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LA POLÉMICA DEL GOLPE EN VENEZUELA
Columna
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Vértigo

Josep Ramoneda

¿Por qué lo dijo? Ésta es la pregunta que tendrá que responder el ministro Moratinos en el Congreso, adonde le ha mandado el presidente del Gobierno a explicar sus palabras sobre Aznar y el golpe de Estado de Venezuela. Porque lo preocupante de este incidente es que no hay manera de encontrar una explicación razonable -en función de una estrategia política- al exabrupto del ministro. Y el problema de fondo es que este tipo de incoherencias está siendo demasiado frecuente en la política exterior del Gobierno. Da la impresión de que no se acaba de encontrar el camino y, sobre todo, el tono. En política internacional acreditar un estilo propio es muy importante.

Da la sensación de que las elecciones americanas han provocado algún desconcierto en el Gobierno español. Zapatero, al que su victoria, en la que sólo él creía, le ha dado reputación de buen pronosticador electoral, estaba convencido de que, en EE UU, ganaría Kerry. Pero esta vez le falló la intuición. Y parece como si le hubieran entrado las dudas. Eso transmite. El giro que imprimió inicialmente a la política exterior española, rompiendo ocho años de creciente y sumisa alineación con la política de Washington, le colocó en el mapa geopolítico en un peculiar punto de distancia respecto a la superpotencia. Por razones diversas, que probablemente van desde las bajas pasiones (el resentimiento) hasta la evaluación de fuerzas (España no deja de ser un país de peso medio, por tanto, Zapatero puede ser el enemigo ejemplar con el que disuadir a otros), Bush ha tenido especial interés en que no pase desapercibida la nueva posición de España. Tantas y tan insistentes han sido las señales emitidas por el presidente americano que a Zapatero le podría haber entrado vértigo al verse más instalado de lo que quería en la posición que él mismo buscó.

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Todos los indicios confirman que no se pueden esperar cambios significativos en la política exterior americana: la guerra contra el terrorismo seguirá tal cual y la confrontación militar con Irán no es ninguna quimera. En estas circunstancias, el profesor Fred Halliday tiene razón: "No es momento para la reconciliación con el equipo neoconservador de Washington, ni tampoco es el momento de resignarse en un confortable antiamericanismo". Desde Europa es, por tanto, el momento de construir políticas alternativas, tejiendo alianzas con países diversos, con los siempre olvidados sectores laicos o modernizadores de los países árabes, e, incluso, con los sectores liberales y progresistas de los propios EE UU.

En esta tarea, Zapatero y España pueden jugar un papel. Pero para ello hay que ganar en finura y en perspicacia estratégica. Se pasa con demasiada facilidad del exceso verbal al exceso de celo. Un día se invita a los demás países a abandonar a Irak y otro se transmite gran ansiedad por conseguir que Bush otorgue una segunda oportunidad al Gobierno español. Está bien dar protagonismo y reconocimiento al Rey, abandonando la relación de rivalidad y competencia que tenía Aznar con el Monarca, pero tampoco tiene mucho sentido pegarse a él en política exterior, porque no sería bueno que se confundieran los papeles.

Con Estados Unidos, simplemente hay que hacerse respetar: que sepan que España ya no seguirá siendo el primer monaguillo. Para ello es importante crear situaciones en que España sea necesaria. Sólo se puede conseguir tejiendo relaciones y alianzas en aquellas regiones sensibles en las que se cuenta con cierto prestigio y autoridad. De lo contrario, acabará pasando lo peor: que se asumirán las prioridades de la política internacional americana como modo de hacerse perdonar, de superar el desencuentro. Y, entonces, sería la ciudadanía la que no lo entendería.

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Hay mucho camino por recorrer: en Europa central, en Oriente Próximo, en Latinoamérica, donde España tiene palabra. Sin equivocar las prioridades: más Lagos y menos Chávez, para entendernos. Sin hacer provocaciones innecesarias. Y, al mismo tiempo, sin azorarse porque la revolución conservadora haya triunfado en Estados Unidos. Blair, al que la derrota de Aznar le produjo pánico, ha optado una vez más por el mimetismo respecto a Bush. Su programa para las elecciones busca tocar las mismas cuerdas que el presidente americano: miedo y seguridad. Los escrúpulos con los derechos democráticos se evaporan rápidamente si se trata de ganar o perder. ¿Es el camino del futuro? Alguien tiene que defender a Europa de la embestida conservadora que viene.

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