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Reportaje:

En el camino hacia la paz en Colombia

A final de los años ochenta había ocho conflictos armados en América Latina, y a comienzos del siglo XXI sólo queda uno, el colombiano. La creación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se suele datar en los sesenta, cuando el partido comunista formó una escueta guerrilla para defenderse de la represión de los Gobiernos del Frente Nacional, que fue creciendo hasta pasar hoy de los 15.000 hombres a las órdenes de Manuel Marulanda. Y al cabo de 200.000 muertos, decenas de miles de secuestrados y una fortuna amasada por los insurrectos en el tráfico de coca, Colombia parece creer que puede dejar de ser Colombia. El presidente, Álvaro Uribe Vélez, que en agosto llegó al ecuador de su mandato, se presenta como el implacable y austero fabricante de un milagro. El país recupera el uso de sus carreteras, el crimen cae a ritmo alentador y el ciudadano empieza a pensar que la nación puede darle la vuelta a la contienda. ¿Pero es milagro todo lo que reluce? Los próximos dos años serán cruciales para que la historia elija entre prodigio y espejismo, cuando, como escribe María Teresa Ronderos en Semana, habrá que jugar la segunda parte de un durísimo partido.

Colombia recupera el uso de sus carreteras, el crimen cae a ritmo alentador y el ciudadano empieza a pensar que la nación puede darle la vuelta a la contienda

Las encuestas de opinión colombianas son un enigma envuelto en un misterio; mientras una mayoría de encuestados responde que el país está mejor que hace un año, proporción similar afirma que, en lo individual, todos están francamente peor. Un taxista que cita como argumento de autoridad el notable de izquierda, Daniel García Peña, nos hace la cortesía de resolver el acertijo. "El taxista dice que Uribe no prometió nunca mejoría económica, sino devolver la seguridad a los colombianos, y lo está cumpliendo; las FARC retroceden a la selva, y el ciudadano vuelve a ser dueño del país". A los dos años de mandato, y con una situación económica que está pidiendo la eutanasia, el presidente cuenta con el apoyo de más de un 75% de la opinión.

El general Manuel J. Bonnet, jefe de las FF AA con el presidente Samper (1994-1998), y hoy conferenciante universitario, lo explica como un agrarismo atávico. "El colombiano tiene alma de campesino y ahora puede volver a comerse un sancocho [guiso de pollo] en la finquita con la familia y los amigos; así es como entiende su libertad. Y eso es lo que le ha devuelto Uribe". El éxito de esa ruralidad recobrada cabe medirlo también con el aumento de ventas del diario El Tiempo el día que publica un coleccionable semanal de mapas y rutas de una geografía que ya estaba medio olvidada.

'Realities' agropecuarios

Ése ha sido el partido de ida que ha ganado el presidente jugando en casa ante un público entusiasta, casi como hipnotizado por una clase de espectáculos que matarían de risa al que osara representarlos en Europa. De un lado, una especie de realities agropecuarios, como la retransmisión en directo de algunos Consejos de Ministros, en los que los miembros del Gabinete hablan sólo cuando lo manda el maestro, el administrador de la hacienda, el amansador de caballos, como lo llama María Jimena Duzán en su libro Así gobierna Uribe, y de otro, los concejos cívicos, cabildos abiertos como en la colonia, o asambleas de la era pre-industrial, que también se televisan desde el pueblo más remoto, y en los que todos pueden tomar la palabra ante el señor de horca y cuchillo, quien atiende ruegos, encamina peticiones a sus edecanes y apunta remedios. Alguien que en vez de equipo tiene cuadrilla, como los toreros, y practica "la política al detall", que dice Ernesto Samper. Materia prima por la que mataría Berlanga. El senador Antonio Navarro Wolff, antiguo guerrillero del M-19 y uno de los líderes del movimiento de izquierda, el Polo, le adjudica al presidente 2.040 horas y 93 días de televisión en directo, a lo que hay que añadir 38 portadas de las dos mayores revistas del país, tan sólo en el último año, y una prensa de provincias en posición decúbito supino. Quedan como voces independientes El Tiempo, cuya opinión maneja el ex ministro de Exteriores liberal Rodrigo Pardo, y El Espectador, histórico diario de Bogotá hoy convertido en dominical.

