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Reportaje:

Nuestros 110 osos

Alrededor de 110 osos pardos habitan en la cordillera Cantábrica. Han sobrevivido a la caza furtiva, pero ahora se enfrentan a nuevos peligros, como el deterioro de su hábitat y las trampas y venenos en el monte. La situación ha mejorado en las últimas décadas, pero siguen al filo del abismo.

Carmen Mañana

La primera vez que Baldomero Álvarez vio un oso, el animal comía tranquilamente mazorcas en un maizal de Somiedo (Asturias). Era 1960. Sacó su pistola, pegó dos tiros y salió corriendo. Nunca volvió a disparar a un oso. Ocho años después, y tras dos décadas como cazador furtivo de otras especies, se convirtió en guarda de la reserva natural de Somiedo. Fue, según dice, un hueso en su trabajo. Durante 28 años trató de evitar que sus antiguos compañeros acabasen con el oso pardo, que hoy cuenta con cerca de 110 ejemplares en la cordillera Cantábrica, y se convirtió en mentor de los hombres que impulsaron la lucha por la conservación de esta especie: Roberto Hartasánchez, responsable del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (Fapas), y Guillermo Palomero, coordinador de la Estrategia Nacional para la Conservación del Oso Pardo. Ahora, ya retirado, guía de vez en cuando a los miembros del Fapas en sus periplos por el monte. Fue junto a ellos, pero en el campo de maíz saqueado por el oso 40 años atrás, donde volvió a topar con el ladrón, en esta ocasión una hembra de pelaje gris. "Venía hacia mí caminando despacio. Yo estaba en mitad de un camino estrecho y veía que me iba a pasar por encima si no le hacía notar mi presencia. No quería asustarla, porque sabía que entonces podía ponerse nerviosa. Así que cuando estuvo cerca le susurré: '¿Adónde vas?'. Me miró unos segundos y dio la vuelta sobre sus pasos. Tranquilamente". Las huellas que encontraron los ecologistas a menos de un metro de la roca donde Baldomero descansaba mientras ellos inspeccionaban otra zona prueban que su historia no es una leyenda más de las que se cuentan en los bares del pueblo. Casi 50 años después del primer encuentro, Baldomero ha vuelto a plantar maíz en aquel campo. Esta vez, subvencionado y con el único objetivo de alimentar al oso. El animal que antes se comía su cosecha, ahora le da dinero. La historia de Baldomero es la historia de la evolución del oso en la cordillera Cantábrica. De enemigo del hombre y trofeo de caza a fuente de ingresos, símbolo de la riqueza de los montes del norte de España y especie a conservar.

"Había un montón de osos" cuando Baldomero, de 74 años, era un chaval. Fue la época de Garrido, un vecino del pueblo de Robledo que mató 99 -casi toda la población actual- y "al que le pesaba no haber acabado con el número 100". Como el legendario cazador, otros furtivos diezmaron la población durante décadas. Cuando Pedro Hartasánchez comenzó su lucha por la conservación, los censos hablaban de entre 60 y 80 ejemplares. "Los conteos que teníamos en 1989 eran muy malos, y aunque los datos no eran totalmente fiables, pintaban un panorama trágico", explica el coordinador de Fapas. Dieciséis años después -durante los cuales sólo el Principado de Asturias ha invertido aproximadamente 19 millones de euros en subvenciones- se estima que la población oscila en torno a los 110 ejemplares. Una cifra "tímidamente positiva, pero que sigue manteniendo a los osos en peligro de extinción", según Guillermo Palomero. Uno de los pocos datos que consiguen poner de acuerdo a Administración, asociaciones e investigadores.

La población de osos cantábricos se divide en dos áreas. La occidental se extiende por Asturias, Castilla y León, y Galicia (desde los Ancares de Lugo, por el oeste, hasta el puerto de Pajares, por el este). Abarca unos 2.600 kilómetros cuadrados, de los que casi el 70% pertenece al Principado de Asturias. En ella habitan 80 ejemplares, ocho de los cuales serían hembras con crías. La oriental, de unos 2.480 kilómetros cuadrados, abarca desde Campoo de Suso (Cantabria), al este, hasta el puerto de Vegarada, en Asturias, por el oeste. En torno al 85% de la superficie pertenece a Castilla y León. Cuenta aproximadamente con 30 ejemplares, de los que sólo dos serían osas que han parido, según los datos de Guillermo Palomero.

