El ex presidente Clinton se vuelca con Kerry en la recta final de campaña
Los pesos pesados del Partido Demócrata intentan movilizar el voto negro para desempatar
"Si esto no es bueno para mi corazón, no sé qué es lo que será bueno". Bill Clinton agradeció así el baño de masas que se dio en Filadelfia, en su primera intervención pública tras la operación que sufrió hace mes y medio. El ex presidente, lanzado a la arena para dar a John Kerry el carisma que sigue desbordando y que el candidato demócrata necesita para animar a los tibios e indecisos, acusó a George W. Bush de recurrir al voto del miedo y pronosticó que dentro de una semana el actual presidente seguirá los pasos de su padre y perderá las elecciones.
Clinton aún tiene el imán misterioso que apasiona a los suyos y que le haría ganar de nuevo las elecciones si no tuviera la imposibilidad constitucional de volver a presentarse, y ayer lo demostró en cinco minutos. Mucho más delgado que hace un año y derrochando sonrisas, el ex presidente, maestro del populismo, fue capaz de formular con enorme claridad y eficacia -lo que tanto le cuesta a Kerry- los mensajes a favor del cambio: el problema del déficit y su repercusión en el futuro del país, los niños dejados de lado por la insuficiente dotación de los programas educativos, los millones de estadounidenses sin seguro médico y el deterioro en la imagen internacional de EE UU: "Nuestros amigos del otro partido quieren un mundo en el que el poder y la riqueza se concentren en unos pocos... Nosotros queremos que se compartan las responsabilidades, y actuar solos cuando no tengamos más remedio: ellos quieren actuar en solitario y cooperan únicamente cuando no haya otra posibilidad".
El ex presidente, que evoca con su presencia ante el votante preocupado por la guerra y la economía sus ocho años de relativa paz y gran prosperidad, dijo que Bush aplicará "más de lo mismo" y que está intentando "asustar a los indecisos y tratar también de que los que están decididos no vayan a las urnas". Kerry, que aprovechó bien la rampa de lanzamiento y mostró más calor y emoción de lo habitual, reveló lo que Clinton le acababa de decir antes de salir al escenario: "En una semana, tanto Bush como yo seremos ex presidentes". El senador había calificado antes de "increíble incompetencia" del presidente la desaparición de explosivos en Irak y "los errores de cálculo en todo lo que ha hecho".
Clinton, que tenía previsto intervenir anoche en Florida y salir luego hacia el oeste, puede jugar un papel importante en la transmisión de energía e ilusión a la base demócrata más escéptica, la que no va a votar a Bush, pero no se ha enamorado de Kerry y puede quedarse en casa. En una situación de empate en una decena de Estados clave, bastan unos votos en Ohio, en Pensilvania o en Florida para inclinar la balanza. El electorado negro está en esta situación: siempre votará demócrata, pero es diferente que lo haga al 91%, como ocurrió en 2000, que al 81%, como pronosticó un sondeo hace 10 días. La posibilidad de que Bush pueda duplicar el 9% de voto negro que consiguió hace cuatro años o que ese voto no sea unánime para Kerry es preocupante para los demócratas.
Por eso, el ex vicepresidente Al Gore volvió el pasado fin de semana al escenario de su tragedia política y personal y recorrió las iglesias negras de Florida, para recordar a los electores lo que ocurrió en 2000 y para pedirles una civilizada venganza: "Si os sentís enfadados por lo que ocurrió hace cuatro años, expresadlo, pero no lo convirtáis en actos de ira, votad por vuestro futuro", dijo en una congregación baptista de Jacksonville.
Mientras tanto, Bush suspendió el domingo el descanso que tenía planificado y sigue recorriendo los Estados clave. En línea con el planteamiento de que las elecciones sean un referéndum sobre quién de los dos candidatos ofrece más seguridad al electorado, calificó en Colorado la política de Kerry sobre Irak de "estrategia de retirada y de pesimismo", y dijo: "No se puede ganar una guerra si uno no está convencido de que hay que librarla". El presidente, que encabeza varios sondeos globales por un margen pequeño y que no tiene las esperanzas que tienen depositadas los demócratas en el voto joven y en los nuevos votantes, necesita que cale el mensaje de que su rival es un riesgo para la seguridad.
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