Pero el partido de vuelta podría ser harina de otro costal. Hace ya algunos meses que Uribe llegó a la conclusión de que precisaba un segundo mandato de cuatro años para batir a la guerrilla y devolver Colombia a los colombianos. Eso se llama reeleccionismo en un país en el que la Constitución de 1991 prohíbe la reelección; donde un presidente lo tiene todo a su favor para hacerse reelegir, como el cargo, los medios y los recursos del Estado. Pero no faltan tampoco los que piensan que la aventura puede ser el principio del fin para Uribe, que ha de trapichear con el Congreso para que le apruebe la enmienda reeleccionista, y con ello, dicen, quien se presentaba como el antipolítico por excelencia se muestra tal cual es, prometiendo subsidios y favores a la antigua clase de notables. Como dice Samper -equidistante matemático entre uribismo y antiuribismo-, es una "paradoja autorreferencial": Uribe enarbola como programa la reelección, pero forzar que ésta se apruebe en el Congreso puede hacerle inelegible en el país por el desgaste ante la opinión que acarrearía. Es una carrera contra el tiempo: ¿durará el capital político acumulado lo suficiente para dar a Uribe un segundo mandato, o se le terminará antes de que lo reelijan porque quiere precisamente que lo reelijan?

El país está ya en plena campaña presidencial, aunque sea a dos años vista, en la que sendas coaliciones tratan de cobrar forma. Una de centro-derecha en torno al presidente, con el partido conservador muy disminuido pero aún significativo en el campo; el Ejército; la Iglesia; las autodefensas o paramilitares, que desde los ochenta se han establecido en el negocio de la droga y la venta de seguridad a los propietarios locales, y por último todo lo que quepa rebañar del partido liberal, aún el mayor del país y al que sigue perteneciendo Uribe, aunque fuera de independiente en 2002; y otra de centro-izquierda, con el Polo, grupo de reciente formación pero que ya ha situado de alcalde de Bogotá al sindicalista Lucho Garzón; la izquierda del senador Carlos Gaviria; el partido comunista; alguna forma de vinculación con las FARC que sería el beso de la muerte en cualquier campaña electoral, y el ELN -guerrilla inspirada en el castrismo, hoy más fuerza política que militar-, y lo que reste del disperso voto liberal.

El Gobierno asegura que hasta hace poco un 40% de los 1.100 alcaldes colombianos no podía ocupar materialmente el cargo a causa de la guerrilla, y hoy no más de una docena se halla en ese caso; que entre 2000 y 2002 -los dos últimos años del mandato del conservador Andrés Pastrana-, las FARC tomaron 94 pueblos, y, en cambio, desde entonces sólo ha habido 11 asaltos menores; que en los últimos 12 meses hasta mayo, los secuestros han bajado un 40%, a 1.737, y los homicidios, un 20%, a 21.000. Está claro que el otro monopolio que quisiera el Estado colombiano, tras el de la violencia, es el de la estadística. Pero todo guarismo debe interpretarse. El número de muertes es menor no porque la sociedad colombiana sea hoy menos abrupta que ayer, sino porque han variado ciertos datos, aún no se sabe si permanentemente. De un lado, las FARC han sido expulsadas de zonas relativamente pobladas casi hasta aislarlas en tres esquinas geográficas: Urabá, al Oeste; la frontera con Venezuela, al Este, y Caquetá y Putumayo, al Sur, donde el Ejército desarrolla el crucial Plan Patriota, y por ello la guerrilla tiene menos población entre las manos, le falta materia prima para administrar la muerte; de otro, las conversaciones iniciadas el pasado 1 de julio con las autodefensas, que han dado lugar ya a algunas treguas de los paras, también han retirado provincias enteras de la línea de fuego, pero la violencia común no cede, y en Cali, tercera ciudad del país, incluso aumenta.

