Ni 'Clandestino', de François Depuren, ni Susanne Bier con 'Brothers' superan el listón
Una 'road movie' francesa y un melodrama danés estimulan la añoranza de Woody Allen
Con la proyección, ayer, de Brothers, de la danesa Susanne Bier, primera de las películas que participan a concurso en la sección Oficial del certamen donostiarra, volvimos de golpe al terreno de la mediocridad. Melinda y Melinda había puesto el listón demasiado alto, por lo que era previsible que el siguiente participante no pudiera saltarlo. "La representación del Ejército danés en Afganistán", escribe la realizadora y coguionista del filme, "da a la película un componente político, pero sobre todo es una historia de amor acerca de las condiciones necesarias para el amor en nuestro estilo de vida contemporáneo. La historia trata de las emociones asociadas a estos sucesos, puesto que para mí el cine consiste en describir emociones y expresar sentimientos. Me gusta meterme debajo de la piel de mis personajes, y por eso ambos lados, el serio y el gracioso, son esenciales en mis películas". La lectura de sus intenciones y la contemplación de Brothers es un ejemplo perfecto de la distancia que puede existir entre lo que se desea y lo que se consigue, que en este caso es enorme, dicho sea de paso.
Susanne Bier, el coguionista Ander Thomas Jensen y los productores Sisse Graum y Peter Aalbaek Jensen formaron parte del núcleo duro de lo que en su día se llamó cine Dogma, un movimiento artístico que pretendía redescubrir el cine y, probablemente, el mundo, que no redescubrió ni lo uno ni lo otro, que realizó algún filme de calidad y que, finalmente, consolidó la carrera de un realizador con talento -Lars von Trier- y demostró las excelentes relaciones que a veces se producen entre la comunión con ruedas de molino y el marketing.
Brothers nos cuenta un melodrama, género al que al parecer son proclives los creadores nórdicos. Una historia bastante pedestre de dos hermanos, uno militar y el otro un golfo delincuente, la mujer del militar, dos hijas y dos abuelos. Algunos planos de Conpenhague y un campamento talibán en una Almería reconvertida en Afganistán a la que es enviado el hermano de vida ordenada. El militar cae en poder de los talibanes y por circunstancias de la vida se ve abocado a cometer un crimen atroz. La mujer, el hermano golfo, las hijas y los abuelos creen que ha muerto. Tiempo después reaparece. Vuelve cambiado por la crueldad de lo que ha visto y vivido, y quien antes era amable y cariñoso ahora es agresivo y desagradable. Obsesionado con la inexistente relación entre su mujer y su hermano, el civilizado militar danés se comporta como un hooligan en territorio extranjero. El drama está servido.
El segundo largometraje a concurso, Clandestino, del francés François Depuren, tampoco supera el listón dejado por Woody Allen -baremo que habrá que ir dejando de lado para no ser reiterativo-, aunque tiene la ventaja respecto al filme danés de no estar tan inmerso en el drama existencial. "Ha aparecido en el mercado", nos explica Depuren en el press-book, "un instrumento extraordinario, la cámara digital, que ha revolucionado totalmente nuestra forma de hacer y de ver (...). Personalmente, he querido salir de mi propia experiencia de trabajo y filmar como si no supiera filmar, montar como si no supiera hacerlo, etcétera...". Lo ha conseguido. La cándida y correcta historia que narra, basada en una novela también de Depuren, en la que se nos cuenta con sencilla naturalidad las vicisitudes de un inmigrante kurdo sin papeles que ansía llegar a Inglaterra con la inesperada ayuda de una desnortada y joven mujer francesa que acaba de enviudar, sería una película aceptable si su realizador no hubiera descubierto aún ese instrumento extraordinario llamado cámara digital. Lo utiliza como un niño con un juguete nuevo y marea al espectador, al menos al que suscribe, de forma gratuita. Es verdad que todo se puede justificar a posteriori. El director de Clandestino alega que la nueva técnica le ha permitido "no sólo divertirme, sino aprender a vivir mejor, a disfrutar el día de hoy, que a veces tenemos tendencia a contemplar con nuestros viejos ojos". Sospecho que contemplar y alcanzar tantas bondades exigen no sólo sacar la entrada, sino comprar también unos ojos nuevos, algo que parece excesivo.
Si el núcleo duro de los del Dogma presentaron un filme espeso, kierkegaardiano, en torno al amor, la angustia y el pecado entre Almería y Conpenhague, Depuren nos ofreció una road movie desde la Francia profunda a Londres basada en dos almas desesperadas por distintos motivos y con una enorme ventaja en su posible relación: ni la una sabe kurdo ni el otro francés, pese a lo cual no se tocaron ni un pelo en todo el viaje.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.