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Montjuïc, acrópolis de símbolos

Pocos hechos tienen tanto valor simbólico como la cesión completa y definitiva del castillo de Montjuïc a la ciudad de Barcelona. No sólo revive el deseo de "paz, justicia y amor" del presidente de la Generalitat republicana Lluís Companys, sino que también nos remite a 1854, cuando los barceloneses consiguieron derribar las murallas y la Ciutadella al grito de "¡abajo las murallas!". Barcelona dejaba de ser una plaza militar y se convertía en una ciudad abierta.

Desde principios del siglo XVIII, con el dominio de Felipe V, el castillo de Montjuïc hizo pareja con la Ciutadella. De esta manera Barcelona estuvo sometida a la amenaza continua del fuego cruzado desde dos puntos privilegiados. El ingeniero militar borbónico Jorge Próspero de Verboom realizó una gigantesca y nueva fortificación en el barrio de la Ribera mandando derribar una parte de dicho barrio, algo que precisamente ha reaparecido con las obras del Mercat del Born. De Verboom proyectó también la reforma del castillo de Montjuïc, que no fue realizada hasta 1753 por los ingenieros Juan y Pedro Martín Cermeño, que ampliaron y reforzaron el castillo construido en 1659, después de la guerra dels Segadors.

Por tanto, los valores simbólicos se suman: recuperar para la ciudad un castillo que significó el dominio borbónico y el bombardeo de la ciudad; reivindicar la memoria de Lluís Companys, fusilado en dicho lugar, y rechazar las décadas en que este castillo fue un recinto franquista dedicado a Museo Militar. El paso final lo realiza un presidente elegido democráticamente y que ha conseguido que España se retire de la guerra y ocupación en Irak.

La alegría del acontecimiento debe ir acompañada del sentido para interpretar las cosas. De los barceloneses que hace justo 150 años consiguieron derribar uno de los símbolos de dominación -la Ciutadella-, tenemos que recordar ahora su inteligencia y sentido común al conservar sus mejores piezas arquitectónicas: el arsenal, que ha sido Museo de Arte Moderno y ahora es ya exclusivamente la sede del Parlament de Catalunya; la capilla, de un precioso barroco académico; y la Casa del Gobernador, que desde hace años funciona como instituto. Por tanto, se debería conservar lo máximo posible del actual castillo, incluida gran parte de su colección, en la que además de armas hay valiosos documentos de los ingenieros militares del siglo XVIII. Pensemos que el único museo de la paz verdadero, desgraciadamente aún lejano, sería el que se realizara mostrando la guerra como algo que ya no existe, que ha sido erradicado, que ya sólo existe en los museos.

No olvidemos que en la construcción de la Cataluña del siglo XVIII fue muy importante la presencia de los ingenieros militares y el hecho de que en el antiguo convento de San Agustín se instalara la Academia Militar de Matemáticas, donde entre 1720 y 1801, y siguiendo los principios de la fortificación moderna Vauban y de Belidor, se formaron los ingenieros militares españoles que construyeron no sólo fortificaciones, sino también obras públicas civiles, y además de hacerlo en España, también lo hicieron en Latinoamérica. Por otra parte, la arquitectura que se enseñaba en sus aulas mejoró la formación de los maestros de obras gremiales de la segunda mitad del siglo XVIII.

Además de estos valores simbólicos, que refuerzan la memoria y la democracia de nuestra sociedad, disponer de una pieza como este futuro museo de la paz tiene que ayudar a la mejora y renovación de toda la montaña de Montjuïc. Es decir, a reforzar los itinerarios para peatones, como el que está proyectado para la cota más alta, y a exigir el acceso en transporte público por buena parte de la montaña, que debe ser el gran parque urbano que se espera, dentro del cual la presencia de museos es cada vez más importante: el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), el Etnológico, la Fundación Joan Miró, el Caixafòrum, etcétera. El futuro museo de la paz ha de ser una pieza más que refuerce esta vocación de la montaña de ser el jardín mediterráneo que iniciaron Nicolau Maria Rubió i Tudurí y Jean-Claude Nicolas Forestier; un conjunto de varias acrópolis -como ya lo son el anillo olímpico y el jardín botánico- que sumen la riqueza de la naturaleza y la diversidad de las vistas con la densidad de la memoria y de las colecciones.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la ETSAB-UPC.

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