El antiuribismo

El antiuribismo subraya todo lo que puede empeorar. Óscar Collazos, novelista barcelonés de origen colombiano, dice, sorbiendo un mojito en la noche de Cartagena, que mientras las AUC negocian un acuerdo de desmovilización para sus 12.000 efectivos, lo que se está produciendo es "un empoderamiento de los paras en los seis o siete departamentos de Caribe y Pacífico. Vamos a la paramilitarización de Colombia". Ese empoderamiento lo deletrea el periodista Álvaro Sierra: "En las cabeceras municipales, las AUC quitan y ponen alcaldes, concejales, diputados, inspectores de policía, directores de entidades de poder local y disponen de los dineros y los presupuestos oficiales". Y el politólogo Eduardo Pizarro Leongómez, en su reciente obra Una democracia asediada, habla de una ocupación más sutil: "No hay patrullaje de la comunidad con pasamontañas ni armas de largo alcance. Es un control invisible con armas cortas camufladas, con expulsiones de los barrios".

Algunos dudan también del entusiasmo con que una Casa Blanca en la que desde las elecciones de noviembre reinara el demócrata John Kerry fuera a sostener el esfuerzo militar de Bogotá. Y sin este apoyo, al Ejército le faltarían los ojos de la vigilancia satelital, el fuego y radio de acción de los helicópteros Blackhawk, y la logística y enfermería de la propia retaguardia norteamericana, con un millar de asesores in situ. La guerra de Irak jugaría, por ello, a favor de las FARC al exigir el enfriamiento de otros compromisos. Pero en Colombia ningún argumento excluye a su contrario: el historiador inglés Malcolm Deas, uribista melancólico y quizá el extranjero que mejor conoce el país, piensa que Estados Unidos, horrorizado ante el fracaso carísimo de Irak, podría apreciar un éxito a precio de coste. Rafael Pardo, ministro de Defensa con César Gaviria (1990-1994), cifra el presupuesto anual del Plan Patriota en 70 millones de dólares.

Y a todo ello hay que sumar la catástrofe fiscal que vaticinaba The Economist en agosto. El presupuesto de 2005 es de 93 billones de pesos -unos 30.000 millones de euros-, del que cerca de la mitad no se sabe cómo va a financiarse, salvo por el endeudamiento exterior y la venta de activos que ya no tiene el Estado, con lo que el déficit puede pasar del 10%. La crisis fiscal viene inducida por un agujero en el pago de las pensiones de 13 billones de pesos, cuando la deuda pública ya supera el 50% del PNB. Así, el fracaso de las negociaciones con las AUC, que no pueden prosperar si EE UU no renuncia a pedir la extradición de los jefes paras, a los que acusa de narcotraficantes; las dudas sobre la actitud de John Kerry, y el desastre económico en ciernes harían, según estas fuentes, la reelección de Uribe menos que segura. "¡Tonterías!", asegura Jaime Castro, ex alcalde de Bogotá, liberal de izquierda, que con sorna impasible se declara "uribista de corazón, pero no de reelección", mientras predice que el presidente "ganará en primera vuelta con el 70%, porque es un monstruo que tiene fascinado al país". Uribistas y antiuribistas coinciden, en todo caso, en que la reelección donde se juega de verdad es en la selva amazónica, donde libra su gran combate el presidente.

El término clave es sostenibilidad. ¿Cómo aguantar el esfuerzo de guerra? El general Bonnet -esquivo al fundamentalismo uribista- afirma que el "Ejército está sobreextendido, sin posibilidad de reciclaje, de forma que cuando se retira una tropa no hay reemplazo disponible", lo que, unido a que "las FARC se hallan básicamente intactas", le hace pensar que, parafraseando al histórico autor chino Sun Tzu, la guerrilla "esté esperando a que se acabe la guerra del contrario para lanzar la propia". Esa contraofensiva, dice, sin embargo, Roberto Pombo, director de la redacción de El Tiempo, difícilmente podrá consistir en grandes operaciones, como el copo y destrucción de toda una unidad militar en Las Delicias en 1997, sino que debería limitarse a actos terroristas. En ese caso, "el primer y segundo atentado beneficiarían a Uribe, como el hombre de la mano dura, pero al tercero se culparía al Gobierno por no cumplir sus promesas". Navarro, probable aspirante a la presidencia en 2006, vincula directamente guerra y economía. "El año que viene, Colombia no crecerá más del 3,5%, y hace falta al menos un 4% para sostener el gasto militar; seguro que Uribe sacará los recursos de donde sea, de las partidas sociales, lo que arruinará aún más al grueso del país". Ahí es donde puede doler la reelección.

