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Pluralismo cultural y universalismo civilizador

Enrique Gil Calvo

El presidente del Gobierno español, en su reciente discurso ante la Asamblea General de la ONU, propuso como meta de pacificación global el futuro establecimiento de lo que llamó una "alianza de civilizaciones", entendida a la vez como la antítesis y el remedio del temible "choque de civilizaciones". Enseguida se ha criticado su propuesta, tachada de contradictoria y utópica. Contradictoria tanto porque el concepto de "alianza" designa una coalición beligerante contra terceros (¿quiénes serían éstos?), lo que desmiente su voluntad pacifista, como porque el concepto de "civilizaciones", predicado en plural para subrayar su diversidad heterogénea, se opone al de "civilización", necesariamente singular en tanto que universalista. Y utópica, porque una alianza semejante debería ser liderada por la potencia hegemónica que detenta el monopolio de la violencia, hoy por hoy ilegítima en tanto que se niega a someterse al imperio de la ley internacional, sin que parezca tener la menor intención de hacerlo en un futuro próximo. Aquí no voy a discutir esta falta de pragmatismo que (quizá premeditadamente) caracteriza a la propuesta. Y en cambio me centraré en el otro punto crítico señalado: el pluralismo civilizador.

¿Hasta qué punto el concepto de "civilización" es sinónimo de universalismo cultural y, por tanto, antónimo del "pluralismo de civilizaciones"? Cierta tradición del pensamiento occidental, que se retrotrae por un lado al idealismo platónico y por otro al monoteísmo judeocristiano, parece creer que "civilización" no hay más que una, identificable con el racionalismo europeo en cualquiera de sus dos versiones: la formalista de la Ilustración francesa, que fundaría el kantiano Estado de derecho, y la pragmática de la Ilustración escocesa, que daría lugar al contemporáneo liberalismo de los derechos humanos. Pero frente a esta corriente principal, el pensamiento occidental también alimenta otra tradición minoritaria, heredera del politeísmo presocrático, que postula la imposibilidad de unificar la racionalidad humana, dada la perenne persistencia del más radical pluralismo de valores en conflicto. Esta segunda tradición es la que Nietzsche recuperó, siendo retomada posteriormente por Weber y actualmente por Isaiah Berlin.

De modo que los creyentes en el monoteísmo universalista postulan una sola civilización, occidental y etnocéntrica, por supuesto. Y frente a ellos, los pluralistas radicales señalan la imposibilidad de alcanzar un consenso universal de valores en conflicto. ¿Cómo resolver este dilema? La forma más fácil de lograrlo, inspirada en Isaiah Berlin precisamente, es partir de la distinción entre medios y fines en que se basa el concepto de "razón" como adecuación de aquéllos a éstos. Y a partir de ahí, apostar por el siempre posible universalismo de los medios (recursos técnicos, procedimientos formales, reglas de juego), pero dejando a salvo el irreductible pluralismo de los fines (señas de identidad personal y colectiva, valores culturales en conflicto y objetivos últimos de la acción humana). En suma, la civilización material y formal sí es universalizable, como revela que todos los pueblos del planeta recurran a la ciencia, la técnica y el derecho de Occidente para resolver sus problemas prácticos (incluso los terroristas antioccidentales lo hacen). Pero a cambio no hay, ni puede haber, una sola civilización cultural de alcance planetario, pues en este aspecto cada persona, cada grupo y cada pueblo forma un mundo aparte, con derecho a ser no sólo diferente, sino además disidente de los demás.

