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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nuevo rumbo exterior

José Luis Rodríguez Zapatero ha completado esta semana, tras su viaje a Marruecos, una gira europea con el propósito de evidenciar el nuevo rumbo de la política exterior prometido en el programa con que llegó al Gobierno. Como en el caso de la visita a Rabat, las realizadas a Berlín y París han tenido un primer resultado indiscutible: recomponer el diálogo entre nuestro país y sus principales socios y vecinos. Así se ha entendido en cada una de las capitales visitadas por Zapatero, en las que se le ha dispensado un recibimiento por encima de las meras formalidades diplomáticas.

Cumplido el objetivo de restablecer el diálogo en términos alejados de la desconfianza de los últimos tiempos, empieza, sin embargo, la necesidad de concretar la nueva política exterior. En primer término, promoviendo el acuerdo con el resto de las fuerzas parlamentarias, de manera que la recolocación internacional de España goce de estabilidad en el futuro, al margen de cuáles sean las mayorías. A este respecto conviene tener presente que la opción diplomática de José María Aznar durante la última legislatura no fue sólo incondicionalmente atlantista, sino también, y sobre todo, obsesivamente contraria a Francia y, por extensión, a Alemania, los dos principales países de la UE.

El hecho de que Zapatero haya comenzado su ronda por Berlín y París constituye ya un claro mensaje. Frente a la idea de que es posible distinguir entre una vieja y una nueva Europa, ya con 25 miembros, ha querido sumarse a quienes defienden que no puede haber otras diferencias entre los socios que las que deriven de la voluntad que muestre cada uno en favor del proyecto. Para ser consecuente con este principio, la diplomacia española tendría que huir de toda tentación de sustituir la relación privilegiada que Aznar pretendió establecer con Washington por otra del mismo signo con Berlín y París, que sirviese sólo para singularizarse en el seno de esta Europa ampliada. Volver al corazón de la construcción europea, según dijo Zapatero en Berlín, consiste en decidir las estrategias desde una doble responsabilidad: la que obliga a pensar en los beneficios para nuestro país y la que exige considerar el futuro de Europa en su conjunto. El compromiso de facilitar la aprobación de la Constitución bajo la presidencia de Irlanda será una prueba decisiva a la hora de comprobar si la diplomacia española concilia ambas.

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La gestión de la guerra de Irak fue el origen de una de las más graves crisis que ha padecido la UE, en parte debida al desequilibrio generado por la súbita aparición de Aznar en las Azores. Con la posición del nuevo Gobierno, estos contratiempos pertenecen al pasado. Pero, lamentablemente, la crisis de Irak está más abierta que nunca. La aspiración de nuestra diplomacia no puede limitarse a dejar de ser un obstáculo para una política europea hacia Irak, sino que debe contribuir a la solución de un problema al que nuestro país no fue por desgracia ajeno. Y otro tanto cabría decir del Sáhara, cuestión abordada por Zapatero con Chirac, en la que sorprende que el jefe del Gobierno español avanzase un plazo de seis meses -una concreción como mínimo innecesaria

- para encontrar una salida satisfactoria para todas las partes.

La Europa que conocíamos no es desde ayer la misma. Y habrá de experimentar, sin duda, otras transformaciones. La actitud del Gobierno socialista contribuye a encarar el futuro de la Unión con mayor esperanza que el inmediato pasado, debido a su firme convicción europeísta. Aunque sin olvidar ni minimizar los problemas que aguardan.

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