Felipe Torres, dirigente del ELN, que ha salido de la cárcel tras pagar su pena, ve en el Plan Patriota un gran y amenazador designio. "Los 17.000 hombres que combaten en el Caquetá tratan de acorralar a las FARC contra la frontera -Brasil, Ecuador y Perú-, primero, para separar el aparato militar de la población, y luego, aislarlo del resto de la fuerza en otras zonas del país; entonces, cuando la guerrilla tenga que pasar la frontera, sobre todo en Ecuador y Perú, Uribe obtendrá, con el apoyo de Washington, una resolución de la ONU para internacionalizar el conflicto, justificado como lucha contra el narcotráfico; una fuerza internacional, con participación ecuatoriana y peruana, liquidará a la guerrilla. Hablar de desinstitucionalización de Colombia es poco; será el fin de la república". El senador y ex ministro liberal Rafael Pardo -el uribista menos uribista de Colombia- es, desde las instituciones, moderadamente optimista. "Las fuerzas ecuatorianas ya están combatiendo en la frontera -590 kilómetros- bajo presión norteamericana, aunque eso le crea al presidente Gutiérrez problemas ante su opinión, porque nadie quiere verse metido en la crisis colombiana. En la frontera con Brasil -1.640 kilómetros- no hay tentativas de infiltración porque 200.000 soldados trasladados de la frontera con Argentina la tienen bien controlada. En Perú -1.500 kilómetros-, donde el terreno es más abierto, tampoco hay combates". Sierra cree, en cambio, que Uribe persigue una quimera: "El Ejército busca a las FARC en un territorio de 190.000 kilómetros cuadrados que la guerrilla conoce mejor que nadie, y que con unos canales que ha abierto entre los ríos, varaderos los llama, es inapresable para una tropa desmoralizada". Pardo, aun sin haber tenido conocimiento de los argumentos del periodista, abunda en pormenorizar las dificultades. "Los Blackhawks se oyen con minutos de antelación, alertando a la guerrilla; los sensores térmicos no sirven porque la selva está más caliente que el cuerpo humano, y muchas bombas estallan a 50 o 60 metros del suelo por lo tupido del follaje. Pero lo que interesaría saber es si las FARC tienen Sam-6, los Stinger que se disparan desde el hombro, porque, al primer aparato que derriben, se acabaron los helicópteros cedidos por Washington".

La adoración de los militares

Para hallar a alguien que crea a pies juntillas en el plan hay que mirar en el entorno más íntimo del presidente. Redactor de los discursos de Uribe, antioqueño de Medellín como su jefe, procedente de una arcana izquierda, fundamentalista sardónico, y que se jacta de pensar lo mismo y al mismo tiempo que su líder, es José Obdulio Gaviria, hablador, desenvuelto y, sin duda, francamente inteligente. "El presidente ha devuelto al Ejército una voluntad de lucha que había perdido". Un ejército al que se acusa anónimamente de haberse dedicado más a la guerra del negocio que al negocio de la guerra; que sostiene una áspera rivalidad con la policía, con la que ha tenido graves choques sangrientos; pero que también se sabe preferido por Uribe como instrumento de guerra. Gaviria habla muy funcionalmente de ese Ejército: "Los militares adoran al presidente porque han encontrado en él a su jefe natural, a quien se siente un soldado como ellos, en una guerra que hemos de ganar como sea y pese a quien sea". Uribe prefirió, efectivamente, el Ejército a Marta Lucía Ramírez, la primera mujer que desempeñaba la cartera de Defensa en Colombia, cuando la destituyó por un enfrentamiento con el general Mora, entonces jefe de las FF AA. Ramírez -uribista dolida- trató de mejorar especialmente el aspecto empresarial del trabajo en el ministerio, y hoy sigue creyendo que es preciso "combatir en una doble dirección, la militar hacia fuera y la funcional hacia dentro", manera muy diplomática de decir que, con tanta guerra, sigue la casa sin barrer.