De modo que los occidentales siempre podremos venderles al resto de pueblos nuestras reglas de juego (procedimientos técnicos, comerciales, bélicos, jurídicos, electorales o deportivos), pero jamás les convenceremos para que se pasen a nuestro equipo (excepción hecha de los inmigrantes de doble lealtad), asumiendo como propios los colores y los valores occidentales. Y además, menos mal que es así, pues esto es lo mejor que podría pasar. En efecto, como descubrió la sociología histórica, el gran secreto que explica la eclosión del "milagro europeo" (así se denomina a la invención coincidente entre los siglos XVII y XVIII del Estado-nación, la ciencia, el capitalismo, el parlamentarismo y la industrialización) fue el fracaso del universalismo a escala continental, dado el irreductible pluralismo de culturas territorialmente enfrentadas que rivalizaban entre sí para no ser asimiladas unas por otras. Si Occidente inventó la Modernidad fue gracias a que nadie logró imponer su imperialismo cultural por mucho que lo intentó: ni los españoles en el XVI, ni los franceses en el XVII, ni los ingleses en el XVIII, ni los alemanes en el XIX, ni los rusos en el XX, ni los estadounidenses en el XXI. Por el contrario, siempre ha prevalecido una insumisa voluntad de libertad e independencia culturales que constituye la fortaleza del mejor Occidente, dando ejemplo a escala global.

Por eso resulta falaz predicar la supremacía monoteísta de una sola civilización universal. No es político proclamarlo porque despierta la insumisión de los "paganos infieles" a los que se busca convertir y colonizar. Pero, además de contraproducente, también es falso, pues si la única civilización común fuera el neoliberalismo estadounidense, estaríamos acabados; para eso resultaría preferible ser bárbaros, como lo seremos todos si se destruye el planeta tras el contagio universal del depredador consumismo occidental. Entonces, si no se puede hablar de una sola civilización imperialista en singular, ¿conviene hablar, como Zapatero, de diversas civilizaciones en plural? Sí y no. Sí, porque la cada vez más frecuente interacción entre culturas diversas no conduce a una sola civilización universal, sino a un creciente pluralismo cultural. Y no, porque si nos limitamos a registrar la evidencia de esta irreductible multiplicidad cultural se nos hará imposible gobernarla, como conviene hacer para evitar sus peores efectos perversos.

La proliferación de las interacciones entre culturas heterogéneas puede dar lugar tanto al conflicto cultural, con creciente divergencia entre civilizaciones cada vez más antagónicas, como a la cooperación cultural, con progresiva convergencia entre civilizaciones cada vez más afines entre sí. Y es nuestra responsabilidad colectiva lograr que las interacciones culturales no degeneren hacia el conflictodivergente, tipo choque de civilizaciones, sino que se encaminen hacia la coexistencia pacífica, construyendo una convergente convivencia entre culturas plurales. Al final del camino no surgirá una sola civilización universal, sino múltiples culturas plurales, capaces de convivir en paz respetando recíprocamente sus identidades respectivas. Pero lo que cuenta no es tanto el final del camino como su recorrido compartido, consistente en el aprendizaje del respeto a los demás caminantes ajenos. Pues lo que hay que lograr es precisamente que nadie intente imponer sus creencias a los demás: que no lo haga el monoteísmo islámico porque tampoco lo hagan el estadounidense ni el europeo.

Y a esa senda de progreso posible cabe llamarla "proceso civilizatorio" en honor de Norbert Elias, el gran sociólogo histórico que bautizó con ese nombre la larga vía de pacificación interior que siguió cada país por separado a lo largo de la construcción del Estado de derecho. Si en cada territorio los grupos sociales aprendieron a convivir civilizadamente, renunciando a matarse por su identidad o sus creencias, ¿por qué no habría de suceder lo mismo a escala planetaria? No se trata de imponer una sola civilización común, sino de recorrer juntos un mismo proceso civilizador, que reconozca el derecho al pluralismo cultural fundado en el principio de reciprocidad que exige respeto a los derechos ajenos. Y dada la oposición lógica entre lo civil y lo militar, este proceso civilizador habrá de consistir, también, en un proceso desmilitarizador, que exige pasar de la lógica de la guerra contra el terrorismo a la lógica de la pacificación cívica de las causas del terror.

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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