La caza ha sido la principal responsable de la desaparición del oso pardo; la persecución y concienciación de los furtivos, uno de los factores más determinantes en su recuperación. Según Hartasánchez existen dos tipos de caza: la que se realiza como deporte y la que llevan a cabo los aldeanos para proteger su ganado y su cosecha. "En los años cincuenta y sesenta, la gente percibía a los osos como enemigos y acababa con ellos porque la Administración no pagaba los daños que causaban. Antes de ser guarda, un oso nos mató una novilla que por aquella época costaba 7.000 pesetas y a los tres años nos pagaron 1.750", recuerda con extraordinaria exactitud Baldomero. Ahora, el Principado de Asturias, por ejemplo, paga como indemnización un 20% más de lo tasado según el valor del mercado. Cada año invierte entre 12.000 y 18.000 euros en compensaciones. También se han puesto en marcha iniciativas como las del maizal de Baldomero: subvenciones destinadas a los campesinos que cultivan para el oso.

La multa por acabar con un ejemplar es hoy de 300.000 euros, pero en los años ochenta bastaban 50.000 pesetas para reparar el daño. Una cantidad insignificante en comparación con el beneficio obtenido por el trofeo. La piel que las autoridades confiscaron en Albacete en 1989 se vendía en el mercado negro por tres millones de pesetas. Pero al cazador no le mueven sólo motivos económicos. Está también el supuesto orgullo, la satisfacción, el prestigio. Hartasánchez recuerda cuando, buscando pruebas en el coche de un supuesto furtivo en los ochenta, encontraron una colección de fotos en las que el cazador se había inmortalizado con sus presas. "Las llevaba para ligar en la discoteca", explica. El último furtivo fue detenido en 1992. Se cree que Manolín el de Villaux (que significa villa del oso) mató cinco ejemplares. Cuando lo descubrieron intentaba vender dos pieles a cambio de un trabajo. Con el enjuiciamiento de Manolín no terminaron las muertes de osos en la cordillera Cantábrica. Unos años después se encontraron los restos de una hembra con crías, los últimos hasta el momento, frente al cuartel de la Guardia Civil de Trubia (Asturias), cuyo valle divide las poblaciones oseras de oriente y occidente.

Ahora, la inmensa mayoría de los cazadores, como la sociedad misma, está comprometida con la conservación de la especie. En esta concienciación han tenido mucho que ver asociaciones ecologistas y ONG. Pero ningún panfleto, curso o campamento -en los que el Principado de Asturias invierte cada año 400.000 euros- han hecho tanto por la educación ambiental como Paca y Tola. Hace 16 años, su madre fue asesinada, y ellas, todavía oseznas, recogidas por el Fapas en el concejo asturiano de Tineo. Amamantadas con biberones y criadas por cuidadores, todos los que en aquella época también eran niños querían que Paca y Tola fueran sus mascotas. Se convirtieron en el símbolo de la lucha por la conservación de su especie. Hoy, ya en su mediana edad (los ejemplares mayores de 20 años se consideran ancianos), viven tranquilas en una zona vallada del concejo de Santo Adriano, a media hora de Oviedo, tras un largo viaje que las llevó, por ejemplo, a la reserva del Hosquillo, en Cuenca.

Parece que la situación del oso ha mejorado levemente, a juzgar por el aumento de ejemplares. Pero aún están muy lejos los 200 que, según Guillermo Palomero, permitirían empezar a hablar de una población viable. Y es que, de la misma forma que desaparecen unos peligros, como el furtivismo, aparecen otros. Uno de los más recientes y menos conocidos es la falta de carroña. Los osos se alimentan de frutos -como cerezas, nueces, avellanas o ciruelas- y de insectos. Pero también comen carne. Tras la aparición de la encefalopatía espongiforme o enfermedad de las vacas locas, los Gobiernos autónomos obligan a la recogida de los cadáveres de las reses que antes eran abandonados en el monte por los ganaderos, y devorados, entre otros, por el oso. "De esta forma han perdido una parte importante del alimento que antes tenían. Estamos fotografiando a oseznos muy delgados, esqueléticos, y creemos que esto también puede afectar a la producción de leche de las madres", argumenta Hartasánchez. El Fapas tiene instaladas 15 cámaras en un área de 2.000 kilómetros cuadrados para controlar los movimientos de los ejemplares.

Desaparecidas las cacerías de osos, las batidas de jabalíes son ahora una de sus mayores amenazas. Fue en una de ellas donde murió precisamente Cannelle, la última osa autóctona de los Pirineos. El aumento del número de jabalíes es un fenómeno ligado a la despoblación de las zonas rurales. Para controlar el crecimiento de esta especie se organizan grupos con perros que recorren el monte obligando a los animales a salir hacia los puestos donde esperan los cazadores. Las organizaciones conservacionistas reconocen la necesidad de reducir el número de jabalíes -ya que entran en competencia con el oso por el alimento-, pero proponen otras modalidades de caza, como el rececho -en la que sólo participa un cazador-, porque son menos peligrosas y no perturban tanto al oso. "Hace tres años, un cazador vio moverse algo entre los árboles y disparó. Era un oso. Dijo que lo había confundido con un jabalí de 200 kilos", explica Monchu, miembro del Fapas. Para Hartasánchez, "no se trata de que los cazadores vean al oso como un obstáculo para su deporte, sino como un elemento más del territorio donde están cazando; es necesario buscar su colaboración".

