tres, ahora cuatro; no sigan: cuando lleguen a veinte estarán llorando. Pero no nos engañemos: la pregunta de la señora Hoy no es por qué ella sobrevivió, sino por qué murieron su marido y sus tres hijos. Esa pregunta tiene una respuesta obvia -y falsa- y otra más compleja -y obviamente verdadera.

Vayamos a la respuesta compleja. El 1 de noviembre de 1775, un terremoto arrasó la ciudad de Lisboa, dejando tras de sí un saldo de entre 30.000 y 70.000 muertos. La catástrofe consternó al mundo; la pregunta que los hombres de entonces se hacían era la misma que nos hacemos nosotros: por qué. A finales de ese mismo año, Voltaire dio su respuesta en un texto titulado Poema sobre el desastre de Lisboa; polemizando con Leibniz -que ideó la armonía preestablecida- y con Pope o con intérpretes abusivos de Pope -que creían que el mundo está bien hecho-, pero también con la ortodoxia cristiana y con su propio antiguo optimismo, Voltaire argumentaba con desesperanza que el mundo está mal hecho y que el mal domina el mundo. Meses más tarde, en una carta del 18 de agosto de 1756, Rousseau respondía a la respuesta de Voltaire. El debate, que en parte concierne al papel de la Providencia en el gobierno de lo real, es apasionante, pero hoy día puede parecernos un tanto anacrónico: después de todo, ya nadie cree en la armonía preestablecida, a Dios lo matamos hace más de cien años y todos aceptamos desde hace mucho que la Historia no es más que un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, y que no significa nada. Pero hay un argumento de Rousseau que es de absoluta actualidad. "La mayoría de nuestros males físicos son también obra nuestra", le dice a Voltaire. "Sin dejar su tema de Lisboa, convenga en que la naturaleza no había reunido allí veinte mil casas de seis a siete pisos, y que si los habitantes de esa ciudad hubiesen estado repartidos más igualadamente y alojados más ligeramente, los desperfectos habrían sido mucho menores o no los habría habido. Todos habrían huido al primer temblor y se les habría visto a veinte leguas de allí, tan contentos como si nada hubiera pasado".

Rousseau, que se equivocó en tantas cosas, en ésta tiene razón: el tsunami no se podía evitar, pero sí gran parte de las consecuencias catastróficas del tsunami. Es una apabullante verdad científica que aún no he oído decir a nadie. En 1964, un organismo llamado The National Tsunami Hazard Mitigation Program creó un sistema de alerta de tsunamis que sirve para detectar con antelación la presencia de éstos -la hora, el lugar en que se han producido y su magnitud probable- y, por tanto, para paliar sus consecuencias. El sistema es sencillísimo: consiste en una simple red de mareógrafos, sensores colocados en el fondo del mar y conectados a una boya, que transmiten vía satélite y en tiempo real las variaciones de la presión; el precio del sistema es ridículo: entre dos y tres millones de dólares, más o menos lo que cuesta uno de los tanques AMX30 usados por el Ejército español. Pues bien: sólo los países de la cuenca del Pacífico cuentan con ese sistema de alarma; obviamente, los de la cuenca del Índico, no: por eso pasó lo que pasó. ¿Qué hubiera pasado si hubieran contado con él? Según el oceanógrafo Manuel Figueroa, del Centro de Investigación Científica de Ensenada, se habrían salvado tres cuartas partes de la gente que pereció -es decir, unas 180.000 personas-, por la sencilla razón de que en la mayoría de los lugares afectados habrían dispuesto de varias horas para ponerse a salvo (cuatro horas, por ejemplo, en Sri Lanka; 10 en Somalia, donde hubo 200 muertos). Alguien dirá que el Índico queda muy lejos; es mentira: según un grupo de científicos rusos, autores del estudio Tsunamis in the Mediterranean sea, en los últimos 2.000 años ha habido más de 300 tsunamis de variada intensidad en el Mediterráneo. ¿Existe un sistema de alarma de tsunamis en España? No. Y no he oído que nadie hable de instalarlo. Lo repito por si no ha quedado claro: con lo que cuesta un tanque del Ejército español y con un minuto de educación (consistente en enseñarle a la gente que cuando el mar se retira de golpe de la playa hay que echarse a correr) se habrían salvado 180.000 personas, entre ellas, quizá, John, Robert, David y Kate Hoy. A ellos, como a casi todos los demás, no los mató la Providencia, sino la imprevisión, la estupidez y la codicia de los hombres. No llore más, señora Hoy: ésa es la respuesta.

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.

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