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Reportaje:MEDICINA REGENERATIVA

Seis años para llegar de la ciencia a la política

El fin del bloqueo legal permitirá a los laboratorios abordar los obstáculos científicos que aún quedan por resolver

Javier Sampedro

Las células madre embrionarias entraron en escena hace casi exactamente seis años, cuando James Thomson y su equipo de la Universidad de Wisconsin (EE UU) consiguieron extraerlas de embriones humanos obtenidos por fecundación in vitro, y congelados antes de las dos semanas de desarrollo. Un embrión de esa edad es poco más que una pelota de células indiferenciadas, sin las características distintivas de las neuronas, de la piel o del músculo. Pero es obvio que esas células deben ser capaces de generar esas especializaciones, puesto que todo nuestro cuerpo proviene de ellas. Son las células madre.

Thomson consiguió extraerlas y cultivarlas en el laboratorio, y demostró que proliferaban a buen ritmo, que mantenían su genoma estable y que, en el entorno adecuado, podían dar lugar a toda clase de tejidos. Casi todos los científicos vieron en ellas el umbral de un nuevo tipo de medicina. Y casi todos siguen pensándolo. Pero, seis años después, las esperanzas siguen ahí, en el umbral. Quedan grandes obstáculos, y se necesita mucha investigación para salvarlos antes de que las células madre puedan trasladarse a la práctica clínica. España se unió ayer al todavía pequeño grupo de países que podrán llevar adelante esas investigaciones en buenas condiciones.

Las esperanzas en la investigación con células embrionarias siguen en el umbral
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Los científicos saben que las células madre embrionarias pueden convertirse (diferenciarse, en la jerga) en cualquier tipo de tejido humano, pero no saben aún controlar ese proceso de manera fiable. Además, necesitan métodos muy eficaces para separar las células diferenciadas de las que permanecen en estado inmaduro, porque si éstas fueran trasplantadas a un paciente proliferarían sin control y causarían un tumor.

Los objetivos que se consideran más alcanzables a medio plazo son las enfermedades que ya se pueden tratar mediante trasplantes convencionales. Un ejemplo es la diabetes de tipo I, que ya se puede tratar con un trasplante de islotes pancreáticos obtenidos de cadáveres, pero que es tan frecuente en la población que jamás habrá suficientes donantes. En España, por ejemplo, hay entre 1.200 y 1.300 donantes anuales, y generalmente se necesitan dos páncreas para curar a un paciente. Como cada año surgen 3.000 nuevos casos de diabetes de tipo I (casi todos niños y jóvenes), nunca habrá para todos.

De ahí el gran interés del proyecto del médico e investigador español Bernat Soria -y varios otros laboratorios del mundo-, que persigue convertir las células madre en islotes pancreáticos.

Por razones similares, muchos laboratorios están intentando transformar las células embrionarias en tejidos de riñón, tipos concretos de neuronas -por ejemplo, neuronas dopaminérgicas, cuya destrucción en el cerebro causa el Parkinson- y células de la médula ósea, que son las que generan todas las células de la sangre, incluidos los linfocitos que constituyen el sistema inmune. Controlar de manera fiable la diferenciación de las células madre embrionarias en médula ósea sería un paso importante, porque los trasplantes de médula tienen ya muchas aplicaciones médicas -para tratar las leucemias, por ejemplo-, y es muy difícil encontrar donantes totalmente compatibles. Una amplia colección de líneas de células madre, o la manipulación de sus genes de histocompatibilidad, podrían paliar esa escasez. También hay una idea más sofisticada para evitar el rechazo en éste y otros casos: la clonación terapéutica, que consiste en generar un embrión genéticamente idéntico al paciente -por la misma técnica de transferencia nuclear que usó en febrero un equipo de la Universidad de Seúl para clonar los primeros embriones humanos- y usarlo como fuente de células madre. Esta posibilidad es legal en el Reino Unido, Corea del Sur, Singapur, Estados Unidos (sólo con fondos privados) y otros países, pero no en España.

La mejor manera de evitar el rechazo, desde luego, sería utilizar las células del propio paciente. Muchos órganos adultos tienen células madre. Al igual que las embrionarias, tienen cierto grado de inmadurez (aunque no tanta), y por tanto pueden proliferar (aunque no tanto) y convertirse en varios tipos celulares (aunque no tantos). En realidad, los trasplantes de médula ósea convencionales funcionan gracias a que la médula contiene muchas células madre de este tipo, que son capaces de repoblar la médula ósea del receptor.

La investigación en células madre adultas es también muy activa. Grupos estadounidenses, alemanes y españoles, por ejemplo, han logrado resultados alentadores al reparar parcialmente los corazones infartados con células madre obtenidas de los músculos del propio paciente y amplificadas en cultivo. También hay resultados notables en la amplificación de fragmentos de piel y otros órganos.

La mayoría de los científicos, sin embargo, considera que las células madre adultas no son una alternativa a las embrionarias, sino que ambas investigaciones deben perseguirse en paralelo. Cada tipo de célula puede ser óptima para según qué aplicación y, en cualquier caso, las técnicas que se ponen a punto para unas suelen ser valiosas para aprender a manejar las otras.

Las líneas de células madre embrionarias ya existentes no bastan: es preciso seguir generando nuevas líneas a partir de embriones. La Administración de George Bush, opuesta por razones religiosas a la investigación con embriones, accedió hace tres años a financiar esos trabajos con fondos públicos -hasta entonces sólo podían investigar las empresas privadas-, pero sólo con las líneas celulares ya existentes en agosto de 2001.

La insuficiencia de esa medida acaba de quedar ilustrada con nitidez. El mes pasado, los científicos de la empresa de Massachusetts Advanced Cell Technology (ACT) anunciaron que habían logrado convertir las células madre embrionarias en epitelio de la retina, que pueden ser de una gran utilidad para tratar la retinitis pigmentosa y la degeneración macular, dos graves dolencias oculares.

Pero el 1 de octubre, el vicepresidente científico de ACT, Robert Lanza, aseguró en un congreso organizado en Washington por Scientific American que su grupo jamás hubiera logrado ese éxito si se hubiera limitado a probar con las células madre existentes antes de 2001. Fue preciso generar nuevas líneas. Con fondos privados, por supuesto.

El veto casi total a la financiación pública de estas investigaciones está suponiendo una catástrofe para los grandes institutos públicos estadounidenses -la maquinaria de investigación biomédica más poderosa del mundo-, y es muy probable que esté demorando el avance global de estas investigaciones.

El Reino Unido es muy consciente de ello, y ha aprovechado para tomar la delantera con una de las legislaciones más avanzadas de Europa. La situación puede cambiar drásticamente el próximo día 2, cuando el Estado de California, gobernado por el republicano Arnold Schwarzenegger, decida si aprueba una partida de 3.000 millones de dólares (2.350 millones de euros) para investigación en células madre embrionarias. Lanza ya está pensando en mudar parte de su empresa de Massachusetts a California, como sin duda harán muchos otros científicos de primera línea en este campo.

España ya ha resuelto el problema legal. Las cifras siguen siendo mejores al otro lado del Atlántico.

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