Además, en los montes de la cordillera Cantábrica, especialmente los del occidente, sigue siendo frecuente encontrar trampas para jabalíes y corzos. Guillermo Palomero dice que "son las minas antipersonas de los osos". Los más peligrosos son los lazos corredizos de acero, que se cierran cuando el oso mete la pata, hiriéndole e incluso pudiendo llegar a matarle. "Hemos encontrado osos mancos y cojos. Incluso hemos liberado a alguno de estas trampas. No podría especificar un número exacto, pero, en cualquier caso, demasiados", concluye el coordinador de la Estrategia Nacional para la Conservación del Oso Pardo. Otra variedad de trampa son los cebos envenenados que se emplean contra el lobo. Palomero asegura que, hasta la fecha, se han identificado cuatro osos intoxicados. "Son, generalmente, plaguicidas comprados legalmente a los que se les da un uso ilegal. El oso es omnívoro, y, por tanto, puede comer esos cebos envenados de la misma forma que lo hacen los lobos".

Otro de los factores determinantes para la supervivencia de la especie es su complicada reproducción. Las osas paren una camada, de dos o tres crías, cada tres años. El parto tiene lugar "entre Navidad y Reyes", según Baldomero. Así que, en esta época del año, las cuevas acogen una nueva generación de oseznos que al nacer pesan unos 400 gramos, están ciegos y casi no tienen pelo. Durante el invierno, los osos reducen su actividad y se protegen en las cuevas, pero investigadores y asociaciones han constatado que varios ejemplares no han hibernado en los últimos años. Los oseznos dejan la cueva en torno a abril o mayo, cuando ya pesan cinco kilos, y permanecen junto a su madre hasta la primavera o el verano siguientes, cuando ya alcanzan los 40 kilos (un adulto no suele superar los 200 kilos de peso y los dos metros de altura). Entonces, la madre les abandona, y los hermanos permanecen juntos un año más hasta que empiezan su vida solitaria y errante.

El celo comienza en mayo o julio. Cada ejemplar intenta copular con el mayor número posible de individuos del sexo contrario. La cópula está precedida de un trabajoso cortejo que incluye abrazos, jugueteos y mordiscos. Baldomero fue testigo de "una cita". "En Cebolledo acompañé a un hombre que quería fotografiar osos. Estábamos observando a una hembra cuando un macho pasó a nuestro lado y se percató de que estábamos allí. Se acercó a la osa. Se frotaron las narices y se alejaron de nosotros". Después de la cópula, el macho permanece junto a la hembra un par de días y desaparece, desentendiéndose del cuidado de las crías.

Además de las dificultades reproductivas propias de la especie, los osos cantábricos presentan un nivel bastante elevado de endogamia. Ignacio Doadrio es director de un proyecto del Museo de Ciencias Naturales de Madrid que ha identificado genéticamente, hasta el momento, a 54 ejemplares a través de muestras orgánicas como pelos y excrementos. El científico considera que, al haber mayor consanguinidad entre el núcleo oriental, las hembras de esta zona podrían tener más dificultades para reproducirse. Lo aconsejable, según Doadrio, sería que los dos núcleos estuviesen unidos para que aumentara la variabilidad genética y disminuyera la endogamia, ya que, aunque hay machos que pasan de un núcleo a otro, no se reproducen con las osas de la zona a la que llegan porque suelen estar en los parajes más alejados. Y eso que los machos caminan largas distancias. Salsero, un oso al que la Universidad de León colocó un localizador en 1985, recorrió durante cuatro años los 2.400 kilómetros cuadrados del núcleo occidental. "Suecia se enfrentó a un problema de endogamia semejante. Juntaron a los dos grupos y aumentó el número de ejemplares de forma exponencial", comenta Doadrio.

Poner en contacto las poblaciones de oriente y occidente es uno de los objetivos prioritarios para Guillermo Palomero. Conseguirlo supone garantizar su hábitat y adaptar las infraestructuras que las separan para que no se conviertan en una barrera. Es la batalla más dura y complicada que queda por librar, según el coordinador de la Estrategia Nacional para esta especie. "Hay proyectos todavía no aprobados de grandes obras en la cordillera Cantábrica, como autopistas o trenes de alta velocidad, que, de llevarse a cabo, deben incluir medidas correctoras para que estos obstáculos sean franqueables por el oso". Palomero propone como ejemplo a seguir la autopista A-66, que une Oviedo con León y separa las dos poblaciones oseras: "Se está fortaleciendo el entorno de los túneles con reforestaciones para que los animales puedan pasar".