¿Es el Plan Patriota un tiro al azar? ¿Tiene Uribe un as en la manga o, como dice Samper, "una agenda secreta"? Todos reconocen que un golpe de suerte, la captura de un jefe guerrillero como el Mono Jojoy o el ideólogo marxista Alfonso Cano, le serviría a Uribe la reelección en bandeja; pero también que la operación no puede sostenerse indefinidamente sin obtener resultados. El partido de vuelta ha comenzado.

El presidente de Colombia, Álvaro Uribe, rodeado del Estado Mayor del Ejército, pasando revista a las tropas en Bogotá.
El presidente de Colombia, Álvaro Uribe, rodeado del Estado Mayor del Ejército, pasando revista a las tropas en Bogotá.AFP
Una plantación de coca en La Hormiga, provincia de Putumayo.
Una plantación de coca en La Hormiga, provincia de Putumayo.REUTERS

El póquer español de la ministra Barco

ÁLVARO URIBE no conoce mejor ministro de Exteriores que él mismo. Pero eso no es desdoro para la titular de la cartera, Carolina Barco, porque nadie ignora el carácter sucedáneo que reconoce el presidente a sus colaboradores. Y por añadidura, el mandatario, antes que política exterior, lo que tiene es estrella polar o respice pollum, giro exclusivo y excluyente en torno al astro del norte. Por ello, ni presidente ni ministra han venido todavía en visita oficial a España, y la señora Barco, cuando convocó antes del verano una reunión de embajadores de su país en la Unión Europea, lo hizo en París -"porque está más cerca de todo"- y no en Madrid. Eso no obsta para que la ministra -que vivió 10 años en nuestro país- tenga las amables palabras de rigor para "el país ibérico", como frecuentemente se le llama a España en los medios de comunicación colombianos. "Cuento mucho con el apoyo que presten a mi país en Europa cuatro políticos, todos ellos españoles: el presidente, José Luis Rodríguez Zapatero; su ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos; José Borrell, presidente del Parlamento Europeo, y Javier Solana, alto representante para Política Exterior de la UE". Todo un póquer, pero el comodín está en Washington.

La izquierda no encuentra candidato contra Uribe

UNO DE LOS GRANDES méritos de Uribe es su oposición. Frente a un fenomenal puchero en casa del violentólogo Alfredo Molano, buena parte de la izquierda baraja nombres. Horacio Serpa, a punto de regresar para reclamar su primogenitura liberal, hasta ahora embajador ante la OEA, tiene, según voluntariosos cálculos del propio Molano, "tres millones y medio de votos", pero suena a "vieja política", y ha sido descalificado por el ex presidente César Gaviria de "anterior a Internet". La mayoría conviene, aunque sin ningún entusiasmo, en que el candidato acabará siendo un ex alcalde de Bogotá, el neoliberal Antanas Mockus, del que Navarro había dicho que era "el llanero solitario, pero sin caballo, ni indio". Nadie ignora que el único con posibilidades es el actual alcalde, Lucho Garzón, pero se resignan a que no pueda presentarse, porque para ello tendría que dimitir.

La fascinación por el presidente es notoria. Navarro celebra que se dirija por encima de los partidos al electorado y da por bueno todo lo que desinstitucionalice el país, porque antes de construir hay que despejar; hasta el ex guerrillero Felipe Torres no cesa de advertir que no se subestime al presidente -lo que nadie hace- y todos temen que la reelección sea casi inevitable.

Garzón, en casa de la ex ministra liberal María Emma Mejía, subraya lo incómodo de sus relaciones con el Polo. A sus correligionarios les parece que el alcalde se ha corrido urgentemente a la derecha, y él duda de que sean capaces de acordar candidato con el resto del antiuribismo. No deja de acariciar, por ello, una idea audaz. "Estoy formando un movimiento político y si tuviera la financiación adecuada, podría presentarme el 2006". Ve al país próximo a la desintegración y teme que "Uribe sea el primer presidente que tenga que declarar al Estado insolvente y no pueda acabar su mandato, abocándonos a un Gobierno de transición". Dice que Colombia se polariza entre "Uribe, que ya sólo es lo militar, y yo, lo social, y para 2006 lo social será el gran lema". El centrista Rafael Pardo cree, en cambio, que el momento del Polo se presentará en 2010, contra el sucesor de Uribe II. Y hay quien piensa que ése puede ser él.

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