¿Dónde están los papeles de la guerra?
La reciente pero también inacabable disputa acerca de los papeles de la Generalitat existentes en Salamanca ha hecho olvidar que ésos son sólo una parte de la documentación existente acerca del periodo. Cabría también decir que no son tampoco los más importantes. Conviene, pues, examinar la cuestión para situar el debate en sus términos y, además,para tener en cuenta la labor que la Administración podría llevar a cabo si quisiera disponer de un centro de estudios acerca de esta etapa.
Es preciso comenzar por una referencia al estado de los archivos públicos españoles, a muchos años luz de la mayoría de los europeos, a pesar de que éstos tampoco pueden ser calificados como modélicos. La productividad del trabajo del usuario -el historiador- resulta muy inferior en el caso español que, por ejemplo,en el británico. La falta de personal hace que la consulta sea lenta y aún más el servicio de fotocopia. Pero sobre todo los archivos españoles apenas hacen otra cosa que conservar y clasificar lo que ya tienen. No pueden, en cambio, realizar la labor positiva de buscar la nueva documentación.
En estrictos términos, el Archivo de la Guerra Civil está en Ávila, y no en Salamanca
El más importante filón documental fue la llamada 'Causa de la Cruzada'
En estas circunstancias, el Archivo de Salamanca responde a unas características especiales. En realidad lo propiamente bélico es, en él, escaso. Se trata de una parte de la confiscación realizada por los vencedores en la Guerra Civil, a medida que iban conquistando el conjunto de España, de aquella documentación que les iba a servir para un propósito represor. Como tal, el archivo tiene una difícil justificación en el momento actual: merecería la pena reconocerlo sin más. Pero lo que es también dudoso es que, si los centenares de ayuntamientos, sindicatos y organizaciones políticas incautadas exigen la devolución de sus documentos, eso resulte conveniente desde el punto de vista cultural. Los 507 legajos incautados a la Generalitat tienen una importancia limitada;hay otros que la pueden tener mayor relativos a Cataluña. En cuanto a los papeles privados que han acabado por parar en Salamanca, los hay de lo más variopinto: figuran allí, por ejemplo, los de Ossorio, Martínez Barrio, Lerroux y los del primer lehendakari, José Antonio Aguirre. No se entiende por qué su descendencia o el Gobierno vasco no los ha reclamado ya.
Los papeles relativos a las operaciones bélicas de los dos bandos están depositados en los archivos militares, principalmente en Ávila. En estrictos términos, el archivo de la Guerra Civil está,pues, en esta ciudad castellana y no en la otra. Parecen estar bien conservados y clasificados y proporcionan frecuentes sorpresas como, por ejemplo, información acerca de los conatos de disidencia política falangista fácilmente controlados por las autoridades militares. Algunos de los últimos libros importantes escritos acerca de la Guerra Civil han utilizado estos fondos para narrarnos la vida cotidiana durante estos tres años. Todo este enorme volumen de información les sirvió a buenos historiadores militares franquistas (Salas, Martínez Bande...) para elaborar una reconstrucción que hasta el momento apenas ha sido confrontada por la información del otro bando.Sin duda merece la pena someter toda esta documentación a una revisión profunda.
El resto de la documentación acerca de la Guerra Civil española, muy importante en volumen,se halla disperso en archivos públicos y privados. No hay un auténtico criterio cronológico o temático que lo justifique en los primeros. En el Archivo Histórico Nacional, actualmente saturado, se incorporaron papeles procedentes de otras entidades públicas, pero también de procedencia privada, aunque los nuevos ingresos parecen haberse detenido a comienzos de los años ochenta.El más importante filón documental fue la llamada Causa de la Cruzada, destinada a convertirse en un corpus documental descriptivo de la barbarie en la retaguardia de los vencidos. Por supuesto no es imparcial, pero proporciona buena información.Los archivos privados que se suman a este fondo proceden de donaciones privadas o de compra, principalmente de personas de significación izquierdista (Martínez Barrio, general Rojo, Azaña, Araquistain). La documentación relativa a la política exterior de ambos bandos está en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Se conserva bastante completa y es una lástima que haya sido muy poco utilizada por autores extranjeros, probablemente por pura ignorancia. A veces aparece en ella alguna información de carácter político: por ejemplo, relativa a la posición política de Franco después de la proclamación de la República. Ignoro si seguirá sucediendo así, pero en Presidencia de Gobierno, es decir, a unos centenares de metros del despacho de Rodríguez Zapatero, se encontraban los papeles de la Junta Técnica de Estado, es decir, el primer artilugio administrativo ideado por los sublevados para ordenar su retaguardia. Aunque el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares tiene especial interés para la época franquista, contiene también datos para la precedente. No hay razón alguna por la que esta información tenga que estar dispersa en tantos depósitos que, a base de disponer de poco espacio y personal y de escasa especialización, multiplican las dificultades de los investigadores.
Pero, además, tampoco favorecen la de los archiveros que debiera consistir en la incorporación de nuevos fondos y la posterior clasificación de los mismos. Resulta significativo lo que ocurre en la actualidad con la evolución política del bando sublevado desde la conspiración hasta el final del conflicto. Todo eso no se puede historiar en la actualidad sin el recurso a la documentación privada que, de una u otra manera, debiera concluir por estar bajo patrocinio público. De los generales de Franco, al menos Kindelán, Varela y Solchaga tuvieron un archivo propio o redactaron unas memorias; es probable que así sea también en muchos otros casos. La política interna del movimiento carlista se puede seguir en el archivo Fal Conde (Sevilla) o siguiendo la pista de los eruditos del tradicionalismo (Del Burgo) o de familias de esta significación política (Rodezno, por ejemplo). De todos quienes desempeñaron un papel político importante en el bando franquista hay un archivo importante (Pemán), unos papeles familiares dispersos (Martínez Anido), unos diarios (Jordana) o una información oral procedente de sus descendientes. Con todo ello se debiera hacer lo mismo que han llevado ya en gran parte los partidos y organizaciones sindicales de izquierda quienes han perseguido con tenacidad esta información hasta conseguir integrarla en sus fundaciones (Pablo Iglesias, Largo Caballero...). Algo parecido ha hecho, por ejemplo, el Arxiu Nacional de Catalunya tras una amplia labor de persecución del censo de políticos catalanes de los años treinta. La documentación anarquista permanece en el Instituto de Historia social de Amsterdam.
Finalmente, una buena parte de la información acerca de la Guerra Civil española, la relativa a los aspectos internacionales del conflicto, se encuentra en archivos extranjeros. Ha dado lugar a monografías acerca de la relación entre cada país y la España azotada por la Guerra Civil. Lo más reciente e interesante procede de la apertura de los antiguos archivos soviéticos que ha permitido la determinación del volumen y calidad de la ayuda soviética, así como de su influencia política (Elorza-Bizcarrondo, Howson, Kowalski, Payne...). Pues bien, por desgracia, no existe en España una institución dedicada a la investigación que posea las colecciones documentales, impresas, microfilmadas o digitalizadas, editadas por los diversos países. No cabe la menor duda de que podría prestar una gran ayuda a los investigadores españoles.
En definitiva, la paradójica situación de los papeles de la Guerra Civil es que existe un archivo que por su nombre parece contenerlos y no es así, sino que corresponde a una entidad de muy modesta significación. La información acerca del conflicto fratricida está muy dispersa y podría estarlo menos en beneficio de los intereses culturales. Pero parece que preferimos, en vez de eso, embebernos en un conflicto irresoluble entre identidades nacionales.
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