"Detesto a los biempensantes"
Aquel niño rubio y con rizos parecía un ángel pero prefería ser un demonio. Aquel querubín que el día de su primera comunión se hizo un estropicio en el pelo ennegreciéndoselo y convirtiéndolo en una bola de carbón para dejar claro que le movía más la rebeldía que la devoción es ahora un poeta recio y en guardia permanente. Hoy, José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) recuerda aquellos días como el inicio de su cruzada contra "los biempensantes" y se pueden leer esos episodios de una contienda que todavía no ha terminado en la primera parte de sus memorias, Tiempo de guerras perdidas, que vuelven a aparecer ahora, revisadas y publicadas por primera vez en Alfaguara, al tiempo que presenta Años y libros, una nueva antología con un estudio de Luis García Jambrina editada con motivo de la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
"Me gustó encontrarme a Hemingway con los ojos llorosos en casa de Pío Baroja el día que murió. Cambió la opinión que tenía de él"
"He bebido lo mío. Para nosotros, el alcohol era una forma de protesta. No bebíamos para olvidar, sino para recordar"
Presume de haber navegado por cinco mares. "Me faltan dos, el Índico y el Ártico para haberlos conocido todos", dice. Guarda recuerdos de todas sus travesías. En el salón de su casa se despliega una piel de cocodrilo que se trajo de Colombia, una tortuga enorme que trepa por la pared como un símbolo preciso de lo que debe ser la vida de un luchador al que no le deben amilanar las derrotas: una escalada lenta que debe contar con los elementos y con que la historia se repite muchas veces.
Porque los biempensantes, esos seres que se creen en posesión de la verdad permanente y que están obsesionados con el verbo prohibir, siguen ahí y se reproducen cada cierto tiempo. "Aquel día de mi primera comunión explica mi rebeldía incipiente. Yo era desobediente, indisciplinado. Todo escritor que se precie debe ser así. No cumplir. Tengo por norma enfrentarme a lo convencional, a los biempensantes. Los detesto". Contra ellos precisamente prepara un próximo poemario. "Se titula Manual de infractores y es producto de estos tiempos que no me gustan pero que me animan más que nunca a seguir escribiendo", dice.
Se pone en guardia, sentado en una mecedora de madera que debe acunar su rabia muchas tardes de invierno en su casa cercana a la Dehesa de la Villa, en Madrid. Desde ese escaño de su reflexión diaria, Caballero Bonald, con su cara larga, sus arrugas aristocráticas y su mirada de frente, franca y cálida, siempre de fiar, esgrime las que han sido sus armas en la batalla que ha relatado ya en dos tomos de memorias: la palabra, ese misil certero que debe ser el lenguaje cuidado. "He escrito estos libros con esmero. No puedo seguir cuando veo que no me sale algo artísticamente válido. Lo abandono". Y es que en esto de la literatura, para Caballero Bonald, poeta y prosista preocupado por la eficacia de la belleza en todo lo que sale de su mano, hay clases. "La despreocupación por el estilo, eso de escribir corriendo un libro detrás de otro, no lo entiendo", afirma.
El ejercicio de las memorias es difícil, dice Caballero. "Los recuerdos funcionan de manera muy compleja. Hay cosas que se olvidan y que sustituyen recuerdos ajenos o incluso falsos. En ese caso, para cubrir esas lagunas he recurrido a la invención literaria. Por eso las llamo memorias noveladas", explica. Con esos resortes, el autor ha elaborado un relato cálido, precioso, que se lee con el placer de quien va a saciarse en un festín de literatura y vida, esa fórmula que está sólo al alcance de los grandes.
La memoria novelada tiene un personaje central: él. Desde su infancia en Jérez y Sanlúcar de Barrameda, a merced de la sal y los vientos libres de Cádiz hasta sus días de poeta joven y estudiante en Madrid, donde no dejó de explorar ninguna guarida que oliera a literatura en los días tristes y tísicos del franquismo. Pasó de un hogar con padre partidario de Azaña y madre recta y católica, a una mili en la marina para completar su carrera de náutica y luego por la universidad para hacer Filosofía y Letras. "Otra equivocación", sentencia ahora. Equivocación o no, el caso es que el mar y la poesía han sido dos motores vitales. "Sí soy poeta y navegante", se define con orgullo visible y militante de lobo de mar con barco atracado.
Le queda mucho de aquel niño que regateaba los rosarios y las letanías refugiándose en los tebeos, en Flash Gordon y en la lectura de Emilio Salgari. "Sandokán me gustaba tanto, que cuando emitieron la serie de televisión me la vi entera y luego, cuando terminó, no he vuelto a encender el aparato. Además, aquel actor, Kabir Bedi, era tal y como yo me había imaginado al personaje", afirma.
Valentones
Los héroes acaban ahí para él. Porque tampoco le han convencido nunca fanfarrones de las letras, como Ernest Hemingway, por ejemplo. "No me convencía como escritor, de los estadounidenses siempre he preferido a Faulkner, no a él con esa fama de valentón de caza mayor, pesca de altura, boxeo y guerras. Pero me gustó verle con los ojos llorosos en la casa de Pío Baroja, el día que murió", aseguró. Aquel día, Hemingway declinó portar el féretro. Fue el final de lo que fue un auténtico centro neurálgico ilustrado en la posguerra: "La casa de Don Pío era como la de tocamerroque. Llamabas a la puerta y entrabas, daba igual si eras cobrador del gas o escritor".
Por allí también pasaba Cela. "Era un ser contradictorio, difícil, complejo, egocentrista, desdeñoso. Hay parte de su obra que me gusta, luego está ese costumbrismo árido que no me interesa", cuenta. Fue su colaborador un tiempo, luego se distanciaron. También conoció mucho a Ignacio Aldecoa. "Gran bebedor", dice. Con él y otros escritores y poetas, como Carlos Edmundo de Ory, ese eterno outsider, "genialoide", define Caballero Bonald, o junto a Ángel González, "que siempre dice que acuñamos una nueva manera de vivir y de beber". Proponían otro mensaje: "Para nosotros era una manifestación antifranquista. No bebíamos para olvidar, sino para recordar". Ahora es más selectivo con el gusto: "Sólo tomo vino, riojas, riberas, somontanos, oloroso seco de Jerez y manzanilla".
Babelia
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