Pero proteger su hábitat no significa sólo evitar que las dos poblaciones queden aisladas. "La cordillera Cantábrica está cambiando. Cada vez hay menos ganaderos y más turismo. Es importante para la economía de las autonomías potenciar esta actividad, pero también no hacer accesibles los lugares más delicados para el oso", explica Palomero. Mantener sus espacios es una cuestión vital. "El oso tiene un área mínima en la cordillera y no puede permitirse perder ni un ápice de hábitat de calidad. Desde las administraciones no se están poniendo el esfuerzo y el cuidado necesarios para limitar la construcción de pistas forestales en zonas protegidas", se queja. Los miembros del Fapas saben de lo que hablan. Recientemente han localizado, en una zona protegida de Belmonte (Asturias), un paso ilegal abierto a unos kilómetros de una senda turística. "Puede que los furtivos de la zona lo hayan habilitado como puesto de cazadores para una batida, ya que así pueden soltar a los perros desde el camino oficial y esperar en el de arriba". Aseguran que en los riscos cercanos hay varias oseras. Para conocer los espacios donde habita, un grupo de investigadores de la estación biológica de Doñana, dirigido por Miguel Delibes, puso en marcha el año pasado, con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, una cartografía del hábitat de calidad en la cordillera y estudia un sistema para censar a toda la población osera.

Adaptar las actividades del hombre y el oso requiere un gran esfuerzo. Pero es imprescindible que "ambos compartan espacios", dice Palomero. En realidad, llevan haciéndolo siglos. "La idea de que el oso vive en parajes recónditos es falsa. Siempre ha estado cerca de los pueblos porque hay mucha comida", explica Hartasánchez.

Los aldeanos atesoran miles de historias sobre las visitas de sus peludos vecinos. La última tuvo lugar el pasado septiembre en Villaux (el mismo pueblo donde se detuvo a Manolín, el furtivo). Abeyeru (abejero en bable), un osezno de unos 20 meses, apareció por los alrededores la tarde del día 22. "Se acercó a la casa de un vecino, contempló a la familia casi como si quisiera saludarla, y al despedirse se puso de pie, a modo de cortesía", explica Carlos Álvarez, propietario del colmenar que saquearía hasta en tres ocasiones los días siguientes. Ante el desaguisado, Álvarez decidió instalar un pastor eléctrico -unos alambres emisores de pulsos molestos, pero en ningún caso letales- que facilita el Principado a los campesinos para proteger sus cosechas. No fue suficiente: "Entro en el colmenar y me lo encuentro todo pancho. Le doy unas voces, se pone de pie y, cuando le parece, echa a caminar, dejándome a mí clavado en el terreno".

Pese al susto, Carlos se siente afortunado por haber conocido a Abeyeru: "Contaremos la historia a los que vienen detrás para que la tengan en el recuerdo".

Más información en: www.fapas.es y www.fundacionosopardo.org.

Osos pardos.
Osos pardos.

Los tres últimos de los Pirineos

Una bala acabó el pasado 1 de noviembre, en el valle de Aspe, con la especie autóctona de los Pirineos. Cannelle (Canela en francés), la última osa parda nacida en esta zona, había muerto, y con ella todas las posibilidades de que esta población, que llegó a contar con 30 ejemplares a finales de los ochenta, sobreviviese.

Ahora sólo quedan tres machos: uno que habita en la parte francesa, otro que se mueve entre la zona aragonesa y los Pirineos centrales franceses, y el hijo de Cannelle. El osezno huyó cuando su madre fue derribada en una batida de jabalíes. Acorralada, mordió a uno de los perros y se revolvió contra un cazador, que le disparó. Dos días antes, cuando aún existía una esperanza, la asociación FIEP, que controla la población osera de los Pirineos, había informado a la Oficina Nacional de Caza francesa del hallazgo de excrementos frescos de una hembra y una cría en la zona donde se realizaría la batida. Conservacionistas españoles como Roberto Hartasánchez, del Fapas, aseguran que la desaparición del oso pardo en los Pirineos es resultado no sólo del furtivismo, sino también de la falta de actuaciones por parte de la Administración. "Se ha investigado e investigado, pero no se han llevado a cabo acciones concretas. Ahora se sabe todo sobre una especie que va a desaparecer". Para que esto no sucediese se introdujeron más de una decena de osos procedentes de Croacia y Eslovenia a mitad de los noventa. Ahora los ecologistas han pedido una nueva reintroducción de osas para evitar la extinción completa de la especie. Sobre esta medida y otras iniciativas conservacionistas debatirán en febrero la ministra de Medio Ambiente de España, Cristina Narbona, y el ministro de Ecología y Desarrollo Sostenible de Francia, Serge Lepeltier. El encuentro, propuesto por Narbona, pretende poner las bases de un proyecto conjunto para la protección del oso pardo y de otras especies en peligro de extinción, como el quebrantahuesos y el lobo.

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