Los árabes de EE UU castigan a Bush
La guerra de Irak provoca que esta comunidad, que respaldó al presidente en 2000, cambie su voto
Desde la mezquita Kerbala, el almuédano llama a la oración. Un hombre se da prisa por entrar en el recinto para orar. Llega tarde a la plegaria. El reloj pasa de la una de la tarde pero las calles están desiertas. Tiendas vacías, tráfico casi inexistente, restaurantes con tan sólo una o dos mesas ocupadas. Es viernes, día sagrado dedicado a la oración por los musulmanes. Pero además es un viernes de finales de octubre: es Ramadán. Los letreros en árabe de las tiendas, las mujeres con chador, el olor de la comida. Todo haría pensar en una ciudad de Oriente Próximo. En Beirut, en Damasco, en Bagdad. Pero a pesar de que el imán Al Husainy es de Nayaf, esta ciudad no pertenece a Irak. Pertenece a Estados Unidos, al Estado de Michigan. Es el medioeste estadounidense, es Dearborn, a las afueras de Detroit.
"Votaré a un demócrata, sea cual sea el demócrata", dice el joven Tarek
De los más de cuatro millones de árabes (la mayoría de ellos cristianos) que viven en EE UU, unos 220.000 están instalados en Detroit (cuna de Ford y ciudad del automóvil que atrajo a miles de emigrantes, primero afroamericanos y luego árabes, a sus cadenas de montaje) y sus alrededores. 30.000 de ellos en Dearborn, lo que los convierte en una tercera parte de la población de esta ciudad. Representan a 22 naciones y a seis creencias religiosas. Los árabes americanos de Dearborn votaron republicano en las elecciones de 2000 (45% para George W. Bush contra 38% para Al Gore. Ralph Nader sólo obtuvo el 13% de los sufragios, a pesar de su ascendencia libanesa). Apoyaron a Bush porque compartían su opinión contra el aborto y el matrimonio entre homosexuales. Se distanciaron de Al Gore porque sintieron que poco hacía por su comunidad y porque llevaba de compañero a Joe Lieberman, un judío.
Pero todo indica que esa tendencia ha cambiado. Un sondeo realizado por el Instituto Árabe Americano (AAI, en sus siglas en inglés) indica que Kerry recibe un "significativo apoyo" entre los árabes americanos. "La situación es completamente la inversa a la de 2000", asegura Imad Hamad, director regional del Comité Árabe-Americano Anti-Discriminación (ADC). Refugiado palestino nacido en Líbano, Hamad, de 42 años, dice que la comunidad se siente perseguida y en peligro. "Tras el 11 de septiembre nadie se siente seguro", explica. "El estado de los derechos civiles en América ha hecho que muchos árabes americanos cambien de voto", prosigue Hamad, que lleva cerca de un cuarto de siglo en EE UU. Sienten que son el principal objetivo de la Patriot Act, que en sus mezquitas hay micrófonos y asumen que en las plegarias se infiltran agentes del FBI. "Vivimos en un estado de excepción", relata más extremista Zouhair Abdelhak, hombre de negocios libanés. Abdelhak no cambiará su voto porque siempre fue fiel a las filas demócratas. Pero no le entra en la cabeza que hoy en día alguien de su comunidad todavía pueda votar por Bush. "Nos detienen sin cargos, espían nuestras casas, nuestras cuentas de banco, nuestras mezquitas", explica este joyero. "Cuatro años más de Bush no sólo serían un desastre para EE UU, sino un desastre para el mundo entero", cuenta vehemente. "Si prosigue la política de la actual Administración", relata haciendo una pausa porque sabe la dimensión de lo que va a decir a continuación, "todos los árabes acabaremos en un campo de concentración, aquí en América, de donde somos ciudadanos". "Defender esta Administración", dice Tarek, un joven que se ha unido a la charla en el café Aladín, "sería como defender que el cáncer es bueno". "Votaré a un demócrata, sea cual sea el demócrata", dice.
El sentimiento de compasión surgido tras el 11-S entre los árabes americanos ha quedado eclipsado por un sentimiento de rabia hacia la Administración de Bush. La palabra que la gran mayoría de los entrevistados pronuncia en Dearborn es "traición", seguida a corta distancia por la de "frustración". Se sienten traicionados porque Bush les dejó en la estacada cuando más le necesitaban. Se sienten frustrados porque no ven que ninguno de los dos candidatos tenga en cuenta sus problemas. "Es frustrante saber que los demócratas dan ahora por hecho nuestro voto cuando ni siquiera tienen en cuenta nuestros problemas", explica Muhannad Haimour, que trabaja para Access, la mayor agencia de servicios sociales para árabes americanos del país. Lo que ellos consideran sus "problemas", además de su seguridad en EE UU, es el conflicto en Oriente Próximo, de donde prácticamente todos huyeron en busca de un futuro mejor.
