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Desentierren a Lorca, por favor

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). Así empieza el libro Hijos de la ira, una obra con la que Dámaso Alonso hizo un deprimente retrato de la sociedad española de 1946, aquel país al que tan bien le sentaba la amarga definición de la Historia que hace el poeta chileno Gonzalo Rojas: Historia, musa de la muerte. Hoy, a más de sesenta años del final de la Guerra Civil y a casi treinta de la desaparición del Funeralísimo, como lo solía llamar Rafael Alberti, el país ha cambiado mucho, pero aún conserva ciertas heridas sin cicatrizar. Una de esas heridas es la que suponen las alrededor de treinta y cinco mil personas asesinadas por los sediciosos durante y después de la guerra y arrojadas a fosas comunes. Los crímenes fueron tantos y la sangre llegó tan lejos que hasta hubo palabras inofensivas que cambiaron su sentido, para adquirir otro nuevo y macabro: paseo, cuneta... En su libro Las fosas de Franco, los fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), Emilio Silva y Santiago Macías, trazan un mapa subterráneo de la represión llevada a cabo por los vencedores y enumeran la ruta macabra de sus cementerios invisibles: los pozos de Caudé, en Teruel; la Sima de Jinámar, en Gran Canaria; la fosa de Candeleda, en Ávila, y la de Medellín, en Badajoz; el Fuerte de San Cristóbal, en Mallorca; el Barranco del Toro, en Castellón; los camposantos de Lérida, Cartagena o, entre otros muchos, San Salvador (Oviedo), Colmenar Viejo (Madrid) o Ciriego (Santander). Y, naturalmente, los campos granadinos de Víznar y Alfacar, donde fue ajusticiado, como tantos otros, el poeta Federico García Lorca.

Desde hace un tiempo, la ARMH, con apoyo moral de la ONU y ayuda de algunos ayuntamientos, pero sin ningún apoyo explícito del Gobierno, ha llevado a cabo una serie de exhumaciones que han permitido a los familiares de algunos republicanos asesinados recuperar sus cuerpos de las ignominiosas tumbas anónimas en que estaban. Al abrirse las primeras fosas, los medios de comunicación publicaron fotografías estremecedoras en las que se veían calaveras con un agujero de bala y ancianas ennegrecidas por el luto; narraron las emocionantes escenas protagonizadas, durante las excavaciones, por los familiares de las víctimas, que al fin, tras un inacabable suplicio de más de sesenta años, iban a tener la oportunidad de darle una tumba digna a los suyos, y contaron algunas de sus dramáticas historias de dolor, miedo y silencio. En algún momento, los creadores de la ARMH se plantearon la posibilidad de desenterrar los restos de García Lorca, que están localizados en Alfacar y que hoy día, gracias a inventos como los georradares, unas máquinas que detectan los cambios de densidad del subsuelo, serían fácilmente rescatados e identificados por forenses y antropólogos. Pero la familia del poeta les comunicó que no deseaba mover los huesos del autor de Poeta en Nueva York de su sepultura salvaje. Los herederos del escritor han explicado en una carta pública que, en su opinión, reabrir la fosa "no va a aportar nada a la verdad", puesto que se conocen sobradamente los hechos que rodearon el secuestro y asesinato de Federico, y que incluso sería un modo de "falsear la historia", dado que "la existencia de una fosa común es parte de la verdad histórica". Los seis sobrinos del poeta que firman la carta citan unas líneas escritas por la escritora Marguerite Yourcenar tras su visita a Alfacar, en las que dice que "no cabe imaginar más hermosa sepultura para un poeta", y aventuran que "en los tiempos que corren, existe el peligro de que, una vez desenterrados y trasladados los cadáveres, los lugares de las fosas den paso a colonias de chalés. Eso sí que sería desvirtuar la memoria".

Nadie puede dudar del derecho de la familia, con la admirable Laura García Lorca al frente, a creer que lo mejor que puede hacerse a estas alturas es dejar las cosas tal y como están. Sus muchísimos años, por un lado, de sufrimiento personal y, por otro, de dedicación obsesiva a la obra del poeta avalan ese derecho. Sin embargo, ni comparto su opinión, ni entiendo muy bien la sentencia de Marguerite Yourcenar. ¿Hermosa la tumba de Federico? ¿Cómo puede llegar a ser hermoso un agujero siniestro, cavado por media docena de carniceros, donde yacen como animales el propio Federico García Lorca y sus camaradas de calvario, el maestro nacional Dióscoro Galindo González y los banderilleros anarquistas Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Melgar? Personalmente, no considero hermoso ese lugar, sino ofensivo. Tan ofensivo como las estatuas de Franco que siguen en pie en muchas ciudades españolas. Historia, musa de la muerte y paraíso de los canallas.

