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Columna
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Uribe Dos

El presidente colombiano, Álvaro Uribe, está a punto de culminar la primera parte de su obra. El proyecto de retoque constitucional que le permita presentarse a un segundo mandato está ya listo para el plenario del Congreso, donde tiene la aprobación asegurada, con lo que sólo faltará que la Corte Constitucional dé un plácet para que el ex líder liberal desempeñe cuatro años más de Gobierno.

Uribe es un genio de la simplificación. El gran motivo electoral con el que venció en primera vuelta en 2002 era la conquista de la seguridad. El gran problema de Colombia era, según su campaña, la guerrilla de las FARC, sedicente marxista y seguro traficante de coca, cuya eventual derrota devolvería el disfrute del país a sus habitantes.

Esa primera gran promesa, reduccionista, se ha cumplido y hoy la insurrección está, si no derrotada, sí replegada en la espesura, y el ciudadano puede de nuevo salir a comerse un ajiaco en el campo. Por ello, a menos de dos años del fin de su mandato, Uribe trabaja ya con un segundo eslogan, aún más reduccionista que el primero: Cuatro Años Más, que son los que su entorno afirma que el jefe necesita para rematar la tarea.

Es proceloso saber cómo va la guerra, con puntos de vista sumamente contradictorios sobre las bajas que sufren unos y otros, o incluso sobre si el ejército es capaz de encontrar entre ríos y follaje al guerrillero. Y el fúlcrum del conflicto consiste en una batalla que se libra en las junglas del sur, el llamado Plan Patriota, por el que una importante fuerza del Estado trata de acorralar a las FARC contra una frontera -sobre todo la de Ecuador- para proceder, con el probable concurso del modesto Ejército ecuatoriano, a una gran operación de embolsamiento y aniquilamiento del enemigo. Pero las simplificaciones son siempre capciosas. Mientras combate a los irregulares de Manuel Marulanda, como si en éstos se resumiera el problema existencial de Colombia, Uribe no tiene manos suficientes para coger y recoger los puntos de tantas costuras que, incesantemente, le desgarran el país.

La segunda guerrilla, el ELN, es un problema seguramente menor, en la medida en que si un día caen las FARC, difícilmente podría mantenerse ésta por sí sola; más serio parece el caso de los paramilitares o contraguerrilleros, porque aun en el supuesto de que un día se produjera su reintegración a la sociedad, se haría al precio de que heredaran el poder local allí donde operaban; peor aún es el cultivo y tráfico de coca, puesto que no hay garantía ninguna de que la reincorporación a la vida civil de los paras fuera a hacerles desistir de su inicuo comercio, ni que una igual de hipotética derrota de las FARC eliminara el plantío, primer elemento en la cadena de producción de la droga; y, por último, como humus y precipitado de todo lo anterior, la gran costura que se le escapa al presidente es el gravísimo decaimiento económico del país.

Colombia, que durante los peores años del endeudamiento exterior latinoamericano había mantenido una cierta sobriedad macroeconómica, se empobrece y deshilvana a los ojos del visitante asiduo. En un país en el que la estadística es más bien oficio de astrólogos, se reconoce oficialmente un 20% de paro, así como que la mitad de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Ésa es la implacable bomba de relojería, al que la coca puede que aplique algún alivio momentáneo y sectorial, pero que siega por su base la obra del presidente taumaturgo.

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La apuesta de Álvaro Uribe Vélez es total. Nada menos que demostrar que Colombia puede dejar de ser la de Fernando Vallejo, esa sociedad aquejada de una maldición de proporciones bíblicas, para replegarse a la violencia de cabotaje de un Álvaro Mutis, o a la torrentera tropical de Gabo, ambas del todo homologables en el concierto de las naciones. Y, en ese propósito, el presidente sortea ya los últimos escollos para repetir candidatura; y puede hasta ganar las elecciones de 2006, aunque sólo sea porque el ciudadano le agradece la recuperación del derecho a ir de excursión; pero el éxito o catástrofe del segundo mandato se jugará en lo social y económico, tanto o más que en la jungla. Y ahí no va a haber reduccionismo que valga.

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