No le falta razón a Haimour. Durante el debate entre los vicepresidentes, se le hizo una pregunta muy directa al demócrata John Edwards: ¿Qué haría su Administración para resolver el conflicto árabe-israelí? Edwards contestó: "Los israelíes tienen derecho a defenderse. ¿Qué se supone que deberían de hacer? ¿Cómo pueden seguir viendo cómo terroristas suicidas matan a niños israelíes? Tienen la obligación de defenderse". En una semana en la que el Ejército de Israel lanzó la más sangrienta incursión en Gaza de los últimos cuatro años, Edwards no mencionó la palabra Palestina ni una vez. "Tras escuchar eso, no querrá usted que me sienta muy contento", declara Haimour. Fundador de la revista Forum and Link, este jordano, de 33 años, dice que votará por el independiente Nader. Lo considera un voto de protesta. Pero cuando se le pregunta qué sucedería si Bush ganase las elecciones por un voto se lo piensa dos veces. "Sé que votaré por Kerry, pero quiero protestar hasta el mismísimo día de las elecciones", puntualiza.
Además de traición y frustración, muchos de los árabes americanos de Dearborn sienten nostalgia. Echan de menos a Bill Clinton. "Fue el único que se interesó por nosotros, el que estuvo a punto de lograr la paz en nuestra tierra", dice Hamad. "Me temo que pasará al menos una generación antes de que podamos volver a donde estábamos hace unos años, Bush ha hecho mucho daño a nuestro pueblo", finaliza Hamad.
Se hace de noche en Dearborn y los cafés y restaurantes están abarrotados. Ha caído el sol. Por hoy ha finalizado el ayuno. Los musulmanes que observan el Ramadán ya pueden comer. Calle Warren abajo, corazón árabe de Dearborn, se pasean dos chicas cogidas de la mano. Llevan cubierta la cabeza con la hiyab y sus palabras suenan a árabe. Como la melodía que sale del móvil de una de ellas. Como la música que bailarán esta noche. A menos de 20 kilómetros de Detroit, cuna de la música Motown, ahora se baila al ritmo del último éxito del pop libanés.
Temor y dolor entre los iraquíes de Michigan
Al principio estuvieron divididos. Los que sufrieron el régimen celebraron por todo lo alto la caída de Sadam Husein. El día -9 de abril de 2003- que un soldado estadounidense tumbó en Bagdad la estatua del entonces huido presidente de Irak hubo fiesta en las calles de Dearborn. Pero ya entonces existían los iraquíes a los que no les gustaba la idea de aquella guerra. "Era una invasión entonces y es una ocupación ahora", explica Jafar Haddad, un iraquí que escapó de la represión sobre los chiíes que desató Sadam en el sur del país tras la guerra del Golfo en 1991. La muerte y la destrucción que ven cada día en las pantallas de sus televisiones cebarse con su tierra les unió un poco más en su opinión sobre la guerra de Irak. Las imágenes de Abu Ghraib terminaron por ponerles a casi todos de acuerdo. "Fue un error", dice Samir W. Mashni. "Los iraquíes sabemos que la guerra fue un colosal error y ahora Bush va a pagar por ese error", sentencia.
Aunque para algunos de los iraquíes de Dearborn el nombre de Abu Ghraib no era un desconocido. Más bien se trataba, y se trata, de una pesadilla que quieren olvidar. Allí fueron torturados por el régimen de Sadam. "No pueden olvidar", explica Muhannad Haimour. Access, la organización de servicios sociales para la que Haimour trabaja, cuenta con un hospital que tiene una unidad especial de terapia para personas que fueron torturadas en sus países de origen. "He conocido a iraquíes que con sólo oír llamar a una puerta creían que venían a buscarles para detenerles de nuevo", dice Haimour. Iraquíes que tras pasar años entre las rejas y las torturas de Abu Ghraib en Irak recabaron en un país que creían seguro para ver repetirse la historia. Ningún iraquí que votó por Bush en el año 2000 quiere hablar de Abu Ghraib, "es demasiado doloroso", dice Rana Abbas, asistente del director del Comité Árabe-Americano Anti-Discriminación (ADC). "Y desde luego, no votarán por el hombre que ha devuelto la tortura a sus vidas", asegura esta joven de 25 años.
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