De murallas, viajeros y cuerpos
Las distintas lenguas y literaturas suelen comportarse como organismos, y por tanto, se hallan sometidas a las reglas de la evolución. A lo largo de la historia de la humanidad han existido miles de lenguas y literaturas diversas, pero la mayor parte de ellas se ha extinguido o se encuentra hoy en proceso de extinción. Durante siglos, las diversas lenguas se han mantenido luchando entre sí, siguiendo el patrón impuesto por sus tribus, clanes o naciones, con el objetivo de conquistar el mayor número posible de hablantes. Al ser limitado el número de lenguas que puede hablar una persona -o una sociedad-, esta batalla parece no tiene fin.
Para tener posibilidades de triunfar sobre sus competidoras, las diversas lenguas y literaturas han tenido que aplicar a lo largo del tiempo dos estrategias contradictorias, de cuyo adecuado balance ha dependido su permanencia o su desaparición. Desde el principio de los tiempos, las diversas lenguas -y sus literaturas- han tenido oportunidad de pelear o dialogar entre sí. En el caso del español, ambos sistemas se han mezclado una y otra vez; en ocasiones, nuestra lengua se ha considerado amenazada ante la preeminencia de otros idiomas y ha buscado multiplicar sus controles internos; otras veces, en cambio, se ha abierto de lleno a la influencia extranjera.
La explicación anterior es, por supuesto, incompleta. La lengua y la literatura no se regulan desde un centro, pues se trata de sistemas capaces de organizarse a sí mismos. Por más disposiciones centrales que se busque imponerles, en la práctica los hablantes -y en especial los escritores- dependen de estímulos y condiciones tan variados que las normas siempre terminan estancadas detrás de los hechos. O, para decirlo de otro modo, el diálogo y la reclusión no son puestas en práctica por las lenguas y literaturas en cuanto tales, sino por individuos de carne y hueso que día con día hablan, escriben y se ponen de acuerdo entre sí.
Sin duda, existen grandes obras literarias que son consideradas por sus respectivos pueblos como fundadoras de su identidad lingüística, pero ello no las convierte en manifestaciones exclusivas de sus pueblos. A nosotros, hablantes de español, nos pertenecen tanto Lope de Vega como Keats, tanto Quevedo como Balzac, tanto Rulfo como Dostoievski, tanto García Márquez como Mann.
Cada escritor mantiene, sin duda, una relación privilegiada con su idioma; el principal trabajo del escritor se lleva a cabo allí, en esa pelea y esa pasión por el lenguaje. Ninguna traducción será capaz, nunca, de reflejar la enorme variedad de sutilezas y registros que existen en esta relación entre el escritor y su idioma. Pero, si en verdad queremos salir de nuestro encierro, debemos aceptar que la mayor parte de las grandes obras literarias son traducibles, y que esas traducciones, por limitadas que sean, también forman parte de nuestra tradición y, a fin de cuentas, de nuestra lengua.
No cabe duda que la literatura en español es una de las más ricas y variadas del planeta, pero ello se debe, más que a sus normas intocables o a una organización central, a un acuerdo esencial entre sus hablantes y a su enorme capacidad de recibir influencias externas y de asimilarlas y variarlas en su propio beneficio. Entre más promiscua es una literatura mayor es su capacidad de sobrevivir, sin que ello implique nada parecido a una pérdida de su identidad. Porque la identidad de la literatura española no existe: se forma y renueva día con día, en el permanente diálogo que mantiene con sus distintas variedades y, desde luego, con la literatura escrita en otras lenguas.
Fragmento de la intervención del escritor mexicano Jorge Volpi, que ha subitulado La literatura en español y sus rivales y que leerá en Rosario en el panel dedicado a La apertura hacia la universalidad: el diálogo con otras literaturas.
Babelia
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