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En su biografía sobre el poeta, Ian Gibson recuerda el nombre de dos de los criminales, Ramón Ruiz Alonso y Juan Luis Trescastro, y da idea de su calaña: "Trescastro alardeaba ruidosamente de haber participado no sólo en la detención, sino en la muerte de Lorca. 'Acabamos de matar a García Lorca -se jactaba la mañana del asesinato-. Yo le metí dos tiros por el culo, por maricón'. (...) Aquel mismo día llegó a la casa de la calle de San Antón [donde estaba la familia del escritor] un miembro de la Escuadra Negra con una carta de Federico. Decía, sencillamente: 'Te ruego, papá, que a este señor le entregues 1.000 pesetas como donativo para las fuerzas armadas'. Se trataba de una vil jugada que se le había hecho al poeta en el Gobierno Civil, dándole a entender que, si pagaba su padre esta muy considerable cantidad, salvaría la vida. Federico García Rodríguez, pensando que su hijo vivía aún, desembolsó la cantidad requerida".

Fosa común es un término que habla de la muerte en compañía. Lorca, como acabamos de recordar, no murió solo, y los familiares de los otros asesinados han iniciado los trámites para recuperar sus restos. El Ayuntamiento de Alfacar los apoya y la Junta de Andalucía ha anunciado un plan para financiar la apertura de las fosas de la Guerra Civil, la exhumación e identificación de todos los cadáveres. Muchos allegados de las víctimas se sentirán felices de poder darles a sus parientes una tumba honorable -cristiana o no, según las creencias de cada uno- y otros, como los de García Lorca, preferirán tal vez no volver al pasado. Un pasado, por cierto, que se saldó con la Ley de Amnistía de 1977, en la que quedaban perdonados "todos los actos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos y faltas realizados con anterioridad al día quince de diciembre de mil novecientos setenta y seis (...), los delitos de rebelión y sedición, así como los delitos y faltas cometidos con ocasión o motivo de ellos, tipificados en el Código de Justicia Militar". Esta ley de punto y final fue quizá necesaria, pero también fue, resulta evidente, un certificado de impunidad. O un pasaporte para el olvido. Contra ese olvido acaba de pronunciarse en su informe anual el Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, que ha calificado de "desalentadora" la respuesta de la Administración a las peticiones de los familiares de los represaliados; ha reclamado la ayuda "imprescindible" de las instituciones y ha pedido que éstas pongan los medios necesarios para "exhumar, identificar, practicar las pruebas forenses necesarias y entregar a las familias los restos de las víctimas para que puedan recibir digna sepultura".

Contra esa impunidad se celebran actos solidarios como el de hoy, día 25 de junio, en Madrid, que promueven la organización Contamíname, del cantante Pedro Guerra, y la propia Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Allí estarán músicos como Lluís Llach, Ana Belén, Víctor Manuel, Ruper Ordorika, Miguel Ríos, Luis Eduardo Aute, Paco Ibáñez, Luis Pastor, José Antonio Labordeta, Javier Álvarez, Imanol o el propio Pedro Guerra; estaremos algunos escritores, entre ellos Ángel González, Almudena Grandes, Luis García Montero y Alfons Cervera; habrá actores como Juan Diego, Juan Diego Botto, Mercedes Sampietro o Pilar Bardem. Hacen falta muchas voces para luchar contra un silencio tan profundo.

Contra ese olvido amargo e injusto, debido al fuerte carácter simbólico que tiene la figura de Lorca, que es un emblema de todos los mártires del fascismo en España, y porque lo contrario del rencor es el perdón, no el olvido, creo que se le puede pedir, con todos los respetos, a la familia del más grande poeta español del siglo XX: por favor, liberen a Federico, arrebátenselo a esa tierra sin nombre con que lo cubrieron sus verdugos; incluso, vuélvanlo a enterrar en el mismo sitio, si quieren, pero bajo una pequeña lápida con su nombre, donde todos podamos honrarlo. Será una reparación para él y para tantos otros. Será una forma de hacer justicia en un país donde aún existen, a la vez, un Valle de los Caídos para los vencedores y miles de fosas anónimas para los derrotados. El olvido no es lo contrario del rencor, sólo es lo contrario de la memoria.

Benjamín Prado es escritor.

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