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LA EUROPA DE LOS VEINTICINCO | El papel de España

Zapatero presenta hoy en Dublín una España muy lejana a la que dejó Aznar

El presidente defiende el diálogo para acercar a los nuevos socios a las tesis de París y Berlín

La política exterior de José Luis Rodríguez Zapatero lleva camino de batir un récord de celeridad en cumplimiento de programa. Si espectacular fue su decisión de retirar las tropas de Irak en cuanto entró en La Moncloa, no es menos drástico lo que ha hecho con la otra mitad de su promesa: le han bastado 48 horas para lograr que Europa desplace a EE UU en la cima de las prioridades españolas y devolver a España al corazón de la construcción europea. Un país no puede cambiar en dos semanas, pero sí su posición internacional. El debut europeo, hoy, de Zapatero lo demuestra.

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La España que el nuevo presidente del Gobierno representará hoy en el acto solemne de la ampliación de la Unión Europea se parece poco, en efecto, a la que José María Aznar dejó con gesto amargo, a finales de marzo, en el último Consejo Europeo, al que muy probablemente, sobre todo si cumple sus promesas, tendrá ocasión de asistir en su vida. El cambio es especialmente evidente en el contexto del ingreso de estos nuevos 10 socios para los que España ha sido siempre, ante todo, un modelo de transición y de integración exitosa en Europa, pero también, en los últimos años de Aznar, un ejemplo de nacionalismo agresivo en la defensa de los intereses particulares y de un concepto simplista de las relaciones trasatlánticas.

Rodríguez Zapatero propone, en cambio, el modelo de una Europa social y pactista, de una construcción europea basada en la concertación y el diálogo, incompatible con la división entre una vieja y una nueva Europa sugerida por Washington que Aznar promovió activamente porque, según dijo, pensaba encontrar en ella la fuerza necesaria para romper las reglas que la construcción europea ha seguido a lo largo de su historia. Todo este cambio se ha realizado en un auténtico pispás: Zapatero ha ido a Berlín, y ha agradecido la solidaridad alemana con el desarrollo económico de España; ha ido a París, y ha elogiado sin límites la contribución francesa a la lucha contra ETA; en las dos capitales, ha expresado pesar por lo que hizo su predecesor y también el deseo de que el europeísmo español vuelva por sus fueros. El resultado es que España se ha incorporado al eje franco-alemán, denostado por Aznar.

La receptividad de Gerhard Schröder y Jacques Chirac, más acusada, no deja de ser sorprendente, aunque está claro que la actitud de Aznar se había convertido en un problema, incluso personal, que les traía de cabeza. España gana en este cambio dos importantes aliados, que le arroparán si los problemas que pudieran derivarse del repliegue de Irak arrecian.

En conjunto, el giro europeo de las últimas horas no ha suscitado polémica, y resulta mucho más razonable que el empeño del Gobierno anterior por encontrar su apoyo europeo alternativo en Londres, un diseño político en el que ni siquiera Tony Blair creía.

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Cuota de poder

Los problemas que la ampliación de la UE plantea a España y las diferencias que generan con Francia y Alemania siguen ahí, como han reconocido los dirigentes implicados. Chirac y Schröder quieren un sistema decisorio que tenga muy en cuenta el tamaño de la población de cada Estado, mientras que Zapatero defenderá la cuota de poder de la menos poblada España; también pedirá más financiación comunitaria para que se mantenga la solidaridad con los países más pobres de la Unión, mientras que franceses y alemanes tratarán de reducir incluso la suma neta que hoy aportan. Lo único nuevo es la voluntad de diálogo, y la aceptación por el presidente español del reto de demostrar que crispar y dividir no es la mejor táctica para conseguir cosas.

Sí se aprecian otras novedades en temas internacionales. Por ejemplo, Zapatero ha dejado claro que España, como Francia y Alemania, no volverá a mandar tropas a Irak en un futuro previsible ni con resolución de la ONU ni sin ella.Por lo que se refiere al ingreso de Turquía en la UE, que Aznar defendía con fuerza, Zapatero ha empezado a decir que "va a llevar tiempo", una frase muy del tono reticente habitual en Francia. Más sorprendente es la idea de una solución en seis meses para el Sáhara capaz de contentar a todos y de conjugar, por tanto, las posiciones tradicionalmente contrapuestas en ese asunto de Francia y España.

La nueva posición internacional se refleja en el programa de viajes del presidente, que el martes irá a Portugal, país de la coalición para Irak cuya visita por razones de vecindad resulta obligada. Pero Zapatero ha pospuesto la idea de viajar próximamente a las dos grandes capitales de la misma coalición, Londres y Roma.

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